sábado, 13 de enero de 2007

Miguel Munárriz y Maite Pérez Larumbe estrenan obras

El lunes 15 de enero (8 tarde. Entrada libre) tendrá lugar el estreno absoluto de Extremófilos. Quince días en las Scheylles, de Maite Pérez Larumbe (coordinadora del III Taller de Escritura Teatral), y La última esperanza, de Miguel Munárriz, iniciando el ciclo Pequeñas Obras de Nuevos Autores. Esta primera cita se complementará con otras dos (martes 13 de febrero y martes 27 de marzo) en las que se estrenarán las obras surgidas el III Taller de Escritura Teatral que dirigido Chris Dolan y en el que han participado Jesús Arana, Pedro Charro, Miguel Goikoetxandia y Pablo Salaberri. Las seis obras que conforman el ciclo serán dirigidas por Miguel Munárriz.
Les adjunto algunos datos y les ofrezco la posibilidad de pinchar aquí para ampliar esta información con lo publicado en prensa.

Producto del III Taller de Escritura Teatral impartido entre los meses de octubre de 2006 y enero de 2007 por el escritor, guionista y profesor escocés Chris Dolan, el escenario del Teatro Gayarre acogerá la puesta en escena de las obras escritas por los participantes, además de otras dos escritas por el director de escena de todas las obras del ciclo, Miguel Munárriz, y la coordinadora del Taller, Maite Pérez Larumbe.
Extremofilos, La última esperanza: Por orden de exhibición, en primer lugar se pondrá en escena “Extremófilos”, obra sobre la que su autora, Maite Pérez Larumbe nos da las claves:
¿Adaptarse o reberlarse?, ¿elaborar proyectos propios o dejarse llevar?, ¿teorizar? Deseos, sueños, planes y fabulaciones de cinco cuarentones, amigos de toda la vida, que alquilan una casa en las Seychelles para disfrutar de unas fantásticas vacaciones. ¿Hay en sus maletas bañadores, toallas y protección solar? Lo único evidente es que las han cargado con un peso excesivo del que les va a resultar muy difícil desembarazarse.
Extremófilos cuenta con cuatro actores en el reparto:Maiken Beitia, Marta Juániz, Miguel Munárriz y Eduardo Simón.
La segunda obra es La última esperanza, escrita, dirigida e interpretada, junto con Marta Juániz, por Miguel Munárriz, quien también nos da las claves sobre su función:
Una broma. ¿Por qué no? El futuro, el futuro ficción puede ser una broma. Nos puede parecer divertida o cruel. A los personajes de esta historia no les parece ni una cosa ni otra. Para ellos ese futuro es el presente que les toca vivir. Un presente no muy halagüeño, pero suyo, al fin y al cabo. Tan suyo que siguen teniendo lo único que nunca podrán quitar al ser humano: la capacidad de rebelarse.

2 comentarios:

  1. ODA AL AMOR




    REPARTO

    Doña Ana de Mendoza: hija de don Arturo de Mendoza.
    Don Luis Galán de la Ría: hijo de don Urbano Galán y Peñafiel, Conde de Montijo.
    Doña Leonor de Mendoza: hija también de don Arturo de Mendoza.
    Don Arturo de Mendoza: padre de doña Ana y de doña Leonor.
    Don Urbano de Galán y Peñafiel: Conde de Montijo, padre de Don Luis
    Don Pedro de Gongóra: el eterno borracho y pendenciero.
    Enfermera: Llámese, x.








    Nuestra historia da lugar en el patio de un sanatorio, en donde podemos ver al foro, algún que otro árbol y, bajo la floresta, también alguna estatua pétrea intenta dar esa vida estática y a la vez mortuoria imagen en recuerdo de aquellos que fueron inmortalizados por la mano del artista cincelador.
    En dambos lados se contempla la esplendorosa imagen de un jardín esmeradamente cuidado y, dejando el centro y bajo foco (al público), al descubierto, donde desarrollaremos la acción, dispondremos, tanto el fondo izquierdo, como en el derecho dos bancos de jardín donde dará comienzo nuestra retro-tragedia.
    Así nuestra protagonista, aparentemente ausente y enajenada, aunque lúcida en sus respuestas (como veremos más tarde), juega con su pelo y se distrae con la flora y su misma ropa.
    El maquillaje de ella, debe dar sensación enfermiza (de alma en pena), con ojeras, tristeza, etc.
    Probablemente no encontremos dos gemelas, por lo que debemos esconder los rasgos físicos lo mejor que podamos entre la protagonista, y la enfermera del psiquiátrico. (ya entenderemos el porqué)
    Si disponemos de dos actrices gemelas, no habrá necesidad de esconder el rostro de la novia en la décima escena del segundo canto y siguientes.
    Sin embargo en el canto primero escena secta, la enfermera deberá llevar mascarilla para esconder el suyo, amén del resto del atuendo de enfermería incluyendo el clásico gorro, o, cofia para camuflar sus cabellos.
    No se impaciente amigo lector, lo comprenderá todo al finalizar la obra, tómese su tiempo en leerla. Gracias.























    Canto primero

    Primera escena





    Doña Ana juega distraída en el pequeño jardín del centro, con claros síntomas... primeros síntomas de enajenamiento mental, algo que se irá acentuando a lo largo de la obra... comenzamos...

    Doña Ana: (suspira profundo y emocionada) ¡Ay!

    Por el foro, aparecerá en escena su hermana Leonor. Después...

    Doña Leonor: ¡Buenos días, querida!

    Doña Ana: (sólo la mira, sin darle mayor importancia a la reciente visita)

    Doña Leonor: parece que mejor veo
    aquesta planta florida...
    ¿Disfrutas de tu recreo?


    Doña Ana: ¿Disfruta tu mayor trofeo,
    cuando le hurgas la herida?

    Doña Leonor: ¿Qué me dices hermana?

    Doña Ana: ¡Nada, mira, déjalo!

    Doña Leonor: ¿Vuelvo mejor mañana?

    Doña Ana: ¡Ese es igual pecado!
    ¿A sor Leonor ha molestado,
    lo que ha dicho doña Ana?

    Doña Leonor: (se tapa la boca con la mano)

    Doña Ana: ¿Disfrutas de tu recreo? (cinismo)
    ¿Qué me dices hermana?
    ¿No recuerdas el feo ,
    de los rezos y la cama?
    ¿Ahora te interesa mi fama?
    ¡Soltad la pesa del reo!

    Doña Leonor: Tú sabes cómo te quiero...

    Doña Ana: Mejor con amor te digo...
    que ni consuelo ni flor
    o para mi muerte castigo,
    a menos que sea enemigo
    si así me ama Leonor.

    Doña Leonor: No puedes culparme a mi
    de aciago sino tan negro...
    estuvo fuera de sí
    ese matón de don Pedro;
    ¡así que bendice el verbo,
    y deja ya de sufrir...!

    (pausa breve)

    Doña Ana: (deja de hacerle caso y sigue jugando con su pelo)

    Sigue...
    No puedo bendecir tu cama,
    debías ya de saberlo...
    Toda alma Mariana
    tiene que parecer y serlo.
    Yo pecaría al hacerlo
    tanto como tú, Ana.

    Doña Ana: ¿Crees que es igual amar
    a varón lozano y Pío
    que ese placer de rezar?
    ¿Tú crees que este amor mío
    es pecaminoso y frío
    con el que no se puede gozar?
    ¿Qué pecado lanzo al cielo
    al dormir con mi señor?
    ¿Acaso está el cielo ciego
    y no ve que este amor...

    Doña Leonor: ¡Ya ves que es desamor!

    Doña Ana: ¡Eso es algo que yo niego!

    Doña Leonor: ¡Por Dios, no discutamos!

    Doña Ana: No es discutir el hablar.

    Doña Leonor: Puede que las dos sintamos ,
    cosas que dan que pensar...
    Doña Ana: ¡Yo tengo mi vida en paz
    y con corazón cristiano!


    (pausa breve)



    Doña Leonor: ¿Sabes, querida hermana?
    ¡Como digo que lo siento! ¡Di!
    ¿Qué pensamiento me inflama
    y abrasa este recuerdo vil?
    ¿Si lo que quiere es perderte a ti ,
    por qué sin embargo llama?
    ¡Más, no daré gozo alguno
    ni recuerdo a quien en la vida
    priva de agua y ayuno!
    ¡No perderás la partida ,
    ni la darás por perdida
    con cristiano o con moruno!
    (se refiere a; don Luis por un lado y, don Pedro por el otro y por este orden)
    ¿Entiendes lo que te digo?

    Doña Ana: (asiente con humildad.) Sí...

    Doña Leonor: ¡No sabes cómo me duele ver
    que se rieran de ti!
    Mas, hubo un atardecer
    para tan vil proceder...

    Doña Ana: No me lo cuentes a mi.
    Son buenas tus intenciones...
    esas que muestras, Leonor.
    Sin embargo no hay razones
    para matar al amor
    si sufre en su jaula el dolor
    la falta de sus pasiones. (hiriente)

    Doña Leonor: Es vello volver a oírte
    tierno pétalo de Flor.
    Si hay garra que quiera herirte...

    Doña Ana: ¡No! ¡No más dolor!
    Ya perdió mi cuerpo el candor
    ... aquel que me conociste.
    ¡Deja que muera mi alma!
    Deja que me cubra la noche,
    muy despacito... con calma,
    y dulce veneno derroche
    con su manto de reproches
    su negra oscuridad en mi cama.

    Doña Leonor: ¡Cómo hieren tus palabras!
    ¡Si pudiera arrancar de tu pecho
    esas ideas macabras,
    y coronar en tu lecho
    lo que debo por derecho,
    otras ideas más sacras.

    Doña Ana: Hubo época en que si ...
    hallé días de placeres ,
    días en los que reí ;
    noches que lucero viere ...

    Doña Leonor: ¡Pero hoy no te conviene
    por esos recuerdos morir!
    ¡OH! ¡Cuán triste hace el destino
    los pesares de la vida!
    ¡Y qué amargo el trago divino
    se toma en la despedida...
    Más... se que es de bien nacida
    recorrer todo el camino.
    No puedes quedarte en el ,
    y aunque sea ése tu sino
    no debes retroceder ;
    has de andar el camino
    y con el corazón cansino
    llegar hasta la vejez.
    ¿Recuerdas cuando de niñas,
    que calma y que placidez?
    ¿Recuerdas aquella campiña,
    aquellos días del ayer
    aquel despertar del ser
    y aquel amor sin rapiña? (sin despojos, puro)

    Doña Ana: ¡No recuerdes el ayer!
    Aquello que antaño vivimos,
    es tronco que para el ser
    no soporta lo sufrido;
    es frágil rama y sabido,
    no aguantará la vejez.
    Doña Leonor: Es mi intención que pienses
    en recuerdos más a menos;
    y como si no conocieses
    muerte a los malos le demos
    y otros mansos y serenos...

    Doña Ana: ¿Florezcan y granen sus mieses?
    ¡No digas majaderías!
    ¡No hay veneno que no mate!
    ¿Qué brebaje nublaría
    a la muerte en el combate?
    ¿Qué pócima queda en empate
    vida, muerte y agonía?
    ¡Tú no puedes entenderme, Leonor!
    No has amado hasta la muerte...

    Doña Leonor: Se que no he tenido ese honor...
    mas no le veo deleite,
    si aquel que ama se siente
    tan sangrante el corazón.
    ¿Compensa beber esa hiel?

    Doña Ana: Por muy amarga que sea,
    si ha sido un cariño fiel
    por Dios que vale la pena.

    Doña Leonor: Más que libertar condena,
    el amor de Peñafiel. (se refiere a don Luis)

    Doña Ana: ¿Qué puede saber mi hermana
    de quereres y amoríos?
    ¿Conoce sor Leonor la llama
    que puede agitar un río,
    como orden unos labios píos
    y el llanto que estos ojos derraman?
    ¿Conoce todo eso mi hermana?

    Doña Leonor: (baja la cabeza avergonzada)

    Doña Ana: ¿Hubo algún hombre en tu vida
    que te erizase el bello? ¿Eh?
    ¿Te hizo Cupido una herida
    en el alma y a la vez,
    pediste al cielo que él
    también la tuviera partida?
    ¡Cómo puedes comprender!

    Doña Leonor: ¡No seas tan cruel, Ana!
    Te lo digo por tu bien.
    Puede, y tal vez mañana...
    encuentres varón con fama
    que amores brinde también.

    Doña Ana: ¡No...! ¡No habrá varón que ame
    a doña Ana de Mendoza!
    ¡No habrá caballero infame
    que a dama de Zaragoza,
    ni de mayor ni de moza
    la haga sentir más difame. (deshonrosa)
    ¿Recuerdas que fueron dos?

    Doña Leonor: Lo se, Ana querida...

    Doña Ana: Pues no hagas que quiebre mi voz
    por un alma mal nacida...
    ni venga otro a mi vida
    a producirme dolor.










    Canto primero

    Segunda escena





    Doña Leonor y doña Ana.
    Don Arturo de Mendoza entra en escena por el lateral izquierdo y, al encuentro con sus hijas a centro derecha.




    Don Arturo: (a Ana) ¿Qué tal te encuentras, mi amor?

    Doña Ana: Sigue en mi pecho latiendo
    como el ave en la prisión;
    mi corazón padeciendo,
    y el luto va oscureciendo
    en mi mente la razón...

    Doña Leonor: ¡A tu padre no hables así!
    ¡No hagas más daño en la carne!

    Don Arturo: Más vale que pongas fin
    a esa tortura cobarde,
    antes de que sea tarde
    y pueda hacerte morir.

    Doña Ana: ¿Alguna ayuda pedí?
    ¿Algún socorro mendigué?

    Doña Leonor: ¡Hay de mi!

    Don Arturo: ¡Pardiez!
    ¡Yo tampoco lo rogué
    y ves lo que di de sí?
    Dos mujeres crié,
    dos niñas en sus comienzos
    más, jamás vistes que porfié
    ni agua, ni pan, ni lienzos; (se refiere a la ropa)
    y supere los tropiezos
    que me causó tu niñez.

    Doña Ana: ¡Comprendo, yo soy de las dos la mala!

    Don Arturo: ¡No quise decir eso... mi amor.

    Doña Ana: El ángel es mi hermana...

    Don Arturo: ¡Me partes el corazón!

    Doña Leonor: ¿No ves que tiene razón
    en lo que te dice, Ana?

    Doña Ana: (calla unos instantes, luego...)
    Vos me conocéis, padre...
    jamás me oíste pedir
    perdón al ser culpable;
    algo que nunca admití.
    Sin embargo hoy puedo sentir
    mi pecado venerable.
    Por eso, hoy más que nunca
    de este mundo miserable
    y de esta vida que trunca,
    lo único por mi deseable
    y por la muerte loable
    es yacer bajo mi tumba.

    Doña Leonor: ¡Cuánto dolor en tu pecho!

    Don Arturo: ¡Hija, me partes que el corazón!
    No blasfemes bajo el techo (cielo )
    morada de nuestro Señor.

    Doña Leonor: Pon mejor una flor
    donde antes hubo barbecho.
    ¿No crees que es lo mejor?


    Doña Ana: ¡Qué amarga siento la vida
    aunque la endulcen los dos!
    Más... la tengo merecida
    y, ni quiero Gloria conocida (a su hermana)
    ni espero gracia de vos! (a su padre)

    Don Arturo: (le duelen las palabras de Ana)

    Doña Leonor: ¡Vive Dios que no te entiendo!
    ¿Cómo Galán de la Ría, (D. Luis)
    puso tan hondos cimientos?
    ¿Tanto amor le tenías?
    ¡Más bien fue su cobardía
    la ley de sus mandamientos!

    Don Arturo: ¡Hija, por favor! Haya paz...
    ¿No veis que me estáis hiriendo?

    Doña Leonor: ¿No ves que su bondad, (a Ana)
    triste la vas consumiendo?

    Doña Ana: ¿No veis que estoy muriendo?
    ¡Olvidadme y dejadme en paz!

    Don Arturo: ¡Dios bendito! ¡Qué tragedia!
    Ya te falta la razón... (a Ana)
    Los fantasmas que le asedian, (a Leonor)
    son del infierno, Leonor ;
    y es más odio que amor
    lo que lleva en su cabeza...
    ¿No lo crees tú así?

    Doña Leonor: (calla)

    (pequeña pausa)

    Doña Ana: ¡Contesta a tu padre, Leonor!
    Si estoy loca di que si;
    y si la cordura perdió
    los favores que prestó...
    es que jamás lo entendí.

    Doña Leonor: ¿Te sientes ahora mejor?

    Don Arturo: (con el rostro entre sus manos)

    Doña Leonor: ¿Qué corazón de granito
    enajena la razón?
    ¿Tan horrendo plebiscito
    dan al Conde de Montijo, (se refiere al hijo, don Luis)
    esa tu condena mayor?
    ¿O, fue don Pedro de Gongóra
    quien tus sienes tiñó
    de albas canas de Aurora?
    ¿Ese fue tu señor?

    Doña Ana: ¡Sabes que no, Leonor!
    De don Luis fui señora;
    don Pedro fue un poseído,
    más, ningún pensamiento le tuve,
    por eso allá en su nido... (nicho)
    ni flor, ni besos, ni nubes. (lágrimas)
    Y por Dios que a bien no pude
    desfacer entuerto reñido.

    Don Arturo: ¡Claro que no, hija mía!
    Si dos hombres en buena lid,
    de dama el amor porfían...
    uno es el adalid,
    el otro es el recibí
    de vana palabrería.

    Doña Leonor: ¡Eso me parece a mí!
    Y la fe que tú no tienes, (a Ana)
    ya ves que no tiene fin.
    Y no es cuestión de poderes...
    es el querer los placeres...

    Doña Ana: ¡ Esa fe, es para ti!
    ¿De qué me vale ser creyente?
    ¿Es esa mejor compañía
    en Romero penitente?
    ¡Esa fe que conocía...
    a don Luis Galán de la Ría
    no lo traerá zarza ardiente!

    Don Arturo: -¡Tampoco el mundo se acaba,
    por muy traidor que éste sea!-

    Doña Leonor: No te canses padre mío;
    aunque de educación probada
    algo cegó su sentido.
    Es tozuda y malhablada,
    y yo misma estoy cansada
    de enderezar su camino.
    Dejemos al divino señor
    hacer con su criatura...

    Don Arturo: ¡Qué estás diciendo, por Dios!
    Doña Ana: No alarguéis mi tortura...
    ¡Dejadme con mi amargura,
    e iros con Dios los dos!


    Tanto don Arturo, como su hija sor Leonor, hacen mutis por el foro.
    Queda en escena doña Ana con sus lamentaciones.










    Canto primero

    Tercera escena




    Doña Ana en el banco se lamenta de su destino.
    Cuando se indique: Don Luis Galán de la Ría, hijo del Conde de Montijo, don Urbano Galán y Peñafiel, hace su aparición por el lateral izquierdo.
    En ningún momento y, bajo ningún concepto, se cruzará la mirada de doña Ana con la de don Luis, así como tampoco sus cuerpos se tocarán ni rozaran. En cambio don Luis podrá dirigirle sus versos a doña Ana.
    Doña Ana permanecerán en todo momento abstraída en sus lamentaciones. Entretanto...


    Doña Ana: ¿Qué hice para ofenderte
    Virgen de la Santa Cruz?
    Si tengo a tu hijo presente
    y soy mujer de virtud,
    ¿dudas que sea decente
    dama de honor y creyente
    que mendiga esclavitud?
    Me das de beber primero,
    luego el agua me niegas
    más tarde de sed me muero...
    ¿Por qué a este cuerpo no siegas
    este corazón rastrero?
    Deja mi cuerpo postrero
    en oscuridad negra y ciega.
    ¡OH! ¡Qué martirio me enajena!
    ¡Qué vano el corazón siento!
    Si corre don Luis por mis venas...
    ¿Por qué aqueste lamento?
    ¡Debiera salirme presto,
    Ángel que amanse mi pena!
    Más... ¿A quién pretendo engañar?
    Sí sola en el mundo estoy,
    a quien me puedo quejar?
    ¡Sola con mi pena voy,
    y desde el día de hoy
    ni padre, mi hermana ni ajuar!
    ¿Tan locos están mis sentidos
    para anular la verdad?
    ¿Es Don Luis el bandido,
    ese que me quieren pintar?
    ¿Acaso se puede imitar
    un amor más complacido?

    En este momento don Luis hace su aparición por el lateral izquierdo hacia el centro y derecha.
    Sus pasos son lentos, muy lentos... después...


    Doña Ana: ¡OH! ¡Don Luis Galán de la Ría! (al cielo)
    ¿Porqué me lloran mis ojos? ¡Dime!
    ¿Podré olvidarte algún día?
    ¿Podrá este pecho que gime
    olvidarse de este crimen
    y liberar esta mente mía?

    Don Luis: ¿Que aflige a ese corazón mío,
    mi señora de Mendoza?
    ¿ Puedo secar el río,
    de ese llanto que en la loza,
    de esa cara primorosa
    surca cual perlas del Nilo?

    Doña Ana: ¡Veo que es inútil quejarme...
    ya que el eco a mis oídos
    acerca para irritarme
    más gresca y cizaña a mi nido! (corazón)
    ¿O es mi razón malsana o Cupido,
    quien se empeña en torturarme?



    Los dos deambulan por la escena, sin embargo no se encuentran.
    Tal vez por su sinrazón, Doña Ana siempre clama al cielo, o maldice para ella su atormentada vida... después...




    D. Luis: Es don Luis tu compañía ...
    tu amante ferviente y sincero,
    pues quiero que con la mía
    tu vida forme sendero;
    y diga el abate puñetero
    doña Ana de Galán y de la Ría.

    Doña Ana: ¡Ay, si se pudiera cambiar
    de la vida a nuestro antojo ,
    el cuando, como y lugar!
    Si no hubieran visto mis ojos ...
    aquellos dos ríos rojos
    sobre piedra en el altar.
    Más leve mi condena fuera...

    (pausa breve)

    ¡Cuán triste vivo añorando!

    D. Luis: ¡No hagas que mi corazón muera!
    ¿Es que no estas notando,
    como estás torturando
    a este, mi amor sin fronteras?

    Doña Ana: (calla y mira al cielo)

    D. Luis: ¿No oyes lo que te digo?
    ¿No oyes que quiero casarte?
    ¿Es que no ves que mendigo ,
    un beso para enamorarte?
    ¿Un abrazo para amarte
    a ti, y a ese amor que bendigo?

    Doña Ana: ¡Bendito Dios de los cielos!
    ¡Oh Luis, Luis, Luis... (siempre al aire o al cielo)
    ¿Cómo ese corazón ciego
    no adivinó mi sufrir,
    al saber su alma morir
    ya que el amor no le niego?
    ¡Eres para Ana villano,
    don Luis de Peñafiel!
    ¡Eres más que Conde cortesano,
    al haber batido con el!
    ¡Con alegre casquivano
    no hubo de manchar su mano
    don Luis de Peñafiel.
    Pues, si no después más temprano ,
    doña Ana de Mendoza es ...
    quien parase los pies al villano.

    D. Luis: ¡Ni una oración por él!
    ¡Ni gota de tinta en papel
    por aquél don Pedro el astado!

    Doña Ana: Y puede ser que algún día
    pague con justicia divina
    sus continuas villanías...

    D. Luis: Creo que como adivinas
    estoque de florentina
    diera a su caja vacía. (se refiere al pecho)

    Doña Ana: Más... ¿Por qué tan cruel sus destinos?
    ¿Por qué el sino de doña Ana
    ha de cargar clandestino
    amor que de alma sangrara?
    ¡Soy ave sin un mañana,
    de nombre halcón peregrino!

    (pequeña pausa)

    sigue...
    ¡No! ¡La dama de doña Ana
    tiene ya escrito su sino! (al cielo)
    Y aunque deba morir en cama ,
    hecha en mi copa del vino (al cielo)
    todo el mal de los caminos
    y deja mi boca sellada.

    D. Luis: ¡No digas eso, mi amor!
    Deja a la muerte maldita
    y en el infierno el horror ,
    pues, ni la gloria bendita
    a este tu amor me quita
    tesoro, en mi caja zurrón.

    Doña Ana: ¡Oh, mi amado paladín!
    ¡Mi señor entre señores!
    ¡Aquel recuerdo que en mi
    me abrasa como tizones ;
    y ahíta dos corazones
    ahora que van a morir!

    D. Luis: ¡Pardiéz, que no lo entiendo!





    Canto primero

    Cuarta escena




    Doña Ana y don Luis.
    Don Pedro hace su aparición por el foro. También sus pasos son lentos al encuentro con la acción.
    En ningún momento y bajo ningún concepto, se encontrarán las miradas de doña Ana y don Pedro tampoco. Sin embargo entre don Luis y el recién llegado, la acción será correcta según se le describe el diálogo.
    Doña Ana, parece ignorar a los dos hombres. Después...




    Don Pedro: ¡Viva la Virgen serrana!
    ¡Viva la madre que la parió!
    ¡Y viva también... tu forma
    Conde... ¡Bah! ¡Prior!

    D. Luis: ¿Hay una ofensa mayor
    que pueda hacerse a una dama?

    Doña Ana: (pensativa y ausente)

    Don Pedro: ¡Quizás haya otra mayor!
    ¿Es una novicia dama?
    Esa hermana sor Leonor
    mujer dos veces hermana.
    ¿Es para sor Leonor o sor Ana
    esos amores de vos? (con burla y cinismo)

    Doña Ana: (juega con su traje, su pelo, las hojas de los árboles, las flores... ausente a lo que ocurre en la acción)

    D. Luis: ¡Hijo de Satanás!

    Doña Ana: ¡Padre, por qué me abandonas!
    (llorando al padre que se marchó)

    D. Luis: ¿Es esto lo que tu lengua impía
    proclama a los cuatro vientos?
    (apunta con su mano a doña Ana)
    ¿Esa es la zarza que ardía
    y ése tu mandamiento?
    ¡Por Dios que aquí y al momento
    siégote esa vida baldía!

    Don Pedro: ¡Calma, don Luis!
    Ante dama primorosa
    no se debe combatir.
    Puede deshojarse la rosa...

    D. Luis: A fe mía que la cosa
    no ha de terminar así.

    Doña Ana: ¡Y tú, Leonor, hermana mía,
    a esto te enseña tu Dios? (sigue enajenada)

    D. Luis: ¡ Por Dios, que si amor te tenía,
    hay un alma entre los dos
    con un cielo lleno de amor
    y un rendirte pleitesía!
    ¿Existe mayor amor y loado...?
    ¡No, no me contestes, mi amor!
    Y piensa que el alumbrado (Dios)
    permite que el corazón...
    sea sostén y balcón
    de pechos enamorados.

    Don Pedro: (ríe a carcajadas)Ja, Ja, Ja, Ja...
    ¡Bravo, don Luis!
    Veo que ese pecho enamorado
    también se puede partir.
    ¡Estocada, hop, tocado!
    No, no me creáis malvado...
    ¡No me gusta compartir!

    D. Luis: ¡Ruega por tu ventura
    crápula del demonio!
    ¡Te llama tu sepultura!

    Don Pedro: ¡Ahora no, que hay testimonio! Ja, Ja, Ja...
    D. Luis: Habrá día en el purgatorio
    para cruzar vestiduras.

    Doña Ana: ¡Oh, amor de mis amores! (al cielo)

    Don Pedro: ¿Ves cómo clama por mí? (a don Luis)

    D. Luis: ¡No, por favor no llores
    que vela tu almohada Luis!

    Don Pedro: Ja, Ja, Ja... no me hagas reír.
    Pedro en su cama la pone...

    D. Luis: ¡Pardiez que atrevimiento!
    ¡Haya dama o no presente,
    juro por Dios si no siento
    en mi acero tu sangre corriente!
    ¡Villano, embaucador y fulero!
    (se lleva la mano a su espada...)

    Don Pedro: ¡Sea como guste al Conde!
    (hace lo propio...)


    En ese justo momento, por el lateral derecho hace su entrada a escena el conde de Montijo, don Urbano Galán y Peñafiel.
    Su paso es normal.
    - A la escena central donde se conserva la acción.-













    Canto primero


    Quinta escena



    Tanto don Pedro, como don Luis su hijo, vuelven sus espadas al cinto donde dormían. Luego...




    Don Urbano: ¡Hija! ¿Cómo te encuentras, criatura?
    No puedes abandonarte...

    Doña Ana: (reacciona ante don Urbano)
    Añoro la sepultura,
    ya que el afán de mi amante
    más que agradar el talante
    fue enmarañar mi ventura... (también, cordura)

    D. Luis: ¡Jamás pensé padre mío
    que me hicieras tamaño desaire!
    ¿Está venturoso el caserío?

    (pequeña pausa)

    ¡Ya veo que me ignoras, padre!
    En otro tu mejor donaire,
    gozaré momentos de crío...

    (hace el mutis por donde vino: lateral izquierdo)

    Don Urbano: ¡No digas eso, mi ángel!

    (se queda unos instantes pensativo, luego...)

    Tiempo ha, y Dios mediante
    perdí a mi bella mujer,
    bella y pura cual diamante...
    y aunque tambaleó mi talante
    conseguí mantenerme en pie.

    Don Pedro: ¡Con su permiso, caballero!
    Veo que también se ignora
    a espadachín y aventurero...
    a don Pedro de Gongóra.
    Lo mismo le digo señora...
    ¡Quedad con Dios, placenteros!

    (don Pedro también hace el mutis por donde vino: por el foro)

    Don Urbano: Hay que conseguir ser fuertes
    y vencer los avatares de la vida.
    Y nunca debes detenerte,
    Ana: (le escucha enajenada, pero prestando atención)

    Sigue...
    por honda que sea tu herida.

    Doña Ana: Estoy por don Luis dolida.

    Don Urbano: ¡Vive Dios que está presente!

    Doña Ana: ¡Siento tan vacía el alma!
    ¡Tan hueco tengo mi pecho!
    ¡Tan vanas las esperanzas!

    Don Urbano: ¡Calma!

    Doña Ana: ¡Está tan frío mi lecho ,
    mi corazón tan maltrecho
    que mi gozo reina en las malvas! (camposanto)

    Don Urbano: ¿Qué puede decir mi boca
    que serene tu agonía?
    Sabiendo que mi ser evoca
    a don Luis Galán de la Ría ...
    pero se que mi hijo querría
    ver la sonrisa en tu boca.
    ¿No lo crees tú así?

    Doña Ana: ¡Poco amor yo le tendría
    si él me viese reír!
    No... no tengo esa alquería,
    y se que lo conocía...
    más... ¡qué hondo es este sufrir!

    Don Urbano: No te atormentes Ana...
    No llores más por mi hijo ,
    y seca el llanto en tu cara
    que aquí el conde de Montijo ,
    más clara verdad no dijo
    al decir que te cuidaba.





    Canto primero

    Secta escena



    Doña Ana y don Urbano Galán y Peñafiel, Conde de Montijo, conversan. Tras ellos, por el lateral derecho, hace su aparición don Arturo de Mendoza, padre de doña Ana. Su paso es normal. Después...



    Don Arturo: ¡Ah! ¡Estás aquí, querido amigo!

    Don Urbano: Que tal, Arturo, ¿cómo estás?

    Don Arturo: ¡Bendita Cruz! ¿Cómo te digo?

    Don Urbano: Ya se de tu malestar...

    Don Arturo: ¿Sabes que me puede matar (apunta a su hija Ana )
    si ver la luz no consigo? (a su amigo)

    Don Urbano: ¡Me partes el corazón!
    Arturo, sabes que se curará
    no muere nunca el amor... (a Ana)

    Doña Ana: ¡Ni nunca renacerá!
    Se que no me pesará
    guardar tan hondo dolor.

    Don Urbano: No ayuda en nada a tu padre
    esa actitud casquivana.
    ¿Si te escuchara tu madre...
    entiendes moza lozana,
    al oírte, si no dejaría en su cama
    de nuevo la vida cobarde?

    Doña Ana: (de nuevo se ausenta mentalmente, parece no oír)

    Don Arturo: ¡Por Dios que no he conocido
    hombre con más valentía! (a su amigo)
    Al parecer no has venido
    a llorar el amor que sentías
    sino, a serenar esta ria
    que está perdiendo el sentido.
    ¿No es así buen amigo?
    Doña Ana: (se acerca a ellos ausente)
    Don Urbano: No creas en mi lo que veas, Arturo.
    Aun recojo pedazos ...
    créeme que es más duro
    para este pecho de retazos ,
    el no poder con mis brazos
    rodear corazón tan puro. (se refiere a su hijo don Luis)

    Doña Ana: ¡Ya veo que la culpa es mía,
    oh, vida castigadora
    verduga y demonia impía...
    No digas padre que ahora ,
    no fue tu hija Señora
    de aquel Galán de la Ría.

    (Los dos se asombran ante su lamento)

    sigue...
    ¿Es acaso aquesta dama
    cera y pabilo en la vela?
    ¿Es la locura malsana
    acaso la que recela ,
    si sueño o quimera era
    ese fantasma en mi cama?
    ¿Ese ángel torbellino,
    ese adonis insaciable
    de tacto y piel cebellino,
    el ara de mi destino
    del amor más deseable?
    ¿Puede ser eso loable?

    Don Arturo: ¡Claro, mi amor! ¡Sin duda!

    Don Urbano: ¿Es Dios menos venerable?


    Se acerca una enfermera por el foro al encuentro con la acción. Luego...


    Enfermera: ¡Perdón! Debo llevarme a doña Ana.

    Don Arturo: Haga lo que deba hacer...

    Don Urbano: Tendrás mi visita mañana.
    ¡Palabra de Peñafiel!

    Doña Ana: No tengo otra cosa que hacer...
    Mis huesos me darán la fama.


    Enfermera y Ana, al mutis por el foro.
    Atrás, terriblemente apenados ...




    Canto primero

    Séptima escena


    Don Urbano: Siento comprobar que a doña Ana
    el fantasma de la razón,
    más que rozar su cama
    dio de lleno en su corazón ...
    más... fe hay que tener en Dios,
    Él velará por tu Ana.

    Don Arturo: Loado seas, Urbano ,
    por desear que en mi casa
    ponga nuestro Dios sus manos.

    Don Urbano: (se apena y, el llanto aflora a sus ojos)
    En la mía no se cansa
    de bailar la comparsa (reunión de máscaras)
    ese diablo villano.

    Don Arturo: ¿Ahora que Ana se ha ido
    a mis pies te derrumbas?
    ¿Soy yo el que al oído
    debo iluminar tu penumbra?
    ¿Dónde esa fuerza acostumbra
    aprisionar sus quejidos?
    ¡Animo, amigo mío!

    Don Urbano: ¡Perdona aquesta flaqueza!

    Don Arturo: ¿Después de que yo descarrío
    te desnudas de entereza?

    Don Urbano: Ya pasó la mi pobreza,
    de este fatal desvarío.

    Don Arturo: Tengo que reconocer...
    ante ti también mi flaqueza, pues
    ... los hechos de antes de ayer
    están minando mis fuerzas.

    Don Urbano: Reconozco la torpeza
    de don Luis al hacer...
    No hubo de tocar la espada,
    no debió desenvainar...
    No tuvo que haber estocada ,
    y menos en el altar.

    Don Arturo: Don Pedro es el abatatar (vergüenza )
    de aquesta piedra sagrada.
    Mas, olvidemos el quebranto
    pues, por más que se pueda orar
    no ha de bajar ese santo;
    y la vida no vuelve empezar,
    aunque muera en el altar
    ella sigue con su llanto. (se refiere a la vida)
    ¡Es algo que no se puede borrar!

    Don Urbano: Ni borrar mi cuenta nueva...
    No se puede a la muerte matar
    ni pasar el tiempo que espera.
    Sin embargo vida entera
    se quiere vivir y gozar.

    Don Arturo: Ese bellaco de don Pedro
    fue quien con su cobardía,
    puso madera de cedro
    sobre Luis Galán de la Ría,
    y sobre esta pobre mía...
    ¡Ese maldito cabestro!

    Don Urbano: ¿Que importan esos desvaríos
    después que la pena apoca?

    Don Arturo: ¡Si lograra con las mías
    sanar esa mente loca...! (se lamenta)
    Si Dios pusiera en mi boca
    y en mi corazón baldío ...
    esa paz que el cielo evoca,
    en mi Ana nuevamente...

    Don Urbano: Piensa que hasta las rocas
    mueve la fe levemente.

    Don Arturo: Sí, pero sólo el relente
    erosiona esas piedras toscas.

    (pequeña pausa)

    Antes me ha despedido
    ésta mi hija del alma ...
    y aquélla sin concebido
    también de su lado echaba.
    ¿Crees que amor nos guardaba,
    doña Ana al despedirnos?

    Don Urbano: Estoy convencido de ello.
    El alma que ha sido educada
    bajo ese temor del cielo
    no puede ser tan malvada.

    (pequeña pausa)

    sigue...
    Sólo ha de ser salvada
    con un poco de consuelo.
    Es más, esta donde puede curarse.

    Don Arturo: Eso espero amigo mío.



    Canto segundo

    Primera escena



    En el jardín del sanatorio, don Arturo y el Conde de Montijo, don Urbano Galán y Peñafiel.
    Doña Leonor, la hermana sor Leonor, monja salesiana (de San Francisco de Sales), o, de Sales, entra en escena por el lateral derecho yendo a la acción: centro izquierda. Tras eso...




    Don Urbano: ¡Bienaventurados son
    estos ojos que te ven!
    Es para mi, blasón
    besar esta mano de bien... (besa su mano)

    Doña Leonor: Es mutuo este parabién...
    El poder saludarle a vos.

    (ella hace lo propio con su padre. Besa su mano)
    ¿Padre?

    Don Arturo: ¿Qué te trae de nuevo, Leonor?

    Doña Leonor: No estaba en paz con mi alma.
    Esta congoja es mayor
    cuanto más pienso en mi hermana
    y, sabe Dios si mañana
    podré gozar de su amor.
    No pienso que su locura
    pueda acarrear su muerte
    más, si pierde su ventura
    y se enajena su mente ...
    será para todos igualmente
    que verla en la sepultura.

    Don Urbano: Me gustaría pensar ...
    que la suerte de tu hermana (a Leonor)
    pueda en cambio mejorar
    y gozar de una mente sana,
    y que pronto las campanas
    podamos echar a volar.

    Don Arturo: ¡Si así estuviera escrito...!
    ¡Si el destino traicionero
    floreciera el jardín marchito!
    ¡Si éste sino puñetero
    quisiera llevarme primero
    y dejarme en Edén maldito.

    Doña Leonor: ¿Cómo blasfemas así
    padre, cuando a tu lado
    también me tienes a mi?
    ¿No te parece malvado
    hablar así del legado
    que puso el señor en ti?

    Don Urbano: ¡Razón tiene la criatura!

    Don Arturo: Perdonad a los dos os digo,
    es esta maldita locura ....
    y sabed querido amigo
    que yo también bendigo
    ese sayo de clausura.
    ¡Y ved este viejo que goza
    con ver a sus hijas lozanas,
    tanto a Leonor de Mendoza
    como la flor de doña Ana,
    y no habrá muerte temprana
    que me suba a su carroza!

    Doña Leonor: ¡Este es mi padre, señor Conde!
    (a Urbano)
    ¡Y éste su proceder!

    Don Urbano: ¡Sé que el no se esconde
    y no es hombre de retroceder...!

    Don Arturo: Más ahora al parecer...
    mi orgullo no me responde...
    La pena de esta hija mía
    llanto a los ojos me aflora.

    Don Urbano: Yo...

    Doña Leonor: Échale más valentía...
    También don Urbano llora
    la suerte de su señora
    y de Luis Galán de la Ría.

    Don Arturo: ¡Os vuelvo a pedir perdón!
    no puedo evitar, por mi vida...

    Doña Leonor ¡Papa, por Dios!
    ¡No es amor eso que anida
    en esa tu caja zurrón! (caja del corazón)
    Y pon más cerca al corazón
    tu fe con su bienvenida.

    Don Urbano: Haz caso de lo que te dice.
    Piensa que tal vez es pasajero
    el mal que ahora predices...
    y ese caldo tinajero
    puede ser el primero
    vino con el que bendices.
    ¡Debemos al tiempo dejar
    sanar tan hondas heridas!

    Don Arturo: ¡Es algo que me va a matar!

    Doña Leonor: Deja a nuestra Ana querida
    y a esa su pena sentida
    en este Edén reposar.
    Verá que más pronto que tarde
    vendremos a rescatar...

    Don Urbano: ¡No te tuve por cobarde
    compañero de avatar...
    Debes aquí levantar
    ese corazón tan grande.

    (pequeña pausa)

    Siento tener que dejaros...
    ¡Aunque la compañía es amena!

    Doña Leonor: Que Dios te acompañe, Urbano.

    Don Arturo: Que Él te de vida buena
    sea consuelo de tu pena
    y mitigue nuestros pecados.

    Don Urbano: Lo mismo os deseo, amigos.
    Y, Él sea siempre loado...


    Don Urbano, hace el mutis por el foro.









    Canto segundo

    Segunda escena



    Al quedarse solos padre e hija, también a doña Leonor le extraña la presencia de su padre aún en el sanatorio.

    Doña Leonor: ¿Y vos, padre? ¿Parece,
    que os encuentro aquí?

    Don Arturo: Tu hermana no merece
    esta atrocidad tan vil.
    El que éste fuera de sí,
    a más, parece que crece.

    Doña Leonor: ¿Es por eso que has vuelto?
    ¿También temes lo peor?

    Don Arturo: ¡A fe mía que lo siento!
    Siento el calvario mayor
    que soporte un corazón...

    Doña Leonor: ¡Papá, repasa los mandamientos!

    (pequeña pausa)

    Aunque pensándolo mejor...
    parece tal que castigo,
    y que me perdone Dios.
    ¿Sabéis lo que os digo?

    Don Arturo: ¡Dudo que esté contigo
    la paz de nuestro Señor!
    ¿Cómo castigo, Leonor?
    ¿Castigo a tu hermana?
    ¡No he visto más sinrazón!

    Doña Leonor: Sabes padre que Ana
    jamás creyó en la oración;
    sus labios jamás pronunció
    un salmo sobre su cama.

    Don Arturo: ¡No hables así de tu hermana!

    Doña Leonor: No digo si no lo que he visto
    en el parecer de Ana.

    Don Arturo: ¡Calla esa boca, por Cristo!
    ¡Maldito sino proscrito,
    vida cruel y Tirana!

    Doña Leonor: Padre, no es por ofenderle...
    Debí mantener callada
    boca pecadora y mente...

    Don Arturo: ¿Recuerdas la canallada?
    Ahora sería casada
    con don Luis felizmente,
    y no habría hombre en el mundo
    que hiciera que doña Ana
    dudase de su amor un segundo.

    (pausa breve con sumisión de doña Leonor)

    Doña Leonor: ¿Tal vez el Conde fuera
    el hombre que más la amó,
    más... provocó su ceguera
    y el olvidarse de Dios.

    Don Arturo: ¡No sé cuál de las dos
    en más olvido tuviera!
    ¡Vete Leonor de mi vera
    que no necesito yo
    ahondar más en mi pena,
    ni muerte a mi corazón!
    ¡Ya tengo con la razón...
    de Ana, castigo, pena y condena!


    Vase don Arturo por el lateral derecho.












    Canto segundo

    Tercera escena


    Sor Leonor, sola en escena, centro... al quedarse sola se lamenta de su existencia.


    Leonor: ¡Oh, Dios de los cristianos! (clama al cielo)
    ¿Si no puedo sentir tu amor
    por qué tomaste mi mano?
    ¿Por qué todo este horror?
    ¿Qué hizo tu hija Leonor,
    para merecer pecado?
    ¡Dale luz a mis sentidos,
    oh, Jesús crucificado!
    ¿Fue tan profundo y malvado
    este amor a don Luis?
    ¿Dejó este amor clavado,
    esos tus clavos en mi?
    ¡Mátame si es así
    y cóbrate mi pecado! (al cielo)


    En este justo instante entra en escena, don Pedro de Gongóra.
    Hombre blasfemo y cruel.
    Sus pasos y ademanes será muy lentos y, en ningún caso y bajo ningún concepto se encontrara doña Leonor ni con él, ni con su mirada. Sin embargo don Pedro puede dirigir tanto sus ademanes como sus pensamientos y miradas a sor Leonor. Luego...

    Don Pedro: ¿Qué pecado guarda ese nido?
    ¿Está ese pecho condenado?
    ¡Dejad los sayos de lado
    y probad lo no comido!

    Doña Leonor: (parece no oír sus palabras)
    ¿Qué servicios doy a Dios,
    si en casa y con mi hermana
    cometo el pecado mayor?

    Don Pedro: Si fuera ella sor Ana
    y vos doña Leonor...
    por Dios que el amor
    haríalo yo con más ganas.
    ¿Sois vos, aquella dama
    que enarbola su blasón?
    ¿Sois acaso, bella pero fulana
    que cobra la monta a doblón?
    ¡No digáis nada, son Leonor!
    Decídmelo mañana...

    Don Pedro: (ríe a carcajadas, y se crece al ver sola y desvalida a sor Leonor. Ella, o no lo oye, o no quiere contestarle, algo que hace crecer también el ego del villano. Después...

    Don Pedro: ¡Por lucifer, que estoy diciendo!

    Doña Leonor: (absorta en el firmamento)

    Don Pedro : ¿Don Pedro de Gongóra es
    quien ahora está diciendo
    para mañana tal vez?
    ¡El postre que has de comer
    vételo repartiendo!

    Doña Leonor: ¡Vive Dios que estoy sufriendo
    el peso de mi pecado!
    Esto me está consumiendo...
    Debo a mi hermana recado.
    Debo enmendar el pasado
    y mostrar mi arrepentimiento.

    Don Pedro: ¿De qué tiene una santa mujer
    el afán de arrepentirse?
    ¿De ser mártir y virgen a la vez?
    ¿De estar de salirse?
    ¡Conteste, antes de irse!
    ¡O, juro, y dijo pardiez!
    (ríe a carcajadas)

    Doña Leonor: ¿Cómo hice a mi padre amado
    tanto daño al confesarle?
    Será varón condenado
    si antes no logro hablarle
    y confesar mi pecado.

    Don Pedro: (La mira atónito)
    ¿Alguien que me cure habrá?
    ¿Tendrá perdón mi pecado?

    Don Pedro: ¡Qué cien años dure no hay mal,
    ni cura ni licenciado
    que a alma piadosa haya dado
    gloria, antes de palmar.

    Doña Leonor:- Sale llorando dejando aparentemente a don Pedro con la palabra en la boca, que queda desconcertado ante su actitud.









    Canto segundo

    Cuarta escena





    Por el lateral izquierdo, hace su aparición don Luis. Luego...




    D. Luis: ¡Ah! Parecióme oír a Leonor...
    ¿Estuvo por ventura aquí?

    Don Pedro: ¡Se olvida del tratamiento, señor!
    Recuerde que es monja, don Luis.

    D. Luis: ¡No me diga a mi
    cómo llamarla mejor!
    ¿Estuvo, o no estuvo aquí
    la hermana de doña Ana?

    Don Pedro: No le sabría decir
    si estuvo ese alma cristiana,
    o tan loca como su hermana
    terminará por morir.

    D. Luis: ¡Por Cristo que no le entiendo!
    ¿Más claro no puede hablar?

    Don Pedro: ¡Por Belcebú! ¿Tan parco estoy siendo?
    ¡Al llegar aquí estaba,
    más, por más que le hablaba
    más lejos se me iba yendo.

    D. Luis: ¿Hace notar que su mente,
    desvaría también como Ana?

    Don Pedro: Digo que ha estado ausente,
    que no me ha mirado a la cara,
    que su lamento no aclara
    a quien tenía presente.

    (pausa breve)

    Sí, a su Dios, o al diablo.

    D. Luis: ¡Cómo ese su corazón
    más que humano es venablo
    de diablo embaucador!


    Don Pedro: ¡Soy Romeo adulador!
    ¡No me confunda, don Pablo!

    D. Luis: ¿Le divierte las desgracias ajenas,
    patán tosco y rudimentario?
    ¿Es que no ablandan las penas
    a ese corazón carcelario?

    Don Pedro: ¡Mientras me sienta corsario,
    para vos, las penas ajenas!

    D. Luis: ¡Don Pedro, sois Satanás!

    Don Pedro: ¿Sabéis acaso por qué?

    D. Luis: ¿Sentís acaso piedad?
    ¿Conocéis el mal y el bien?

    Don Pedro: ¿Eres Dios o Lucifer
    de esperpento y necedad? (ríe a carcajadas)

    D. Luis: ¡Maldito loco agrillado!

    Don Pedro: ¡Respete al prójimo, Conde!

    Luis: ¿Sois vos, el bien hablado?

    Don Pedro: ¡Por mi vida que responde
    el florete que esconde
    aquesta vaina enfundado!

    D. Luis: ¿Vos, y cuantos más?

    Don Pedro: ¡Me basto y me sobro yo!

    D. Luis: ¡Fácil es el hablar!
    Más... hay que tener corazón.

    Don Pedro: ¡Ese nido del amor
    es el que le hará palmar! (ríe alocadamente)
















    Canto segundo

    Quinta escena





    Justo en aquel instante, por el foro central, entra doña Ana con claros síntomas de malestar. Demacrada, con ojeras y tambaleante. Y esto hace que dambos dos hombres, enfunden de nuevo sus armas; en primer lugar don Luis, y al verlo a él le sigue don Pedro.
    Ella entra maldiciendo a los cielos y renegando de su vida.
    Don Pedro, tras el último improperio hacia la persona de don Luis, hace el mutis por el lateral derecho.




    Don Pedro: ¡Queda pendiente esta cuenta,
    Conde de Peñafiel!

    D. Luis: ¡Vaya con ella la puesta
    de desollaros la piel!

    Don Pedro: (ríe a carcajadas)
    ¿Apuestas por la de él?

    (a Ana que no hace caso)

    D. Luis: ¡Ya se verá en la reyerta!
    (don Pedro al mutis)

    D. Luis se podrá dirigir a doña Ana sin tocarla. Sin embargo, doña Ana, en ningún momento y bajo ningún concepto se dirigirá a él, ni sus miradas podrán encontrarse. Sigue...

    Doña Ana: ¡No puedo con mi destino,
    vengativo y traicionero!
    ¡Ni con esta alma de espino
    o este corazón misionero...!
    ¡Si éste Dios pionero
    quisiera zanjar mi camino...!

    D. Luis: ¿Qué ocurre, paloma mía?
    ¿Qué exhala ese pecho de flores?
    ¿Qué le causa la agonía
    y privó de mis amores?
    ¡Ríe conmigo y no llores
    y olvídate de estos días!
    ¿No miran esos ojos vellos
    a don Luis Galán de la Ría?
    ¡Haz que mis ojos plebeyos
    se amansen cual abadía!
    Y haz que mi alma baldía
    pueda por fin conocello.


    Doña Ana se arrodilla en medio del escenario al público, con aire cansino. Parece desfallecer.

    Doña Ana: ¿De qué me sirve el amor?
    ¿Realmente lo conocí
    o, alucinación del dolor
    fue todo cuanto sentí?
    ¡Qué mas da eso al morir,
    oh, piadoso Señor!

    D. Luis: ¿Qué pensamientos macabros
    torturan a doña Ana?

    Doña Ana: ¡Qué vida tan miserable y vana,
    tan difame y tan ruin!
    ¿Por qué castigas a Ana,
    después de hacerla feliz?
    ¡Por qué se olvidó de mi
    ese Dios de mi hermana!

    D. Luis: Si yo pudiera tomar tu dolor...
    sí tomar tus quejas pudiera,
    más grande sería mi amor
    si más hondas padeciera.
    Mas, quítame la ceguera
    que comprenda tu temor.

    Doña Ana: (cada vez más débil, se le hunden los hombros y mira al cielo)
    ¡ Oh, incrédula y mortal pecadora!
    ¡Cuán lejos estoy de tu lado,
    y qué amarga las lloran
    estos mis ojos cansados
    el llanto del crucificado
    y la pena de la Señora.

    D. Luis: Intercede tu, señora mía. (al cielo como y)
    ¿Por qué esta visión demente?
    ¿Es mi mente que desvaría
    y no reconoce al Clemente?
    ¿Por qué esta quimera hiriente
    en dama cristiana y pía?

    Doña Ana: ¿Es por haber pecado?
    ¿De qué forma te ofendí?
    ¿Fue al haberte negado
    y el alejarme de ti? (al cielo)


    D. Luis: ¡Sal de ella, locura vil
    y dame la Cruz de su pecado!

    (pausa breve)

    Si no fue pía ni cristiana,
    tampoco ella negó
    ni a virgen vaticana
    ni al Dios de sor Leonor;
    ni al hijo de nuestro Señor,
    ni a la Trinidad halada.

    Doña Ana: (le cae la cabeza sobre el pecho)

    -Se sienta sobre sus pantorrillas y así queda, no sin antes dedicarle al cielo su último verso... luego ...-

    Doña Ana: Abre los brazos corazón,
    que va doña Ana a verte.
    No quiero del mundo traidor,
    ni un suspiro sin tenerte,
    pues, no hay mayor deleite
    que el morirse por amor...


    En este momento, al caer su barbilla sobre su pecho, es cuando don Luis la toma en sus brazos, en el mismo suelo y donde amargamente se lamenta al cielo, con su amada sin vida entre sus brazos, y las lágrimas en los ojos.
















    Canto segundo

    Secta escena



    D. Luis llora a su amada... después...


    D. Luis: ¡Dios! ¡Qué pecados cometí
    que así me trata la muerte!
    ¿Es porque te ofendí?
    ¿Es por negar de tu suerte ?
    ¿O, por añorar el tenerte
    después de que te perdí ?
    ¡Oh, vida castigadora !
    ¡Vida impía y villana !
    ¡Vida que la muerte añora!
    ¡Vida que la muerte clama!
    ¡Si me privas de mi dama
    arráncame el alma traidora!

    (breve pausa)

    ¿De qué me sirve la vida
    si me la quitas a ella? ¡Di !
    ¡Si mandas la muerte aguerrida
    y, a segar guadaña vil
    alma cándida que en Ti
    puso prenda tan querida !
    ¡Siega de mi espadaña
    esta corona de espinas
    y arráncame las entrañas !
    ¡O manda la muerte divina
    llevarse este alma cansina
    para pasto de alimañas!
    ¿Qué pecho guarda cayado
    tras conocer de la vida
    los corazones malvados
    de quimeras mal nacidas?
    ¿Qué corazón conocido
    esté o no vencido,
    por sus pecados camina?
    ¡Oh, pensamiento traidor
    que divagas en la nada!
    Tú qué conoces mi amor
    tú qué sueñas a mi amada,
    ¿Por qué mantienes cerrada
    la ventana del amor?
    ¿Porqué no acaba mi pena
    hijo de virgen tan bella?
    ¿Por qué Jesús, mi cadena
    no me encadena con ella?
    ¿Por qué las lejanas estrellas
    no quieren ponerme condena?

    ¡Qué triste sufro mi pena!
    ¿Qué incertidumbre malsana
    baña en mi ría la arena
    orilla de su besana,
    amargo elixir de bardana
    postre de mi última cena?
    ¡No quiero si no es con ella,
    luz de la aurora divina,
    ni mar, ni cielo, ni estrellas,
    pues, sólo con tierra maquina
    este mi cuerpo de espina
    saldar su deuda plebeya!
    ¡No puedes castigarle así,
    oh, Dios de los humanos!
    ¡No quiero contigo vivir,
    ni puedo decirte ufano
    que yo besara tu mano
    a la hora de morir.
    ¿Por qué me muestras liviano
    camino que he de seguir?
    ¿Por qué me tiendes la mano
    si lo que quiero es morir?
    ¿Por qué me haces sentir
    más dolor por mis hermanos?
    ¿No comprendes que proclamo
    mi derecho a no vivir
    sin ese Ángel que amo...?

    Ya que en mi vida ofendí
    ese espejo que hay en ti
    reflejo de los cristianos.
    Castiga mi cuerpo impío
    y cambia este alma por ella;
    seda el agua de su río
    y purifica su querella,
    bendice su cara bella
    y cambia tu amor por el mío.
    ¡Y si el mimbre de mi vida
    zarza de espinas volviere,
    más honda fuera querida
    mujer que del cielo viene.
    Dorado cuerno de placeres
    (cuerno de la abundancia)
    alma por Gloria parida.
    ¡Y si esto al cielo le ofende,
    no habrá rayos en los infiernos
    que la aparte de mi mente,
    y aunque me trague el averno
    juro por Dios que el galerno
    sesga mi vida presente!






    Canto segundo

    Séptima escena




    Entra sor Leonor por el lateral izquierdo, al mismo tiempo, don Luis deja a Ana en su posición (de rodillas sentada sobre sus pantorrillas y, la barbilla clavada en su pecho). El paso de don Luis sigue siendo pausado, muy lento...
    Se aparta con el rostro entre sus manos... después ...




    Doña Leonor: ¡Qué te ocurre, Ana! (corre hacia ella)
    ¡Dios mío, qué horror! (la abraza, mientras a su pecho aflora un llanto sentido)
    "Mis huesos me darán la fama"
    dijiste en una ocasión...
    ¡Qué ciega estuvo tu hermana!
    ¡Y qué poca comprensión,
    al negarte la oración
    por tus pecados de cama!
    ¡Qué sino más desgraciado
    el escrito para Ana!
    Primero, dos desgraciados,
    ahora esta flor deshojada...
    y mi alma malograda
    sin haber confesar pecado.
    ¡Perdóname hermana mía
    si con mi parecer te herí!
    Y en don Luis Galán de la Ría
    también mis actos sentí ...
    ¿Podré con ello vivir?
    ¿Será de perdón la homilía?

    (pausa breve)

    ¡Oh, padre! Temo que pueda matarte
    esta tragedia malsana...
    ¿Cómo comunicarte...
    la muerte de mi hermana?
    ¿Podrá soportar su fama
    ése tu recto talante?
    ¡Por qué te dejaría yo!
    ¡Cuán equivocada estaba!
    ¡Qué débil fué tu tesón!
    ¡Qué ideas te coronaban,
    cuando tu lengua me hablaba
    de aquella fuerza mayor!
    ¡No, no digas nada, mi amor!
    Que descanse en paz tu alma,
    y si es por vida mejor,
    con más amor y más calma
    llévale tú la palma
    y recuerdos a nuestro Señor...

    (le acaricia el pelo y la besa en la frente)

















    Canto segundo


    Octava escena




    Por el lateral izquierdo, don Arturo de Mendoza lleva sus paso hacía su hija Ana, en idéntica posición en la que quedara. Su hermana Leonor, se aparta al ver entrar a su padre.
    A sor Leonor le ahoga el llanto y, con el rostro entre las manos... luego...



    Don Arturo: ¡Hija de mi corazón!
    ¡Dios maldito y tirano...!
    ¿No te valió su razón
    que a ella llamaste temprano;
    y a mi que blasfemo y no amo
    me dejas la desazón?
    ¿Qué mal te hizo mi Ana?
    ¿Acaso porque no creyó
    en tu virtud y tu fama?
    ¿Fue mejor mi Leonor
    una esclava a tu favor
    novicia de salesianas?

    (pequeña pausa)

    ¡Cristo, por qué me has abandonado!
    Porque juro y perjuro
    sin importarme el pecado...
    ¡Pues, más que rezo es conjuro
    las blasfemias de don Arturo
    que no devuelven recado...


    Don Arturo entierra el rostro entre sus manos ante su hija arrodillada en el centro bajo foco, con los hombros y brazos caídos y el rostro sobre su pecho. Más...

    ¡Oh, Dios de los cielos!
    ¿Pero qué dicen mis labios?
    ¡Aunque no tenga consuelo
    éste pecho proletario,
    mi corazón de templario
    debió conocer tu miedo!
    Perdona padre la ofensa
    de un corazón mal herido...

    Doña Leonor: Él será tu defensa

    (con sumisión y pena)

    (sigue)

    de esa tu alma confesa
    y ése tu dolor conocido.

    Don Arturo: (Baja la testa y calla)

    Doña Leonor: También yo reconozco mi error ...
    y a confesar vine a ella,
    más al llegar vi el horror
    de aquesta macabra querella...

    Don Arturo: ¿No esperabas esto de ella...?
    ¿Dijisteis eso Leonor?

    Doña Leonor: ¡Esa fue mi impresión!

    Don Arturo: ¿Está sin vida tu hermana?

    Doña Leonor: Sin ella y con sumisión...

    Don Arturo: ¿Es ahora más cristiana?

    Doña Leonor: ¡Dejad por favor a Ana,
    y dele su bendición!

    (pausa breve)

    Don Arturo: ¡Oh! tengo un extraño consuelo
    más la locura dolía
    que ver a mi hija en el suelo;
    algo que no quería,
    ya que Galán de la Ría
    pudo levantar el velo.

    Doña Leonor: Levanta padre del suelo
    y seca con estos sayos
    tu llanto de desconsuelo.

    (breve pausa)

    D. Luis: Y deja esa flor de mayo
    erguida sobre su tallo
    elevar su plegaria al cielo.


    Se levanta de su lado también, Leonor y su padre (según convenga), a la vez que don Urbano, el Conde de Montijo y Peñafiel, entra en escena por el foro. (centro)





    Canto segundo

    Novena escena






    Don Urbano: ¡Bendito sea el cielo, amigo mío!
    ¿Qué maldición profana,
    carga nuestros destinos?

    Don Arturo: ¡Pobre! ¡No murió en cama
    como pensó doña Ana.
    Sería por fuerza su sino...

    Don Urbano: ¡ Ni virgen de Zaragoza
    ni de casorio en altar;
    ni de la virtud de esta moza
    nadie podría dudar,
    pues, a nadie pudo faltar
    doña Ana de Mendoza!

    Don Arturo: Ahora se cómo te sientes, Urbano.
    ¡Cuán honda y negra es la pena
    que puede producir el pecado!

    Don Urbano: Si la amargura es ajena
    menos amarga es la pena.
    Más... infinita es, si te ha tocado.

    D. Luis: ¡Pardiez que nada entiendo !
    ¿Por qué don Arturo sabe... ?
    ¿Padre, que estás diciendo ?
    ¿Acaso esa vieja nave
    está algún mal padeciendo?
    O, estás a caso sintiendo
    el mismo dolor por mi madre.

    Doña Leonor: ¡Y pensar que todo ocurrió
    por aquél villano y criminal!

    D. Luis: ¡Háblame tú, Leonor
    y calma esta tempestad !
    ¿Alguien me quiere explicar
    y calmar mi desazón ?


    Nadie parece oír sus lamentos. Luis se da cuenta que tanto su padre don Urbano, como sor Leonor, no parecen oírlo, esto hace que, Luis... quede perplejo ante esta actitud, algo que justifica por el momento que se está viviendo.



    Don Urbano: ¡No te aflijas, sor Leonor !
    Aquel aciago día
    a todos nos desquicia.
    Y mi hijo bien habría
    hecho omisión a porfía
    evitando este mal mayor.

    D. Luis: Padre, yo...

    Don Arturo: Parece que vivo ahora
    aquel terrible momento ...


    El paso al siguiente acto se llevará a cabo de la forma que a continuación se detalla.
















    Canto segundo

    Décima escena



    Este paso se realizará muy brevemente, en el menor tiempo posible, lo que apabullar al público.
    Al menos, la transformación de la novia.
    Las luces se apagan todas y, con el escenario a oscuras, saldrá doña Ana de escena y entrará la (enfermera que, haría el papel de doña Ana en el altar momentos antes de casarse), novia. Como al comienzo detallamos, caso de no disponer de gemelas, el rostro de doña Ana en el altar, irá cubierto con un velo. (eso, y la caracterización de doña Ana trastornada o loca, con el rostro malogrado y con ojeras, hará que no nos demos cuenta del cambio de la actriz)
    Ellos tomaran las posiciones convenientes, mientras el altar o efectos de la ermita, habrán sido colocados en sus lugares.
    Para esconder el florido jardín y ambientar la ermita donde se contemplará la escena; también podemos ayudarnos de cortinas de rail, estén o no decoradas con motivos del susodicho lugar de culto.
    A continuación y, tras esos breves instantes que comentamos, de nuevo las luces volverán a su esplendor en este caso muy lentamente y, hasta no lucir el escenario por completo, no retomamos la obra. Después...



    Don Arturo de Mendoza, y don Urbano Galán y Peñafiel, Conde de Montijo, Ana de Mendoza y Luis Galán de la Ría, así como sor Leonor y otros actores si disponemos de ellos.


    D. Luis y doña Ana se besan en escena. Mientras...

    Don Urbano: ¿Cómo te sientes, amigo? (a don Arturo)

    Don Arturo: ¡Siéndome ya librado
    créame lo que le digo!
    Esta hija sin pecado
    cierto temor me había dado
    casarla con un mendigo...
    Es broma amigo Urbano;
    aunque ese temor tuviera
    creo que en buen cristiano
    aquel temor ya muriera,
    y Cristo en los dos pudiera
    concebir un sin pecado.

    Don Urbano: Todo a su tiempo Arturo,
    todo a su tiempo y si ello,
    esos frutos ya maduros...
    enamorados y bellos;
    si los dos han de querello,
    van por mi parte los puros.

    (ríen los consuegros)

    Don Arturo: ¡Vive Dios que es ocurrente,
    bella y solaz esa prosa!
    Más, tenlo en cuenta en tu mente
    que yo no olvidaré la cosa,
    ni onomástica famosa
    al tener a mi nieto presente.

    Don Urbano: ¡Vaya esa apuesta...!

    Don Arturo: ¡Por Dios crucificado!
    No es porfía aquesta
    sino cita de antemano ,
    que en día tan señalado
    selle con humo esa gesta.
    Yo me entiendo, don Urbano.

    Don Urbano: No hay duda que así es
    y así lo entendí yo.
    Pero es compromiso fiel...
    que el vino será el mejor,
    yo lo juro por mi honor
    el honor de un Peñafiel.

    (Los novios se siguen haciendo carantoñas, monerías y chirigotas. Los invitados comentan entre ellos)

    Don Arturo: Estos días de jolgorio...
    Por Dios que me hace feliz.

    Don Urbano: ¡Para felices, los novios!
    Y también me hace mi
    el ver a mi hijo sentir
    tanto amor en el casorio.
    Lástima que su madre no esté
    en día tan señalado. (se emociona)

    Don Arturo: Pensemos más mansamente;
    por bien lo des loado
    si eres de amor rodeado
    algo que será eternamente.
    ¿No lo crees así, amigo mío?

    Don Urbano: He de decir que si.
    ¡Ojalá ese Dios trío (Trinidad)
    no lo separe de mi,
    ni a Ana ni a don Luis,
    ni apague ese amor tan pío.
    ¿Comprendes mi desazón?

    Don Arturo: ¡Dejemos los dos el lío,
    parece ser que el amor... (miran los dos a los novios)
    en buena lid ha vencido,
    y es de buen nacido
    hacer gala del honor.

    Don Urbano: ¡Sea como decís!
    (vanse a segundo plano. Los novios, a bajo foco y publico)

















    Canto segundo

    Décimo primera escena



    Doña Ana de Mendoza y don Luis Galán de la Ría.

    D. Luis: ¿Sientes acaso lo humano
    en amor tan bello y divino?
    Más... al decir que te amo,
    ese ángel peregrino
    que Dios puso en mi camino,
    me hace querubín a lado.
    ¿No es eso lo más sagrado?
    ¿Acaso en aquesta vida
    hay algo mayor probado,
    más ansiada y más querida
    de ese dar la bienvenida
    a este sentir tan callado?
    ¿Hay sentimiento más grande?

    Doña Ana: Luis...

    D. Luis: ¡No, mi ave enjaulada!

    (se refiere al corazón en el pecho. La calla con amor y ternura.)
    No digas nada, señora,
    pues ni noche ni alborada
    tiene más bella la aurora
    que esa faz soñadora,
    el faro de mi arribada.

    Doña Ana: ¡Qué bello cuadro me pintas!
    Cual caballero galante
    no ahorras en verter tinta .
    ¡No digas estar vacante,
    ni mozo soltero brillante
    o pavonear con las cintas!
    (se refiere a las cintas de los tunos)
    ¡Broma es y vive Dios,
    si antes de amanecer
    no soy muerta por tu amor!

    D. Luis: Dígote mi parecer...
    y es que vivas con placer,
    más que mueras por amor.

    Doña Ana: ¿Es verdad ángel mío,
    eso que tu boca clama?
    ¿Es ese torrente de río
    en pecho de porcelana,
    el que velará mi cama
    y a este mi cuerpo de estío?
    ¡Oh, corazón de granada!
    ¡No, no me contestes mi amor!
    No sea que provocada
    ese ave corazón,
    su canto susurre a los dos
    y entristezca mi morada.

    D. Luis: Ni tristezas, ni emboscadas.
    Sólo de amor y deleite
    quiero rebosar tu cama,
    y ser el único penitente,
    un caballero decente
    el único hombre que te ama.

    Doña Ana: ¿Es ése el varón que goza
    rindiéndome pleitesía?
    Doña Ana de Mendoza,
    y don Luis Galán de la Ría;
    no verán más celosía
    que el Pilar de Zaragoza.

    D. Luis: ¡Oh, ángel conciliador!
    Mi mas bendita alabanza,
    mi más ansiado candor;
    remanso donde añoranzas
    conviven con esperanzas
    en este reducto de amor.
    Hoy quiero gritar a los vientos,
    a mundos y a las estrellas,
    que me consume el aliento,
    que bendice mi querella
    este tu amor de doncella
    y me embriagó el pensamiento.

    Doña Ana: ¡Oh, Luis del alma mía!
    ¡Mi flor más perfumada!
    ¡Sereno cauce en mi ría
    y ángel de mi almohada!
    Lucero de madrugada
    y cálida luz en mis días.
    Dios guarde enamorada
    en madriguera "escondía" (se toca el pecho)
    el alma alba y temprana
    de Luis Galán de la Ría.

    D. Luis: Rubrico yo que la mía,
    es presa de doña Ana.











    Canto segundo

    Décimo segunda escena



    Se acerca doña Leonor, hermana mayor de Ana, que es de convento sor, monja de salesianas. Sigue...


    Doña Leonor: ¿Tan a bien están los novios?
    ¿O, como a Julieta y Romeo
    os apadrina el demonio?
    ¿Es todo amor lo que veo,
    o alma del purgatorio
    con engaños de tenorio
    emponzoñan lo que creo?

    Doña Ana: ¡Qué cosas dices, Leonor!
    ¿Tan opaca es tu ceguera?
    ¿No sabes ver el amor
    o en los ojos primavera?
    ¡Pues bendice al que te quiera
    y pon en tu vida una flor!
    ¿Esos hábitos que luces,
    no son para ti la gloria?
    ¡Que tu catecismo y tus Cruces...
    esos de tu memoria,
    no sean sábana mortuoria
    y apaguen a esos tus ojos las luces.
    ¿Tú puedes amar a Dios?

    Doña Leonor: ¡No lo comprendes, Ana!

    Doña Ana: ¡No veo diferencia yo!

    Doña Leonor: ¡Pues ahila! ¡Ahila , y con fama!

    Doña Ana: ¡Yo soy ante Dios su dama!

    Doña Leonor: ¡Y yo tu hermana mayor!

    D. Luis: ¡Haya paz en el cielo!
    Que una esclava de Sales
    no cubra el amor con velo,
    pues puede que otros males
    disfrazados de carnavales,
    aniden en nuestro suelo.
    ¿Es que no ves que tenemos,
    este mutuo sentimiento?
    ¿No entiendes que crecemos,
    uno con otro al encuentro?
    ¿No notas el nacimiento
    en el belén de su seno?
    ¿Tan ciegos son tus sentidos?

    Doña Leonor: Perdonad mi atrevimiento...
    Tal vez me haya vencido
    ese celo que al momento,
    hace que seres queridos
    dejen a otros heridos
    su más bellos sentimientos.
    ¡Lo siento! Perdonad...

    Doña Ana: Debes creer en tu fe
    si esa es tu verdad,
    más no me hagas creer,
    que es este el renacer
    de aquel ángel sin piedad.
    ¡Ese que llamas demonio,
    Satán o Luzbel!

    D. Luis: Ya sea del purgatorio,
    o del infierno tal vez...
    así como tu mujer,
    este hombre no es tenorio.
    ¿Qué es lo que a sor Leonor
    no ha gustado de Galán?
    ¿Acaso me falta honor?
    ¿Rompí palabra cabal?
    ¿Mujeriego y casquival
    me pintas el pundonor?

    Doña Leonor: Ya dije que lo sentía...
    Eres problema de Ana
    que supone valentía
    en su pareja de cama.
    Si ella te da la fama...
    rindele tu pleitesía.

    Doña Ana: Ya veo que como hermanos...
    en los dos el cariño roza.
    Mas al tomar él mi mano ,
    tomó del todo a esta moza...
    Adiós, Leonor de Mendoza,
    y recuerdos al africano.

    D. Luis: ¡Ve con Dios... hermana!

    Doña Leonor: ¡Cómo hieren tus palabras!

    Doña Ana: ¡Ve con Dios, y ama!



    Leonor baja la cabeza y se une a segundo plano rezando el rosario .




    Canto segundo

    Décimo tercera escena




    D. Luis y doña Ana deambulan por la escena, dando con ello lugar, a que, don Arturo y don Urbano, recobren el protagonismo en centro y bajo foco al público.
    Después...



    Don Arturo: ¿No notas en el ambiente
    algún macabro presagio?

    Don Urbano: Yo veo que sonrientes
    los dos oyen el adagio, (como se escribe )
    de trompetas que en el plagio
    copian melodías celestes.

    Don Arturo: No estoy tranquilo, Urbano...
    perdona mi ausencia un momento.

    Don Urbano: toma lo que en tu mano
    esté y necesites.
    Don Urbano: ¡Vete presto!
    ¡Nárrame luego el pecado!

    (se une a sor Leonor don Urbano )
















    Canto segundo

    Décimo cuarta escena




    Se vuelve a centrar la acción al ir don Arturo al público central.




    Don Arturo: ¿Algún nubarrón en el cielo?

    Doña Ana: Cosas mías y de mi hermana...

    Don Arturo: ¿Te dio bendición y consuelo?

    Doña Ana: A Luis y a doña Ana...

    D. Luis: ¡Por Jesús que dio con ganas ,
    con pasión y con denuedo!

    Don Arturo: ¡Por Dios que eso me agrada!
    ¡He sentido el temor
    de ver a tu hermana enojada!

    Doña Ana: ¡Papá, por favor!

    D. Luis: Ningún ave enjaulada
    en esta prisión sagrada (se toca el pecho)
    que tanto engrandece el amor.

    Don Arturo: ¡Bien, os dejo pues!

    Doña Ana: ¡Dios te bendiga padre!

    (se une a don Urbano y su hija sor Leonor)
















    Canto segundo

    Décimo quinta escena



    En este justo instante, hace su aparición por el lateral izquierdo, don Pedro de Gongóra, socarrón y malhablado. (como siempre)


    Don Pedro: ¡Vivan los enamorados!

    Doña Ana: ¡Don Pedro! ¿Por qué vos aquí?

    D. Luis: ¡No creo haberte invitado!
    ¡Ponte y disponte a salir!

    Don Pedro: ¡Calma, don Luis!

    Don Pedro ha vitoreado.

    Doña Ana: ¡Pues vuelva por donde ha entrado!

    Don Pedro: Sólo quiero saludar
    a novios tan estampados...

    D. Luis: ¡Agitas el palomar!

    Doña Ana: ¡Saludó al entrar,
    al salir eche el candado!

    Don Pedro: ¿Así tratáis al amigo,
    con despotismo y coraje?

    D. Luis: ¡Escucha lo que te digo
    villano de medio pelaje!
    ¡O te atravieso ese traje,
    o quedamos como amigos!
    ¡Tú decides!

    Doña Ana: ¡Salid de la iglesia, por Dios! (a don Pedro)

    D. Luis: ¿No ves el lugar que pisas?
    ¿Acaso no sientes temor?

    Don Pedro: A mi, el lugar me da risa!

    D. Luis: ¡Pues, yo soy hombre que avisa,
    pero no llego a avisar dos!

    Doña Ana: ¡Luis, no! Guarda en su funda el acero,
    y, como cabal que eres... ¡Velo!
    (se cubre los ojos con las manos)

    Don Pedro: ¡Mira el lugar compañero!
    ¡No es éste lugar de duelo!

    D. Luis: Se puede teñir el suelo
    del rojo de los braseros...
    ¡Vete de este lugar!

    Don Pedro: (se ríe a carcajadas. Doña Leonor se aparta con sus rezos, y con el rosario en sus manos)
    Don Pedro: (con el cinismo que le caracteriza)
    Perdonen vuestras Mercedes...
    Noto el azul de esas venas
    a través de sus paredes...

    D. Luis: Noto yo esas ajenas,
    cobardes y vanas apenas
    cual llanto de mujeres.

    (toma la empuñadura de su espada)

    sigue...

    ¿Nota la invitación?

    Doña Ana: ¡Por Dios! ¡Ten calma, Luis!

    Don Pedro: ¡Luis, ten calma, por Dios!

    ¡No preocuparos por mi,
    haced como que me fui
    y matrimoniad los dos!

    (Da media vuelta y se dirige hacia el foro central donde se haya doña Leonor)















    Canto segundo

    Décimo secta escena






    Tanto los novios en el lateral derecho, como los consuegro, don Urbano y don Arturo, en el lateral izquierdo, simulan conversación (muda), entretanto se dirige la acción el centro, foro y bajo foco (público), donde en ese instante ha terminado por colocarse doña Leonor....Luego...




    Don Pedro: ¡Vive Dios crucificado! (cinismo suyo)
    ¿Hay bajo los hábitos mujer,
    o ángel endemoniado?
    No me quisiera perder
    de las mujeres placer,
    ni de Satán el pecado.
    ¿Comprendes ángel halado?


    Doña Leonor: ¡Qué dice, por Dios, don Pedro!
    ¡Qué verbo más depravado!

    Don Pedro: ¡Es el del ángel negro
    que a don Arturo por suegro
    le diera el pontificado!

    Doña Leonor: ¡Don Pedro, que aberración!
    ¡Calle esa lengua insana
    y póngala en la oración!

    Don Pedro: Es mi oración tu hermana.
    ¡Y, sor Leonor en la cama
    no debiera estar peor!


    Doña Leonor: (hunde el rostro entre sus manos y rompe a llorar, algo que advierten los demás: su padre don Arturo, don Urbano, doña Ana y también don Luis, que no puede por menos que intermediar en la conversación. Amén de sentirse contrariado al seguir viendo en la ermita a don Pedro, ahora la gota que colma el vaso, son los insultos e improperios que el villano don Pedro le refiere a sor Leonor... sigue...



    D. Luis: ¿Cómo osas mancillar el honor
    de una hermana? ¡Canalla!

    Don Pedro: ¿No es una dama Leonor?
    ¿Acaso es menos mujer que haya,
    o pueda concebir? ¡Pues, punto y raya!
    ¡Es del jardín otra flor!

    D. Luis: ¡Aquí, ahora y en vicaría
    sea sitio o no de lid,
    pagaras cara tu osadía!
    ¡Disponte pues morir! (desenvaina)

    Don Pedro: ¡No me hagas reír!
    ¿Seréis vos y la cofradía?

    D. Luis: ¡Bástome yo al castigar
    lengua traidora y cobarde!

    Don Pedro: ¿Dónde le puedo enterrar?
    Pues creo que esa carne no arde...

    D. Luis: ¡Báh, que para luego es tarde!

    Don Pedro: ¡Si no la podría quemar...!

    Los dos luchan. Sus espadas se entre chocan con rabia.
    Los invitados no pueden (dada la rapidez con que ocurre el hecho), hacer otra cosa que asombrarse, estupefactos ante tan insólito hecho.

    (Bajo ningún concepto en la casa del supremo deben entrar armas, no digamos de usarlas)

    Los floretes continúan su macabro baile. Y sigue...

    D. Luis: ¡Tiempo ha, debí hacerlo!

    Don Pedro: ¡Hacer qué, don Luis!

    D. Luis: ¡Callar esa boca y verlo
    de cuerpo presente aquí!

    Don Pedro: ¿Si esto es lo que da de sí...?
    ¡Por Satán que no podrá conocerlo! (ríe)
    ¡Más yo sí que juraría
    que no gozará matrimonio!

    D. Luis ¿Es esa palabrería
    la verborrea del demonio?
    ¡Doy fe y testimonio
    de hacer pagar tu osadía!


    La pelea se acerca al altar donde acabará. Luego...

    ¡Al tiempo está de arrepentirse!

    Don Pedro: ¡Qué ganas de hacerme reír!
    ¡Hacedlo vos antes de irse!

    D. Luis: De nada debe don Luis.

    Don Pedro: Lo mismo me ocurre a mí.

    D. Luis: ¡Pues el ara debe teñirse!
    ¡Muere!

    Doña Ana: ¡¡Nooooo!!

    (D. Luis se distrae al mirar hacia su grito)

    Don Pedro: ¡Morid vos!


    Los dos al tiempo hacen gala de espadachines expertos y lanzan la estocada definitiva, lo que hace que ninguno de los dos pueda apartarse y esquivar aquellas certeras estocadas. Los dos caen fulminados sobre el altar, ante el aterrador grito de doña Ana y el estupor de los demás...
    Su propio padre, don Urbano, don Arturo y sor Leonor tampoco tuvieron tiempo de reaccionar.
    Las luces volverán a apagarse lentamente hasta quedar la escena totalmente a oscuras, y así como cambiamos, con la rapidez que hicimos el cambio anterior, realizaremos este. Con la mayor brevedad posible haremos el salto a la siguiente escena.
    En esos instantes retomaremos la obra en su punto real... desaparecerá la novia (la enfermera de novia disfrazada. Recordemos que es el papel de doña Ana), los demás, don Arturo, don Urbano y sor Leonor, retomaran sus puestos; doña Ana ocupara de nuevo el centro de la escena en la posición que tenía, y don Luis la suya.
    También don Pedro desaparecerá como entendemos por la última escena real.













    Canto segundo

    Décimo séptima y última escena



    D. Luis: ¡Dios de los cielos, no!
    (Al darse cuenta de la terrible realidad)
    ¡Es espejismos cruel
    el de mi oído malsano!
    Mi mente no llega a creer...
    lo que mis ojos hacen ver
    a este mi corazón llano.


    Luego, se dirige a ellos, lógicamente nadie le responde, ni parece verlo o darse cuenta de su presencia. (no llega a tocar a ninguno)

    A su padre don Urbano... y sigue...

    D. Luis: ¡Dime que no es cierto!
    ¡Dime qué es aberración maldita!
    ¡¡Decidme que no estoy muerto!! (a todos)
    ¡O quizás que esta bendita, (a Ana en el suelo)
    no sea esa flor marchita
    que aparenta en el cemento.
    ¿Me decís al menos eso (a todos)
    o queréis causarme dolor? (besa el cuello de su amada)



    Todos los personajes ocuparán un lugar estratégico (según convenga), de manera que, el foro central quede vacío tras la imagen de Ana en el suelo.
    En este momento se encontrara Luis a espaldas de su amada besando su cuello.
    Tras el, y con paso muy lento hace su aparición el espíritu de Ana de novia y con el velo sobre el rostro, que se dirige a don Luis...
    Aquí, caerá Doña Ana al suelo de bruces y, muy lentamente mientras sigue la obra, asta quedar completamente extendida con los brazos hacia atrás y sentada sobre sus pantorrillas...sigue...


    Doña Ana: Lo dirá mejor un beso
    de la que murió por amor.

    Luis se vuelve al oír la voz de su amada.

    D. Luis: ¡Vive Dios que aquesta flor
    es producto de mis rezos!
    ¡Ana, mi amor!

    Doña Ana: ¡Luis, mi flor más preciada!

    D. Luis: ¿Real eres o alucinación?

    Doña Ana: Soy yo tu bien amada,
    y como tú alucinada
    de ver aquesta visión.

    D. Luis: ¡Oh, venturoso corazón,
    espejo de este alma mía!
    ¡Ahora entiendo la razón
    por la cual no respondías,
    a mi tierna pleitesía
    bello ángel del amor.
    ¿Habrá en el cielo mayor,
    bendición que la mía?

    Doña Ana: Es para mí la mejor
    pues, es la que yo quería,
    la de Luis Galán de la Ría
    y de Dios para los dos.
    ¿Lo crees así, vida mía?





    D. Luis: Triste tragedia ponía
    en nuestra cabeza el velo...
    dulce jardín de ambrosías.
    Mas, esto parece consuelo
    del alto Dios de los cielos
    hecho de amor y poesía.
    ¡No lo crees tú así, amada mía?

    Doña Ana: (suspira sobre su pecho) ¡Ay!



    Las luces llegando este punto, irán palideciendo muy lentamente hasta quedar en total y absoluta oscuridad la sala. Tras un corto espacio de tiempo con ellas así, las encendemos de golpe todas al unísono; quedando el cuadro tal y como finalizara la obra para recibir los aplausos del público. ¿Después...?




    Fin........

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  2. FREDERICK DUMAS DICE QUE ÓJALA LES GUSTE ODA AL AMOR, UNA RETROTRAGEDIA INUSUAL TANTO POR EL ARGUMENTO, COMO POR SU PROSA. PARA CONTACTAR CON EL AUTOR SEPUEDE HACER A TRAVÉS DEL SIGUIENTE E-mail: alf57@hotmail.es

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