viernes, 14 de septiembre de 2007

Así nos luce el pelo: Sobre laicismo y catolicismo

Memorable artículo titulado Dos cruces y publicado en la prensa navarra.


En las Cartas al Director del pasado lunes, la señora Nuria Sánchez Díaz de Isla firma una misiva titulada Laicismo, laicidad y católicos en la vida pública. En ella, ante lo que juzga como renovados y sañudos embates del PSOE -e incluso de UPN- contra la Iglesa católica, cita un pequeño fragmento sobre el significado de la cruz que extrae de un artículo de Natalia Ginzburg, a la que se refiere como "diputada comunista italiana, de origen judío y de pensamiento agnóstico". Si una comunista como Natalia Ginzburg muestra tal respeto por los crucifijos, viene a decirnos la señora Sánchez Díaz de Isla, mucho tienen que aprender de ella nuestros asilvestrados laicistas, todavía por domesticar.

En efecto, Natalia Levi, casada en 1938 con el antifascista Leone Ginzburg -padre de tres hijos, muerto en la cárcel en 1944-, fue elegida en 1983 al Parlamento italiano por el Grupo de los Independientes de Izquierda. Amiga de Pasolini, aceptó el papel de María de Betania en la versión marxista de El Evangelio según san Mateo hecha por este director. La visión del cristianismo de Ginzburg no queda lejos de la de Pasolini: lo ve como un igualitarismo revolucionario. Su respeto por el significado de la cruz seguramente debe mucho al hecho de que, mientras Leone Ginzburg moría en prisión por su activismo antifascista, Natalia y sus hijos encontraban refugio seguro en el convento romano de las Ursulinas. Por el contrario, en 1936, el convento de las Ursulinas de Pamplona fue cárcel provisional de mujeres antifascistas. De haber tenido el infortunio de vivir en Pamplona -en vez de en Roma- Natalia Ginzburg no hubiera hallado refugio en los conventos-cárcel de nuestra ciudad, sino prisión y tormento.

Cabe suponer -sea dicho en descargo de nuestros feroces laicistas, muy conciliadores en el PSOE y todavía por conocer en UPN- que los crucifijos de los conventos de Ursulinas, a la altura de los fascismos, no sólo eran distintos en Pamplona y Roma, sino que significaban cosas opuestas.

JAVIER EDER. Diario de Noticias de Navarra. (22-XII-2006)

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