sábado, 6 de octubre de 2007

CRÍTICA: "El humo azul", de Iñaki de Miguel

Iñaki de Miguel, veterano actor y hombre de teatro navarro, pasó por El Apuntador la temporada pasada para presentar El humo azul en el ciclo municipal Teatro de aquí, pero no pude verlo en ese momento, por la hiperinflacción de programación de la primavera y líos de trabajo. Pude asistir a una representación el pasado miércoles y en un marco especial y tremendamente apropiado, la sede de la ONCE, en un pase especial para personas ciegas y sus acompañantes.

El humo azul parte de los recuerdos y vivencias de Iñaki de Miguel de los primeros años de su vida en un pueblo de la montaña navarra, Burgui, en el valle del Roncal, pero pasado por el tamiz de la poesía y el humor. Iñaki traslada con acierto el hecho de que todos los seres humanos somos exiliados, unos proscritos de nuestra infancia. Más en este caso, porque aunque De Miguel no llega a la cincuentena, habla de un mundo rural que, en esencia, ya prácticamente ha desaparecido: la escuela comunitaria, la radio de galena, jugar todo el día en la calle, el monte como traspatio de la casa, el viaje a la capital como gran acontecimiento porque permite ir a Casa Unzu a comprar la ropa para el año siguiente... El humo azul del título hace referencia al color que la mezcla de la chimenea encendida en días de niebla producía en un pueblo donde el frío era un acompañante fijo diez meses al año.

Iñaki de Miguel, con la dirección de Ángel Sagüés, ha conseguido crear un gran espectáculo teatral a base de anécdotas, vivencias, recuerdos y emociones, en el que el violonchelo se constituye como un personaje más con el que dialoga, y la violonchelista (Eva Niño) en un tercer acompañante muy activo en un viaje a un pasado conducido por el sentimiento. Un espectáculo bien medido, donde se combinan distintas historias cotidianas cuyo componente mágico (la mirada del niño) sabe transmitir muy bien De Miguel a los espectadores. Un espectáculo que gana en intensidad y alcanza su momento cumbre con los poemas que recuerdan la mano del padre y, después, la mano del hijo. Tres generaciones, tres mundos, unidos por la complicidad del actor.

Un espectáculo para ver con los cinco sentidos. Los asistentes, casi medio centenar, pudieron durante la media hora previa charlar con el autor y "tocar" los objetos que componían la función: maletas viejas, la pesada llave de la iglesia, la pelota para jugar a mano en el frontón... y escuchar el cornetín, la campanilla del monaguillo... Los aplausos, intensos, obligaron a Iñaki, Eva y Ángel a saludar tres veces, demostrando el éxito de la función. En realidad, el éxito se transmitió al escenario desde el primer minuto, porque los incansables comentarios en voz alta durante toda la representación, tan molestos en otros espacios teatrales, fueron aquí la prueba evidente de la conexión que existía con el patio de butacas.

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