lunes, 25 de julio de 2011

Crítica de "Los locos de Valencia", montaje del Centre Teatral de la Generalitat Valenciana, en el Festival de Olite

Autor: Lope de Vega. Compañía: Centre Teatral de la Generalitat Valenciana. Dirección: Antoni Tordera. Intérpretes: Martín Cases, José Montesinos, Jaime Linares, Rebeca Valls, Manuel Puchades, Paco Vila, Manolo Ochoa, Lorena López, Reyes Ruiz, Panchi Vivó, Joan Carles Roselló. Lugar y fecha: Escenario de La Cava (Olite), 22 y 23/07/11.

Déjese querer por una loca

LA literatura, y también el habla popular, están llenos de referencias que unen el amor y la locura. También la música, por cierto, como la preciosa canción de La Costa Brava de la que he tomado prestado el título para encabezar este comentario. Déjese querer por una loca: es único. O por un loco, al gusto de cada cual. Algo así piensan los personajes de Los locos de Valencia, una pieza de Lope producida por el Centre Teatral de la Generalitat Valenciana, y que, desde mi punto de vista, está entre lo más original que conozco del autor. Al menos en su planteamiento y desarrollo. El desenlace, con resolución sorprendente, más o menos ex machina, y el habitual triplete de bodorrios, ya resulta más convencional para las costumbres de la época.

La cosa va de lo que sigue: escapando de la justicia por un crimen, Floriano, joven judío, llega a Valencia y, para ocultarse, decide hacerse pasar por loco, de modo que lo internen en un manicomio. Paralelamente, Erifila, una guapa morisca que ha huido con un criado de sus padres, es robada por este, que la despoja de sus joyas y vestidos. Al verla desnuda y, como se dice literalmente, "furiosa" (no es para menos), la toman asimismo por enajenada y acaba con sus huesos escasamente cubiertos por la ropa interior en el mismo hospital mental que Floriano. De ahí al encuentro amoroso hay un paso, y corto. La paradoja de la obra es que lo que en apariencia es un lugar de internamiento termina por resultar el espacio donde los sentimientos circulan y se expresan libremente. Los personajes apelan a la locura, aunque sea fingida, para dar rienda suelta a una pasión que no podrían expresar si se les reconociera como cuerdos.

Los locos de Valencia contiene, cómo no, excelentes versos, marca de la fábrica lopesca. Pero además, por lo peculiar de la trama, Lope se permite algunas licencias. Le salen así algunas rimas divertidísimas por lo absurdas y estrambóticas. Hay excelentes momentos de comedia, como todos los encuentros entre Erifila y Floriano, o las intervenciones de Tomás (Paco Vila) y Martín (Manolo Ochoa) los dos esbirros de Pisano, el gerifalte de la casa de locos. Pero también hay pasajes dramáticos excelentes, como el robo a mano armada de Erifila a manos de su criado Leonato (Jaime Linares), cuya crudeza ha captado muy bien esta creación del CTGV.

Recientemente, este texto conoció una versión por parte de Teatro Corsario, de tan buena factura como el resto de los productos salidos de la mano del desaparecido Fernando Urdiales. A partir de una frase de Floriano, que comparaba su situación con el ajedrez, la compañía vallisoletana recreaba todo un mundo basado en este juego, dando a la obra una ambientación onírica. El espectáculo de los valencianos es algo más convencional en este sentido, aunque la escenografía de Luis Crespo basada en maletas resulta muy atractiva. Incluso, se me ocurre, podrían haberse aprovechado más para las entradas y salidas.

Por lo demás, la dirección de Antoni Tordera resulta encomiable en lo que se refiere a la presentación de cada una de las escenas, que está presentadas con gracia y dinamismo. Los actores trabajan en general de manera espléndida, y me parece de justicia destacar el buen trabajo de Rebeca Valls en el papel de Erifila, que se adueña a golpe de carácter de cada una de las escenas en las que interviene. Así que los actores están bien, la dirección también, la puesta en escena es atractiva... Y sin embargo, me queda un poso de insatisfacción. Se debe, creo, a que la continuidad de la acción resulta entrecortada, lo que hace que el ritmo se resienta. Y esto lo achaco a los intermedios musicales, que sobreabundan, y que alteran a veces la cohesión de las escenas. Pueden estar bien presentados e interpretados (a veces), pero pienso que prescindiendo de algunos (y prescindiendo, ya puestos, del micrófono) la obra ganaría.

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