lunes, 10 de octubre de 2011

Crítica de "Concha... yo lo que quiero es bailar", de Concha Velasco, exhibido en el Teatro Gayarre de Pamplona

Concha... yo lo que quiero es bailar. Texto: Juan Carlos Rubio. Dirección y dramaturgia: José María Pou. Intérprete: Concha Velasco. Músicos: Xavier Mestres, Tomàs Alcalde, Roger Conesa, Xavi Sánchez. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 7, 8 y 9/10/11.

Más vida, menos diva

CUANDO hace un par de años pudimos ver a Concha Velasco como Madame Rosa en La vida por delante, ya alabamos por aquí su valentía y el amor por su profesión. Ahora que vuelve con Concha, yo lo que quiero es bailar (la Velasco "en estado puro", como suele decirse), no cabe sino seguir haciendo lo mismo: reconocer que esta mujer no tiene miedo al riesgo y que le gusta probar cosas nuevas. Lo de nuevas, en este caso, puede resultar un poco paradójico, lo asumo. El espectáculo se basa precisamente en el recuerdo de lo pasado, en el recorrido de la carrera de esta actriz desde que, siendo una mocosa, cantara encima de las mesas del Casino de Valladolid, hasta transformarse en uno de los personajes más populares de la escena, del cine y de la televisión.

Concha Velasco nos recuerda que ha hecho de todo. Bueno, confiesa que tiene una espinita clavada, porque a ella lo que le hubiera gustado es bailar: "¡Yo lo que quiero es bailar!" es el leitmotiv, la frase recurrente que reaparece a lo largo de todo el espectáculo, hasta que éste termina con una coreografía en la que la diva, tras enfundarse una chaqueta roja de lentejuelas, satisface por fin su pretensión.

Lo nuevo de Concha, yo lo que quiero es bailar está en su formato. Al menos por estos lares. José María Pou, que repite dirigiendo a la Velasco después de haberlo hecho en La vida por delante, ha decidido reflejarla en el espejo con bombillitas de los camerinos de Broadway. El espectáculo se mira en el modelo americano, al estilo de los one woman shows en el que una artista reconocida comparte recuerdos y confidencias directamente con el público; con su público, como si se tratase de una entidad personal, un viejo compañero de fatigas, presente e invariable desde el principio.

Lo primordial en esa noche de revelaciones es la sinceridad, o su apariencia. Seguramente todo en la vida es apariencia, por eso las formas son tan importantes: Concha Velasco se presenta vestida con una escueta camisa blanca masculina, unas medias y unos zapatos rojos de tacón, como quien tiene poco que ocultar y no se recata en enseñar lo que enseña. El resultado, el retrato que nos llevamos de Concha Velasco, es el de una curranta nata, una apasionada de su trabajo y de su familia, que es capaz de reírse de sí misma (la referencia al anuncio de las compresas es impagable en ese sentido) y de reconocer sus debilidades. Alguien que entra en el escenario como diva para salir como persona.

Yo lo que quiero es bailar satisfará, por supuesto, a los fans de la artista, que disfrutarán de la parte musical en la que Concha Velasco repasa algunas de las canciones que le han acompañado en su trayectoria: Mamá, quiero ser artista, Las chicas de la Cruz Roja o La chica yeyé (con dedicatoria especial a Pamplona), entre otras; acompañadas por un par de versiones de musicales clásicos, Nothing, de A chorus line, y I'm still here, de Follies, más el tema principal de Hello Dolly, que hace unos años versionó ella misma. Todo esto aumenta, por supuesto, el aroma a Broadway al que me he referido antes. Pero los que no sean exactamente unos incondicionales de la artista también pueden disfrutar del espectáculo gracias a un texto muy bien compuesto por Juan Carlos Rubio sobre el relato oral de la propia Concha Velasco, y que luego ésta recita sobre el escenario a ritmo de vértigo.

Destaco dos momentos: el relato de la noche en que (no) le dieron el Goya, y el recuerdo de cuando compartió escenario con Mary Carrillo. Dos historias sinceras en las que reconoce su deseo de recibir el reconocimiento de los premios y de los aplausos, pero que también la definen como persona. Y, sobre todo, dos anécdotas muy divertidas, como otras que abundan por toda la obra.

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