domingo, 30 de diciembre de 2007

CRÍTICA: "Alí Babá y los cuarenta ladrones", por la Ópera de Cámara de Navarra

Última creación de la Ópera de Cámara de Navarra, el proyecto impulsado por Pablo Ramos hace cuatro años, que sigue creciendo. Alí Babá es sin duda el mejor de los montajes realizados hasta ahora y supone un escalón superior en esta empresa de hacer ópera para todos los públicos surgida en Navarra y que está empezando a rodar fuera de la Comunidad Foral.
Escalón superior porque es una ópera nueva, escrita y musicada hoy, con lo que el repertorio escasísimo para público familiar crece y puede ayudar a su comercialización, siempre difícil. También por el esfuerzo palpable de la gerencia profesional, que ha conseguido un co-productor (ABAO de Bilbao) y mejores posibilidades de comercialización.

Pero hay mucho más, en aspectos estrictamente escénicos. ¿Por qué esta notable mejoría? En primer lugar, por la música de Iñigo Casalí, con bellos momentos mozartianos (donde muestra su dominio de la composición musical) y otros (quizá los más pegadizos) mucho más cercanos al musical de Broadway, y no lo digo como demérito, pues fueron excelentes. En general, lo mejor musicalmente lo ofrecieron todos los momentos cantados por el coro de 23 niños, magnífico en afinación, sentido musical, movimiento escénico y dicción.
Por supuesto, también excelente la orquesta de 17 músicos, bien dirigida por Vicente Egea. Y las coreografías de Becky Siegel, exigentes y bien bailadas por los dos "duendes", muy alejadas de los pasos ramplones que se veían en las coreografías de anteriores montajes.

Pablo Ramos sigue creciendo como director de escena: va olvidando la barroquización de sus inicios, que afeaba y desequilibraba sus montajes (recargados, llenos de aspectos gratuitos y de una constante necesidad de "demostrar" lo mucho que se sabe hacer, de en definitiva hacer evidente la dirección de escena), y ofrece ahora una línea de dirección alejada de la ampulosidad, basada en movimientos sencillos, escenas de grupos bien distribuidas, entradas y salidas más lógicas... Gracias a eso, el espectáculo gana en claridad y, sobre todo, llega mejor al público la historia que ha dramatizado con originalidad y talento Pablo Valdés.
(También he agradecido la casi ausencia de un recurso que me irrita, aunque reconozco que tiene mucho de manía personal y creo que persecutoria: ojalá se terminen de una vez en los montajes para público familiar los paseítos de los personajes por el patio de butacas durante la representación, recurso gratuito, incoherente, falsamente moderno, ventajista y chabacano que denota en el creador una falta de confianza en su capacidad de captar la atención o de crear momentos de tensión en el escenario y, las más de las veces, un escaso conocimiento dramaturgístico y del teatro que se está representando).
Da la impresión también de que en Alí Babá el trabajo de escenografía, iluminación y figurinismo ha estado más conjuntando con la dirección que en anteriores montajes, donde no siempre se remaba para el mismo lado. Por eso mismo, subrayo que el principal mérito de Ramos sigue siendo el de haberse convertido en un "producer" de primer orden, auténtico mánager general con capacidad de convocatoria, captación de recursos, organización de grupos y de compaginar intereses diferentes (cantantes, niños, músicos, escenógrafos). Está dotado de una autóritas que el montaje, perfectamente ensayado, sin errores visibles, transmite en todo momento. Una figura, ésta del productor, de la que andamos escasos en Navarra, además.

Pocos peros a este montaje: quizá lamentar que los bailes de los duendes no estén incorporados a la acción (aunque embellecen las transiciones, por lo visto no estaban en el libreto original y se notan superpuestos a la narración). También ganaría el montaje si Íñigo Casalí tuviera algo más de sentido "dramático" en la secuenciación de la ópera. Ello evitaría que el tema del malvado se cantase en el minuto 40 de la representación y no al principio. Convendría por tanto una reordenación (y seguramente la repetición) de algunos números musicales. Los personajes, de hecho, no se presentan en las primeras páginas y quizá se confía en exceso a la lectura del programa de mano o al conocimiento generalizado del cuento, lo que en mi opinión es un error. El montaje debe entenderse por sí mismo.
En este sentido, yo apuntaría también la necesidad de dotar a estas óperas-musicales de un tema principal, melódico, pegadizo y brillante, que se repita en varios momentos de la obra. No es problema para Casalí, porque ya los ha creado: en Alí Babá existen varios que podrían hacer esa función.

El espectáculo ganará con nuevas representaciones y apuesto a que va a tener una larga vida. Quizá el salto siguiente de Ópera de Cámara de Navarra lo aportará el propio mercado, y estará relacionado con el presupuesto y la ambición, cuando los personajes principales estén interpretados por cantantes profesionales, con voces más potentes, que pasen sin dificultades el foso de la orquesta. Lógicamente, tendrán que tener mayores cualidades interpretativas que los actuales, voluntariosos y entregados, pero limitados, aunque deberían continuar en el proyecto porque tienen capacidad para defender con solvencia partiquinos en un montaje de mayor dimensión. Ojalá veamos pronto en el escenario del Teatro Gayarre esa nueva cota alcanzada por este elenco que ya se ha hecho imprescindible en Navarra y se ha convertido en uno de los mejores regalos de Navidad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has convencido en el hecho de que merece la pena la obra y todo lo positivo que ensalzas.
Disfruto mucho las obras de teatro, las óperas, zarzuelas, etc...
Coincido contigo en muchos aspectos.
Un saludo.

Victor Iriarte dijo...

Muchas gracias por tu participación en el blog. Está abierto a todo tipo de comentarios. Espero verte más por estas páginas.

Iñigo Etayo dijo...

Yo formo parte del coro de niños de la ópera, acabo de leer la crítica y me he sentido halagado, me alegro que te haya gustado.

Muchas gracias por haber ido a verla y por la crítica.
Un saludo.