sábado, 30 de julio de 2011

Crítica de "La celestina", de Fernando de Rojas, dirigida por Mariano de Paco Serrano, en el Festival de Olite

La celestina, de Fernando de Rojas. Compañía: Secuencia 3. Dirección: Mariano de Paco Serrano. Intérpretes: Alejandro Arestegui, Olalla Escribano, Gemma Cuervo, Juan Calot, Santiago Nogués, Rosa Merás, Irene Aguilar, Jordi Soler, Natalia Erice. Lugar y fecha: Colegio Príncipe de Viana, Olite. Público: Lleno.

Amores que matan

LA Celestina no es una pieza fácil de montar. Empecemos dejando esto claro. Tiene una duración kilométrica (16 o 21 actos, depende de la versión), constantes cambios de espacio, y una serie de escenas bastante complicadas de representar sin acogerse a apaños más o menos facilongos o sin suscitar la incredulidad del respetable: la caída de Calisto, por ejemplo; momento crucial, aunque algo rocambolesco, de la representación.

De hecho, según los estudiosos, parece que ni siquiera se escribió con la idea de escenificarse, sino más bien de declamarse por un lector o por un grupo de ellos. Y esto no deja de ser una lástima, porque estoy convencido de que, por muy bien que se hiciera, no tiene que tener ni color con encontrarse cara a cara con unos personajes tan bien dibujados y con tantos matices como la repelente, astuta, y a la vez frágil, vieja Celestina; o con los codiciosos Pármeno y Sempronio; o con los sentimentales, pero también lúbricos, Calisto y Melibea. Su historia es tierna y terrible a la vez: una celebración gozosa de los impulsos de la juventud y, al tiempo, una advertencia de lo trágico de abandonarse a ellos. Lo que se dice siempre: hay amores que matan.

Pues eso, que no es sencillo llevar esta joya a los escenarios. Eso sí, si se hace bien, el resultado devuelve el esfuerzo con creces. Todavía tenemos en la memoria la impresionante adaptación de Robert Lepage, protagonizada por Nuria Espert, que pudimos disfrutar en Baluarte hace algunos años. En fin, no se le puede pedir a todo el mundo que tenga el talento del director canadiense o de la actriz catalana, pero la comparación con la versión que nos ofrece ahora la compañía Secuencia 3 resulta, más que odiosa, dolorosa.

De lo mínimo que cabría calificarla es de mejorable. En casi todos los aspectos, además, empezando por el más importante: el interpretativo. De Alejandro Arestegui (Calisto) guardaba un recuerdo aceptable de su interpretación en El galán fantasma, pero aquí lo veo casi siempre forzado. No termino de encontrar verdad en sus parlamentos, y su movimiento, con intempestivos desmayos o no menos impropios accesos de euforia, se me hace artificioso. Melibea (Olalla Escribano), tres cuartos de lo mismo: las inflexiones de sus frases son siempre idénticas, independientemente del ánimo de su personaje, que tiene una alarmante necesidad de algo que lo vivifique. Gemma Cuervo, por oficio y tablas, podría salvar la papeleta con su Celestina. Y a ratos lo hace, pero hay ocasiones en las que me parece que se le va el personaje por exceso. De todos modos, lamento mucho tener que constatar que varios olvidos en el papel lastran bastante el resultado. Elicia (Rosa Merás), Areúsa (Natalia Erice) y Pármeno (Santiago Nogués) resuelven sus compromisos con dignidad. Y al menos destaco como notable el trabajo de Juan Calot como Sempronio.

Con una labor interpretativa mejorada, la obra ganaría enteros. Pero, además, le haría falta perfeccionar bastante aspectos más relacionados con la dirección, como el estatismo de las escenas; o cómo están concebidas algunas de las partes de la obra, como las escenas más carnales, que, desde luego no son chicha, pero tampoco limoná; o las de la muerte de los personajes, en las que la salida del personaje ya cadáver resulta un tanto traída por los pelos. Y no digo nada de la del cuerpo de Calisto, que tuvo que pelearse con las estrecheces de la escenografía. Esta no destaca por su vistosidad, pero es que, además, los cambios de espacio son complicados, y me parece que también innecesarios la mayor parte de las veces. El lugar de la acción es fácilmente deducible. ¿Para qué complicarse moviendo un aparatoso módulo que no trae más que problemas? En fin, entiendo que la tentación de poner en escena un texto como este vence cualquier prudencia, pero aquí también hay amores que matan.

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