miércoles, 20 de abril de 2011

Crítica de "Querida Matilde", con Lola Herrera, de Pentación Espectáculos, por Pedro Zabalza

Autor: Israel Horowitz. Dirección: Juan Luis Iborra. Intérpretes: Lola Herrera, Daniel Freire, Ana Labordeta. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 14-16/04/11. Público: tres cuartos de entrada (en la función del 14).

Piso y vehículo 'querida matilde'

RESULTA admirable ese empeño de las grandes damas de la escena por no apearse del escenario, en serio. No tienen nada que demostrar, pero ahí siguen, exhibiendo su amor por el género artístico que les ha dado de vivir, y no me refiero solo al punto de vista material. No tienen nada que demostrar, desde luego, pero sí tienen los galones para imponer sus condiciones. Y aquí detectamos ciertas diferencias: hay quien prefiere exponerse a los riesgos de trabajar con jóvenes talentos y con propuestas más exigentes, como Nuria Espert; o quien se queda en límites menos experimentales, pero sin temor a ofrecer una imagen alejada del glamour que se le supondría a una estrella, como Concha Velasco. Lola Herrera ha elegido la vía de la comedia sentimental con Querida Matilde, un texto que es, como suele decirse, un vehículo para el lucimiento de la actriz. Y eso pese a no ser el personaje protagonista según la definición canónica del término, aunque sí el de más relumbrón y el más apetecible del triángulo que encierra la trama.

Esta empieza con la llegada a la casa de Matilde (Lola Herrera) de Matías (Daniel Freire), un argentino a quien su padre ha legado en herencia el piso de Matilde, que reside allí como inquilina. Problemilla: por un acuerdo con el fallecido propietario, la choza (trescientos metros cuadrados frente a la Puerta de Alcalá) no será legalmente propiedad de Matías hasta que la señora la diñe. El arranque tiene sus posibilidades, y por un momento uno creería que le van a presentar una actualización de El pisito a los tiempos de la crisis y la globalización. Pero la cosa no va por ahí, sino por los derroteros del sentimentalismo y del buen rollo. Nada que objetar, en principio. Nada, si la cosa estuviera bien compuesta y correctamente contada, pero no es el caso. Es curioso que el personaje de Matilde se esfuerce en retorcer la rigidez de las convenciones sociales en su vida familiar y amorosa, mientras que la trama está atornillada al convencionalismo más rígido. Todo resulta previsible a kilómetros, sin espacio para la sorpresa. Desde la primera intervención de Concha (Ana Labordeta), la hija de Matilde, en la que abronca como un basilisco a Matías, no hay nadie en la sala que no sepa con certeza absoluta cómo van a terminar los tortolitos.

Seguramente la mayor parte de la responsabilidad habrá que buscarla en el original de Horowitz, pero la adaptación no mejora el material. Ni funcionan los chistes ni se demuestra un derroche de imaginación en el repertorio de tópicos sobre la argentinidad. Pero, sobre todo, las escenas se hacen eternas, porque parecen pensadas más para que Matilde meta sus réplicas que para hacer avanzar una acción de pulso agónico. Hay relámpagos de melodrama que suenan extemporáneos e inverosímiles. Da la sensación de que hay diálogos que ni los actores se creen. Yo al menos, no les creo.

Aún el personaje de Matilde está algo mejor compuesto, aunque no sea exactamente desde un punto de vista narrativo, pero el de Matías y especialmente el de Concha están como huérfanos. Bien mirado, si se buscaba tratar la ausencia de la figura paternal, desde un punto de vista metatextual nos encontramos ante todo un hallazgo.

Pedro Zabalza

1 comentario:

Juliomm dijo...

Como dices, la obra es absolutamente previsible desde el primer momento. Y tiene un humor muy en la línea del teatro de La Latina, como si fueran chistes de los que contaba Lina Morgan en sus buenos tiempos.