viernes, 14 de marzo de 2008

"Hay que purgar a Totó": Nuria Espert trae al Gayarre un vodevil "de libro" para hacernos reir

Este fin de semana, en el Teatro Gayarre, Hay que purgar a Totó, una comedia de Georges Feydeau dirigida por Georges Lavaudant cuya cabeza de cartel la acapara Nuria Espert, autora a la vez de la versión de este texto francés. Actúan también Gonzalo de Castro, Tomás Pozzi, Jordi Bosch, Ana Frau y Carmen Arévalo. Anunciada como la primera vez que la Espert hace humor, con este vodevil.
Viernes 14 a las 20 horas y sábado 15 de marzo a las 20 y 22 horas.
Precio: 24 euros (sala), 18 euros (palco) y 6 euros (anfiteatro).

REPARTO:
Julia Rebollo es Nuria Espert; Sebastián Rebollo es Jordi Bosch; Cayetano Chitín es Gonzalo de Castro; Totó es Tomás Pozzi; Rosa es Ana Frau; Sra. Chitín es Carmen Arévalo y Horacio Troca es Manuel Millán.
Adaptación al español y ayudante de dirección: Luis Blat.
Escenografía y vestuario: Jean Pierre Vergier.
Iluminación y dirección: Georges Lavaudant.

SINOPSIS.
Sebastián Rebollo, un fabricante de loza, invita a comer en su elegante casa a un importante cliente: El Sr. Chitín, presidente de la comisión encargada de decidir la adquisición, por parte del ejército francés, de orinales para los soldados. Rebollo espera conquistar el mercado con una porcelana supuestamente irrompible. Pero varios acontecimientos desagradables van a hundir sus planes: la porcelana no resulta tan resistente como esperaba y su mujer, Julia, en vez de atender al invitado se lamenta de los caprichos de su hijo, Totó, que se niega terminantemente a tomar un purgante.

LA OBRA.
Hay que purgar a Totó (On purge bébé) se estrenó en abril de 1910 en el Théâtre des Nouveautés de París, con gran acogida de crítica y público. Se trata de un trabajo característico de la última etapa de Feydeau, de sus últimas obras en un acto en las que lo cómico descansa menos sobre las fórmulas clásicas del vodevil (resurgimientos, confusiones y gazapos) y más sobre el cuadro -sin tapujos- de los protagonistas.

Al igual que en las farsas medievales, lo cómico surge de situaciones y de personajes estereotipados, de recurrir a los accesorios, a los juegos de palabras obscenas. Rebollo (Follavoine, en la obra original) es la figura del soldado fanfarrón, el charlatán, el comerciante corrupto e incluso del malabarista (un malabarista sin mucho arte, cuando tira sus orinales); Julia es el arquetipo de la típica maruja; Rosa el de la sirvienta boba y Cayetano Chitín encarna al cornudo de toda la vida. Se trata de una pantomima que puede no sólo hacernos reír, sino también emocionarnos, indignarnos, como en las películas de cine mudo en las que Chaplín (del que Feydeau era ferviente admirador) se dedica a tropezar, guiñar el ojo y darle vueltas al bastón.

Por otro lado es, en esta “farsa conyugal” moderna, al igual que en las de la Edad Media, donde los vicios como la mediocridad, la mezquindad, la soberbia, la incultura y la hipocresía de los pequeño-burgueses, se diseccionan sin piedad. La obra comienza con un concurso de ignorancia, que Julia y su esposo aprovechan para intentar separarse aunque no lo consigan. La vestimenta de la que se enorgullece la señora, con su cubo en la mano todo el tiempo, sólo se ve igualada por la vulgaridad del señor para el que el único ideal es vender sus orinales... al ejército. La salvación podría estar en los niños, pero el papel de Totó, tan egoísta y mentiroso como sus padres, no desluce: incluso es él el que desencadena todos los incidentes al negarse a tomar la dichosa poción.

No se puede evitar reparar en la violencia de la diatriba sobre el fracaso matrimonial que mantiene Feydeau, que se había separado de su mujer un año antes de escribir la obra. El matrimonio y la vida familiar aparecen aquí como el marco ideal para todo tipo de vejaciones, humillaciones y fracasos; unas arenas movedizas en las cuales uno se hunde irremediablemente; una celda de manicomio en la que arañamos en vano las paredes acolchadas, un auténtico foso en el que la humanidad se desvanece. Los esfuerzos de Rebollo, que no intenta tanto alcanzar un objetivo como feestablecer de continuo una situación comprometida, sugieren la gesticulación desesperada de un ajusticiado. La simbología de lo fecal y del excremento sería escabrosa (e inaguantable) si no actuara dentro de una metáfora con más significado: la purgación. Rebollo intenta desesperadamente librarse de algo, como el capitán Haddock de su tirita o Hércules de la túnica que le irrita la piel, pero él no sabe ni de quién ni de qué: ¿De su nombre absurdo? ¿De la criada? ¿De la mujer que le persigue? ¿Del “niño” de siete años que es un tirano? Salvo que sea del propio lenguaje: cuanto más habla, más intenta convencer, puntualizar, justificar, y cada vez se enreda más en la tela de araña que su discurso teje a su alrededor, hasta el punto que amenaza con ahogarle. Los duelos verbales con su mujer terminan invariablemente en un ‹‹¡oh!›› de impotencia, como si la parálisis y la estrangulación fuesen su destino natural.

Sólo se puede huir de la trampa mediante la fuga. Se trata de la solución que escogerá tanto Rebollo como Chitín, lógicamente. Pero el mal es global y las ilusiones conyugales se romperán con la misma facilidad que los orinales del fabricante de porcelana. Llena de amoralidad, nada sobrevive al desastre, nada germina en ese abono. Nada triunfa sobre nada, ni la astucia femenina sobre la tontería masculina, como siempre en los sainetes medievales, ya que Julia deja que su propio hijo la manipule. La anécdota no da pie aquí a ninguna “sentencia”, ni el ejemplo a una lección y la flor de la risa no da fruto alguno de sabiduría.

EL AUTOR.
El padre de Georges, Ernest-Aimé Feydeau, era corredor de Bolsa, director de un eriódico y polígrafo: autor de ensayos, de diversas novelas e incluso de obras eatrales; entre sus amigos contaba con Théophile Gautier y Flaubert. Georges Feydeau creció en el seno de un entorno literario y bohemio e hizo gala de su gusto por el eatro a una edad muy precoz. A los catorce años, fundó en el Liceo de San Luis con lgunos de sus condiscípulos el Cercle des Castagnettes, al amparo del cual interpreta con cierto talento a Molière, Labiche o monólogos de su propia cosecha.

A los diecinueve años, Feydeau monta su primera obra en el casino de un balneario, Par la fenêtre (un qui pro quo en un acto con dos actores), que tiene buena acogida. Sin embargo, entre 1882 y 1890, ni las seis comedias quecompone, ni los distintos monólogos que interpretan actores de renombre (Galipaux, Coquelin cadet, Saint-Germain) le permiten abrirse camino. Antes de triunfar en el vodevil, el autor se consideró a sí mismo un maestro del monólogo, género que cultivará hasta el final de su carrera (con, por ejemplo, la Complainte du pauv’ propietaire, en 1916).

En todas las obras de Feydeau, los personajes hacen que choquen sus razonamientos y ambiciones irreconciliables más que hablar sobre el tema. Es una fuente esencial de su comicidad. Tan sólo Tailleur pour dames (1886), con setenta y nueve representaciones, cae en gracia a ojos de la crítica.

En 1892, mientras Feydeau (que se había casado tres años antes con la hija del pintor Carolus Duran) sueña con convertirse en actor, le llega por fin su primer gran triunfo: Monsieur chasse. “No os describiré al público”, escribe Francisque Sarcey, “estaba exhausto, muerto de la risa, ya no podía más”. Otras dos obras de Feydeau también creadas en 1892 confirman el reinado del nuevo monarca del vodevil. Las siguientes obras (Un fil à la patte y El Hotel de Libre cambio, 1894; El pavo real, 1896) le convierten en el dramaturgo francés más célebre de su tiempo, traducido a unos diez idiomas y representado en todas las capitales de Europa. Su gloria llega a la cúspide con La Dame de chez Maxim (1899), que supera ampliamente el millar de representaciones y se convierte en una de las principales atracciones turísticas del París de la Exposición Universal.

Feydeau se permite distanciarse durante algún tiempo del vodevil para dedicarse a sus otras pasiones: el noctambulismo y la pintura. No obstante, en 1904 regresa al teatro con La Main passe, a la que siguen La mosca detrás de la oreja (1907) y Ocúpate de Amelia (1908). A partir de 1908, Feydeau se propone renovar a su estilo y renuncia a los procedimientos del vodevil puro para concentrarse en los recursos cómicos de las disensiones maritales. No cabe duda de que esta vertiente de su obra, inaugurada con Feu la Mère de Madame, tiene su explicación tanto en la preocupación de verse retratado en un género teatral menos despreciado como en sus propios males conyugales: primero
separado y, después, divorciado de su mujer, Feydeau vivirá, en efecto, sus
últimos años en un hotel. De esta época datan las farsas conyugales en un
acto como On Purge Bébé (1910), Mais n’te promène donc pas toute nue(1911), Léonie est en avance (1911) y Hortense a dit: «je m’en fous!» (1916). Sin embargo, Feydeau, envejecido, experimenta siempre más dificultades para terminar sus obras (algunas de las cuales siguen inacabadas). En 1919 una afección sifilítica le provoca graves problemas mentales: Feydeau ha de ser internado en un sanatorio de Rueil-Malmaison, donde muere en 1921.

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