martes, 3 de noviembre de 2009

PEQUEÑAS OBRAS DE GRANDES AUTORES: Don Juan. Memoria amarga de mí, de la compañía de títeres Pelmanec Teatre


Por fin títeres en el ciclo

Por primera vez en la historia del ciclo Pequeñas Obras de Grandes Autores, y creo que va para diez años, los títeres son protagonistas del montaje que sube hoy al escenario del Gayarre. Sin duda, un motivo de satisfacción para todos los que aman el arte de la marioneta. Lo harán en el espectáculo Don Juan. Memoria amarga de mí, que ofrece la compañía catalana Pelmánec Teatre. No es la primera, sino la segunda vez que son intérpretes foráneos quienes ocupan una de las sesiones, tras un precedente exitoso en 2007: Sin noticias de Gurb, adaptación de la novela de Eduardo Mendoza, interpretada por Rosa Novell. También es la segunda vez que toca hablar de Don Juan, tras la puesta en escena hace dos años de El amor del gato y del perro, revisión del mito del donjuanismo escrita por Enrique Jardiel Poncela.

Como todos ustedes saben, y si no aquí estamos para recordárselo, fue un escritor madrileño, cura mercedario, fray Gabriel Téllez, que firmaba como Tirso de Molina, quien lo creó al estrenar en 1625 el drama El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Tirso es una de las cumbres del Siglo de Oro español, aunque la crítica le tiende a considerar un paso por detrás de Lope de Vega, de quien se declaraba seguidor, y de Calderón. Sin embargo, ninguno de ellos puede presumir de haber construido una obra tan potente, el mito literario español por excelencia, seguramente el drama que más versiones exitosas ha conocido.

Les recuerdo el argumento: Don Juan Tenorio es un noble vividor, que disfruta de la gimnasia del engaño a la mujer casi tanto como de la posesión y la huida. La obra de Tirso comienza cuando acaba de yacer gracias a un disfraz con una noble dama, Isabella, en Nápoles. Después burlará a otra en Sevilla, Doña Ana de Ulloa, hija de un comendador (título apreciado, pues es el segundo escalón en una orden de caballería después del jefe, al que llaman maestre). Entre medias, como le da lo mismo arre que so, seduce a dos plebeyas: una pescadora de Tarragona, Tisbea, y una zagala andaluza, Aminta. Son jóvenes casaderas a las que desgracia un posible matrimonio. Don Juan mata en un lance al padre de Doña Ana y tiempo después descubre una estatua suya. Como a chulo no le gana nadie, invita a la piedra a cenar. Ésta aparece a la mesa, agarra bien agarrao del brazo al crápula, y se lo lleva para abajo por el escotillón, y los espectadores saben que, en un teatro, ése es el camino directo al infierno.

-Ésta es justicia de Dios: Quien tal hace, que tal pague -sentencia el Comendador.

Muerto el perro, se acabó la rabia. Las “viudas” ya pueden casar. Todo muy católico, apostólico y romano. En la época de Tirso, con la Inquisición rondando, no había otra.

El segundo gran autor que recrea el mito con éxito es Molière, cuarenta años después, en 1665. El argumento de Don Juan o El festín de piedra es prácticamente el mismo: Don Juan tira a todo lo que se mueve (“el placer del amor consiste en el cambio”, filosofará), y también tira el Comendador, en este caso del brazo, para que el seductor muera abrasado. Esta obra tiene una escena memorable (4ª del acto II), la seducción a dos manos de las campesinas Carlota y Maturina, que yo he visto genialmente interpretada por La Comédie-Française. Lo pongo no por nada en especial, sino porque me gusta presumir. Molière ofrece variantes interesantes. Don Juan se hace antipático por cruel, golpea sin remordimientos a su criado y a la gente llana que se le cruza, se burla de su padre a la cara y no respeta los códigos de la nobleza (debe dinero y se disfraza de gañán para salir por piernas). Lo más llamativo, imposible en Tirso, es su posición ante la religión. No es tanto un pecador como un ateo consciente, feliz por subvertir los cimientos del dogma. A todas ofrece en matrimonio y con todas casa con tal de beneficiárselas.

-Creo que dos y dos suman cuatro y que cuatro y cuatro son ocho -apostillará.

El tercer gran momento teatral del personaje, el más conocido y representado en España tal que hoy, 2 de noviembre, Día de Difuntos, es Don Juan Tenorio, de José Zorrilla (1844), subtitulado Drama fantástico religioso en dos partes. Es de todos el más teatral (pasan muchas cosas en muy poco tiempo, a velocidad de vértigo), las tiradas de versos tienen una musicalidad prodigiosa y el autor consigue hacer simpático a su protagonista, quizá porque lo expone ante el público con sus debilidades: él sí se enamora de Doña Inés tras raptarla, mata al Comendador muy a su pesar, y regresa a Sevilla derrotado y desengañado. La gran novedad del drama es que, porque se ha arrepentido, Inés lo salva por amor y lo acompaña de la mano al cielo. “Cría hijas, que te sacarán los ojos los yernos”, que no dijo el Comendador, pero seguro que lo pensó.

Un Don Juan anciano en el convento

Don Juan. Memoria amarga de mí es un espectáculo de 70 minutos de duración estrenado la pasada primavera en el que dicen es el mejor festival del planeta, Titirimundi de Segovia, y desde entonces ha sido programado en Clásicos en Alcalá, Titelles de L’Alt Camp El Guant (Valls, Tarragona), Teatro de la Abadía en Madrid, Evora (Portugal) y varias ciudades de Brasil, entre otros muchos espacios. Llega pues a Pamplona rodado y con buenas críticas. Rosana Torres, en El País, lo ha calificado de espectáculo “inteligente, puro y auténtico arte”.

Encima del escenario, interpretando un personaje de carne y hueso y moviendo los títeres de tres personajes distintos, está un prestigioso artista, Miquel Gallardo, colaborador de la Compañía Jordi Beltrán en el espectáculo Poemas visuales, que maravilló a los espectadores que lo pudieron ver en Civican en abril de 2008. Gallardo también es fundador de la compañía Tábola Rassa, donde puso en escena un reconocidísimo montaje de El avaro, de Molière, versión muy libre de teatro de objetos protagonizado por grifos, tubos y mangueras, y que usaba la metáfora del agua escasa como el bien que todos los personajes codiciaban. Por Internet circulan algunas imágenes. Logró más de 500 funciones y una decena de premios.

Recientemente, ha montado Pelmánec Teatre (fusión de las palabras catalanas pel y mànec, por el mango), que se ha presentado ante el público con un texto que firman el propio Miquel Gallardo y Francisco Bernal. Lo ha dirigido María Castillo. Tiene como protagonista a un joven fraile, Jacobo, que vive en el convento desde que fue abandonado en un capazo a sus puertas nada más nacer. Por encargo del Padre Luis, prior del monasterio, cuida a un viejo noble que se encuentra allí recogido, don Juan Tenorio, muy enfermo, pero todavía irascible y descreído. Estos dos personajes, junto con la Mujer-Muerte son títeres creados por Martí Doy.

El Don Juan que aparece en la obra, en mi opinión, es el ser despótico que imaginó Molière, con la diferencia de que su personaje en el fondo era un suicida que siempre soñó con morir joven y de forma heroica (como pudo serlo retando a una estatua de piedra) y, en cambio, se muestra desconcertado por haber llegado a la vejez, sin apenas fuerzas, y condenado a una agonía lenta y penosa. Postrado en la cama, recita sus mejores hazañas y recuerda a las mujeres que sedujo. Aparecen en escena, proyectadas mediante audiovisuales, algunas de ellas: doña Inés (interpretada por Ingrid Domingo) y Ana de Pantoja (Annabel Totusaus), del Tenorio de Zorrilla; Tisbea (Dolça Cos) e Isabella (María Castillo), de la obra tirsiana; y Carlota (Marcia Cisteró) y Maturina (Laura Barba), las mozuelas que imaginó Molière.

También dialoga en sueños con don Luis Mejía, personaje clave en el Tenorio de Zorrilla por ser el amigo que desencadena la tragedia cuando le apuesta que seducirá a la mujer con la que se va a casar al día siguiente (Doña Ana de Pantoja). Lo consigue logrando meter preso al amigo y tirando de disfraz. Después, cumple la otra mitad del reto, raptar a una novicia a punto de profesar (Doña Inés). En su finca a las afueras de Sevilla mata al padre de Inés, el Comendador, de un disparo; y a Don Luis, con su espada. Eso ocurre en el drama decimonónico español. La propuesta de Pelmànec Teatro no le es fiel, porque el triángulo Fray Jacobo, Padre Luis y Don Juan guarda una sorpresa final, un truco habitual del teatro romántico: la anagnórisis. Este palabro significa “reconocimiento” y los dramaturgos lo usaban para que, en el momento de mayor tensión dramática, un personaje descubra su verdadera identidad, acelerando un desenlace novedoso. Como se decía en un concurso de la tele, “hasta aquí puedo leer”.

Este subversión de la trama de Zorrilla engrandece los valores de este Don Juan. Memoria amarga de mí, en el que aproximadamente una sexta parte del texto son diálogos textuales de cuatro clásicos, muy bien encajados a pesar de que Moliére escribiera su obra en prosa y el resto con rimas de distinta extensión y métrica. Reconocerán tiradas de versos de Zorrilla y Tirso y quizá no del poeta y ensayista catalán Josep Palau y Fabre (1917-2008), autor de dos recreaciones del mito (Esquelet de Don Joan, de 1957, y Teatre de Don Joan, de 2003).

Cuando escribo del personaje, siempre me acuerdo de la arrebatadora actriz Mae West, tan zorrona ella, que decía: “Cuando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala; soy mucho mejor” y “Las chicas buenas van al cielo; las malas, a todas partes”. Don Juan vio mucho mundo. Y como personaje teatral, no encuentra quien le haga sombra.

Víctor Iriarte

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