sábado, 3 de diciembre de 2011

Crítica de "Diagnóstico Hamlet", de la compañía Pelmanec Teatre, en la ENT de Pamplona

Diagnóstico Hamlet. Compañía: Pelmànec Teatre. Dirección: María Castillo. Intérprete: Miquel Gallardo. Lugar y fecha: ENT, 20/11/11. Público: media sala.

Hamlet, síndrome de Dinamarca

PELMÀNEC Teatre, o Miquel Gallardo, esencia de la compañía, nos ha visitado de manera reincidente con su espectáculo Don Juan, memoria amarga de mí. Una obra espléndida que partía de la sugerente idea de mostrarnos a un Tenorio decrépito, incapaz de valerse por sí mismo, obligado a apurar sus últimos días terrenales en un monasterio. En su nueva creación, Diagnóstico Hamlet, Gallardo repite las claves, formales y narrativas, de su montaje anterior. Claves que convertían su Don Juan en una de las reinterpretaciones más interesantes que he conocido del personaje, dicho sea de paso.

¿Qué tienen en común ambas piezas? Pues, en primer lugar, una cuestión de estilo: el reparto de la acción entre un personaje central de carne y hueso y otros, de cartón y tela. Miquel Gallardo interpreta por partida doble (o triple, o cuádruple) al protagonista de la obra, al tiempo que maneja los títeres que integran el resto del reparto. Esta especie de bululú con marionetas supone un esfuerzo interpretativo titánico, del que tal vez el espectador, metido en la trama, no sea del todo consciente. Puede que no valore en su justa medida el malabarismo verbal del intérprete para mantener a todos los personajes, saltando de uno a otro, con sus diferencias de voz, de estilo o de carácter, sin un momento de respiro en toda la función. Pero, además, en este Diagnóstico Hamlet esa división entre el personaje humano y los títeres cobra un nuevo sentido relacionado con el propio desarrollo de la historia, lo que lo hace todavía más interesante.

El otro punto de contacto con el espectáculo anterior de Pelmànec es, como puede deducirse por el título, el de tomar como punto de partida a clásicos inmortales del teatro para crear con ellos una historia nueva. Algo así como revivirlos para demostrar que no son letra muerta, sino arquetipos universales con la potencialidad perenne de reencarnarse en nuestro presente. De hecho, más o menos esto le pasa a Max Flaubert, el personaje de Diagnóstico Hamlet. Le pasa que Hamlet vive a través de él. El príncipe de Dinamarca ha abandonado la comodidad de su vida literaria para trasladarse a la vida real de Max: tras la muerte de su padre hace unos años, su madre se casó con su tío, y las dudas y sospechas han hecho presa del cerebro de Max hasta trastornarlo. Ahora vive encerrado por partida doble: dentro de una celda de un psiquiátrico, pasa las horas oculto en un armario. Pero Max todavía quiere ser Max. Por eso llama a un psicólogo que le guíe para encontrar la salida. El problema es que el terapeuta tampoco se relaciona con su propia identidad todo lo bien que sería deseable.

La idea argumental de Diagnóstico Hamlet y su final me parecen muy brillantes, así como gran parte de la presentación formal del espectáculo, con las proyecciones que completan una diversidad ya favorecida por el uso de las marionetas, y que nos hace perder la sensación de tener a un solo actor sobre el escenario. El desarrollo, no obstante, me pareció un tanto inconexo, aunque seguramente esto puede justificarse por sintonía con la mente perturbada del protagonista. Tuve algún momento de desconcierto con el comportamiento del personaje del psicólogo, que me resultaba algo chirriante; una cierta sensación de incomodidad que la resolución disolvió por completo, por fortuna, dando paso a esa sensación favorable que deja el presenciar una historia tramada con inteligencia.

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