sábado, 13 de enero de 2007

Miguel Munárriz y Maite Pérez Larumbe estrenan obras

El lunes 15 de enero (8 tarde. Entrada libre) tendrá lugar el estreno absoluto de Extremófilos. Quince días en las Scheylles, de Maite Pérez Larumbe (coordinadora del III Taller de Escritura Teatral), y La última esperanza, de Miguel Munárriz, iniciando el ciclo Pequeñas Obras de Nuevos Autores. Esta primera cita se complementará con otras dos (martes 13 de febrero y martes 27 de marzo) en las que se estrenarán las obras surgidas el III Taller de Escritura Teatral que dirigido Chris Dolan y en el que han participado Jesús Arana, Pedro Charro, Miguel Goikoetxandia y Pablo Salaberri. Las seis obras que conforman el ciclo serán dirigidas por Miguel Munárriz.
Les adjunto algunos datos y les ofrezco la posibilidad de pinchar aquí para ampliar esta información con lo publicado en prensa.

Producto del III Taller de Escritura Teatral impartido entre los meses de octubre de 2006 y enero de 2007 por el escritor, guionista y profesor escocés Chris Dolan, el escenario del Teatro Gayarre acogerá la puesta en escena de las obras escritas por los participantes, además de otras dos escritas por el director de escena de todas las obras del ciclo, Miguel Munárriz, y la coordinadora del Taller, Maite Pérez Larumbe.
Extremofilos, La última esperanza: Por orden de exhibición, en primer lugar se pondrá en escena “Extremófilos”, obra sobre la que su autora, Maite Pérez Larumbe nos da las claves:
¿Adaptarse o reberlarse?, ¿elaborar proyectos propios o dejarse llevar?, ¿teorizar? Deseos, sueños, planes y fabulaciones de cinco cuarentones, amigos de toda la vida, que alquilan una casa en las Seychelles para disfrutar de unas fantásticas vacaciones. ¿Hay en sus maletas bañadores, toallas y protección solar? Lo único evidente es que las han cargado con un peso excesivo del que les va a resultar muy difícil desembarazarse.
Extremófilos cuenta con cuatro actores en el reparto:Maiken Beitia, Marta Juániz, Miguel Munárriz y Eduardo Simón.
La segunda obra es La última esperanza, escrita, dirigida e interpretada, junto con Marta Juániz, por Miguel Munárriz, quien también nos da las claves sobre su función:
Una broma. ¿Por qué no? El futuro, el futuro ficción puede ser una broma. Nos puede parecer divertida o cruel. A los personajes de esta historia no les parece ni una cosa ni otra. Para ellos ese futuro es el presente que les toca vivir. Un presente no muy halagüeño, pero suyo, al fin y al cabo. Tan suyo que siguen teniendo lo único que nunca podrán quitar al ser humano: la capacidad de rebelarse.

2 comentarios:

FREDERICK DUMAS DE WALLS dijo...

ODA AL AMOR




REPARTO

Doña Ana de Mendoza: hija de don Arturo de Mendoza.
Don Luis Galán de la Ría: hijo de don Urbano Galán y Peñafiel, Conde de Montijo.
Doña Leonor de Mendoza: hija también de don Arturo de Mendoza.
Don Arturo de Mendoza: padre de doña Ana y de doña Leonor.
Don Urbano de Galán y Peñafiel: Conde de Montijo, padre de Don Luis
Don Pedro de Gongóra: el eterno borracho y pendenciero.
Enfermera: Llámese, x.








Nuestra historia da lugar en el patio de un sanatorio, en donde podemos ver al foro, algún que otro árbol y, bajo la floresta, también alguna estatua pétrea intenta dar esa vida estática y a la vez mortuoria imagen en recuerdo de aquellos que fueron inmortalizados por la mano del artista cincelador.
En dambos lados se contempla la esplendorosa imagen de un jardín esmeradamente cuidado y, dejando el centro y bajo foco (al público), al descubierto, donde desarrollaremos la acción, dispondremos, tanto el fondo izquierdo, como en el derecho dos bancos de jardín donde dará comienzo nuestra retro-tragedia.
Así nuestra protagonista, aparentemente ausente y enajenada, aunque lúcida en sus respuestas (como veremos más tarde), juega con su pelo y se distrae con la flora y su misma ropa.
El maquillaje de ella, debe dar sensación enfermiza (de alma en pena), con ojeras, tristeza, etc.
Probablemente no encontremos dos gemelas, por lo que debemos esconder los rasgos físicos lo mejor que podamos entre la protagonista, y la enfermera del psiquiátrico. (ya entenderemos el porqué)
Si disponemos de dos actrices gemelas, no habrá necesidad de esconder el rostro de la novia en la décima escena del segundo canto y siguientes.
Sin embargo en el canto primero escena secta, la enfermera deberá llevar mascarilla para esconder el suyo, amén del resto del atuendo de enfermería incluyendo el clásico gorro, o, cofia para camuflar sus cabellos.
No se impaciente amigo lector, lo comprenderá todo al finalizar la obra, tómese su tiempo en leerla. Gracias.























Canto primero

Primera escena





Doña Ana juega distraída en el pequeño jardín del centro, con claros síntomas... primeros síntomas de enajenamiento mental, algo que se irá acentuando a lo largo de la obra... comenzamos...

Doña Ana: (suspira profundo y emocionada) ¡Ay!

Por el foro, aparecerá en escena su hermana Leonor. Después...

Doña Leonor: ¡Buenos días, querida!

Doña Ana: (sólo la mira, sin darle mayor importancia a la reciente visita)

Doña Leonor: parece que mejor veo
aquesta planta florida...
¿Disfrutas de tu recreo?


Doña Ana: ¿Disfruta tu mayor trofeo,
cuando le hurgas la herida?

Doña Leonor: ¿Qué me dices hermana?

Doña Ana: ¡Nada, mira, déjalo!

Doña Leonor: ¿Vuelvo mejor mañana?

Doña Ana: ¡Ese es igual pecado!
¿A sor Leonor ha molestado,
lo que ha dicho doña Ana?

Doña Leonor: (se tapa la boca con la mano)

Doña Ana: ¿Disfrutas de tu recreo? (cinismo)
¿Qué me dices hermana?
¿No recuerdas el feo ,
de los rezos y la cama?
¿Ahora te interesa mi fama?
¡Soltad la pesa del reo!

Doña Leonor: Tú sabes cómo te quiero...

Doña Ana: Mejor con amor te digo...
que ni consuelo ni flor
o para mi muerte castigo,
a menos que sea enemigo
si así me ama Leonor.

Doña Leonor: No puedes culparme a mi
de aciago sino tan negro...
estuvo fuera de sí
ese matón de don Pedro;
¡así que bendice el verbo,
y deja ya de sufrir...!

(pausa breve)

Doña Ana: (deja de hacerle caso y sigue jugando con su pelo)

Sigue...
No puedo bendecir tu cama,
debías ya de saberlo...
Toda alma Mariana
tiene que parecer y serlo.
Yo pecaría al hacerlo
tanto como tú, Ana.

Doña Ana: ¿Crees que es igual amar
a varón lozano y Pío
que ese placer de rezar?
¿Tú crees que este amor mío
es pecaminoso y frío
con el que no se puede gozar?
¿Qué pecado lanzo al cielo
al dormir con mi señor?
¿Acaso está el cielo ciego
y no ve que este amor...

Doña Leonor: ¡Ya ves que es desamor!

Doña Ana: ¡Eso es algo que yo niego!

Doña Leonor: ¡Por Dios, no discutamos!

Doña Ana: No es discutir el hablar.

Doña Leonor: Puede que las dos sintamos ,
cosas que dan que pensar...
Doña Ana: ¡Yo tengo mi vida en paz
y con corazón cristiano!


(pausa breve)



Doña Leonor: ¿Sabes, querida hermana?
¡Como digo que lo siento! ¡Di!
¿Qué pensamiento me inflama
y abrasa este recuerdo vil?
¿Si lo que quiere es perderte a ti ,
por qué sin embargo llama?
¡Más, no daré gozo alguno
ni recuerdo a quien en la vida
priva de agua y ayuno!
¡No perderás la partida ,
ni la darás por perdida
con cristiano o con moruno!
(se refiere a; don Luis por un lado y, don Pedro por el otro y por este orden)
¿Entiendes lo que te digo?

Doña Ana: (asiente con humildad.) Sí...

Doña Leonor: ¡No sabes cómo me duele ver
que se rieran de ti!
Mas, hubo un atardecer
para tan vil proceder...

Doña Ana: No me lo cuentes a mi.
Son buenas tus intenciones...
esas que muestras, Leonor.
Sin embargo no hay razones
para matar al amor
si sufre en su jaula el dolor
la falta de sus pasiones. (hiriente)

Doña Leonor: Es vello volver a oírte
tierno pétalo de Flor.
Si hay garra que quiera herirte...

Doña Ana: ¡No! ¡No más dolor!
Ya perdió mi cuerpo el candor
... aquel que me conociste.
¡Deja que muera mi alma!
Deja que me cubra la noche,
muy despacito... con calma,
y dulce veneno derroche
con su manto de reproches
su negra oscuridad en mi cama.

Doña Leonor: ¡Cómo hieren tus palabras!
¡Si pudiera arrancar de tu pecho
esas ideas macabras,
y coronar en tu lecho
lo que debo por derecho,
otras ideas más sacras.

Doña Ana: Hubo época en que si ...
hallé días de placeres ,
días en los que reí ;
noches que lucero viere ...

Doña Leonor: ¡Pero hoy no te conviene
por esos recuerdos morir!
¡OH! ¡Cuán triste hace el destino
los pesares de la vida!
¡Y qué amargo el trago divino
se toma en la despedida...
Más... se que es de bien nacida
recorrer todo el camino.
No puedes quedarte en el ,
y aunque sea ése tu sino
no debes retroceder ;
has de andar el camino
y con el corazón cansino
llegar hasta la vejez.
¿Recuerdas cuando de niñas,
que calma y que placidez?
¿Recuerdas aquella campiña,
aquellos días del ayer
aquel despertar del ser
y aquel amor sin rapiña? (sin despojos, puro)

Doña Ana: ¡No recuerdes el ayer!
Aquello que antaño vivimos,
es tronco que para el ser
no soporta lo sufrido;
es frágil rama y sabido,
no aguantará la vejez.
Doña Leonor: Es mi intención que pienses
en recuerdos más a menos;
y como si no conocieses
muerte a los malos le demos
y otros mansos y serenos...

Doña Ana: ¿Florezcan y granen sus mieses?
¡No digas majaderías!
¡No hay veneno que no mate!
¿Qué brebaje nublaría
a la muerte en el combate?
¿Qué pócima queda en empate
vida, muerte y agonía?
¡Tú no puedes entenderme, Leonor!
No has amado hasta la muerte...

Doña Leonor: Se que no he tenido ese honor...
mas no le veo deleite,
si aquel que ama se siente
tan sangrante el corazón.
¿Compensa beber esa hiel?

Doña Ana: Por muy amarga que sea,
si ha sido un cariño fiel
por Dios que vale la pena.

Doña Leonor: Más que libertar condena,
el amor de Peñafiel. (se refiere a don Luis)

Doña Ana: ¿Qué puede saber mi hermana
de quereres y amoríos?
¿Conoce sor Leonor la llama
que puede agitar un río,
como orden unos labios píos
y el llanto que estos ojos derraman?
¿Conoce todo eso mi hermana?

Doña Leonor: (baja la cabeza avergonzada)

Doña Ana: ¿Hubo algún hombre en tu vida
que te erizase el bello? ¿Eh?
¿Te hizo Cupido una herida
en el alma y a la vez,
pediste al cielo que él
también la tuviera partida?
¡Cómo puedes comprender!

Doña Leonor: ¡No seas tan cruel, Ana!
Te lo digo por tu bien.
Puede, y tal vez mañana...
encuentres varón con fama
que amores brinde también.

Doña Ana: ¡No...! ¡No habrá varón que ame
a doña Ana de Mendoza!
¡No habrá caballero infame
que a dama de Zaragoza,
ni de mayor ni de moza
la haga sentir más difame. (deshonrosa)
¿Recuerdas que fueron dos?

Doña Leonor: Lo se, Ana querida...

Doña Ana: Pues no hagas que quiebre mi voz
por un alma mal nacida...
ni venga otro a mi vida
a producirme dolor.










Canto primero

Segunda escena





Doña Leonor y doña Ana.
Don Arturo de Mendoza entra en escena por el lateral izquierdo y, al encuentro con sus hijas a centro derecha.




Don Arturo: (a Ana) ¿Qué tal te encuentras, mi amor?

Doña Ana: Sigue en mi pecho latiendo
como el ave en la prisión;
mi corazón padeciendo,
y el luto va oscureciendo
en mi mente la razón...

Doña Leonor: ¡A tu padre no hables así!
¡No hagas más daño en la carne!

Don Arturo: Más vale que pongas fin
a esa tortura cobarde,
antes de que sea tarde
y pueda hacerte morir.

Doña Ana: ¿Alguna ayuda pedí?
¿Algún socorro mendigué?

Doña Leonor: ¡Hay de mi!

Don Arturo: ¡Pardiez!
¡Yo tampoco lo rogué
y ves lo que di de sí?
Dos mujeres crié,
dos niñas en sus comienzos
más, jamás vistes que porfié
ni agua, ni pan, ni lienzos; (se refiere a la ropa)
y supere los tropiezos
que me causó tu niñez.

Doña Ana: ¡Comprendo, yo soy de las dos la mala!

Don Arturo: ¡No quise decir eso... mi amor.

Doña Ana: El ángel es mi hermana...

Don Arturo: ¡Me partes el corazón!

Doña Leonor: ¿No ves que tiene razón
en lo que te dice, Ana?

Doña Ana: (calla unos instantes, luego...)
Vos me conocéis, padre...
jamás me oíste pedir
perdón al ser culpable;
algo que nunca admití.
Sin embargo hoy puedo sentir
mi pecado venerable.
Por eso, hoy más que nunca
de este mundo miserable
y de esta vida que trunca,
lo único por mi deseable
y por la muerte loable
es yacer bajo mi tumba.

Doña Leonor: ¡Cuánto dolor en tu pecho!

Don Arturo: ¡Hija, me partes que el corazón!
No blasfemes bajo el techo (cielo )
morada de nuestro Señor.

Doña Leonor: Pon mejor una flor
donde antes hubo barbecho.
¿No crees que es lo mejor?


Doña Ana: ¡Qué amarga siento la vida
aunque la endulcen los dos!
Más... la tengo merecida
y, ni quiero Gloria conocida (a su hermana)
ni espero gracia de vos! (a su padre)

Don Arturo: (le duelen las palabras de Ana)

Doña Leonor: ¡Vive Dios que no te entiendo!
¿Cómo Galán de la Ría, (D. Luis)
puso tan hondos cimientos?
¿Tanto amor le tenías?
¡Más bien fue su cobardía
la ley de sus mandamientos!

Don Arturo: ¡Hija, por favor! Haya paz...
¿No veis que me estáis hiriendo?

Doña Leonor: ¿No ves que su bondad, (a Ana)
triste la vas consumiendo?

Doña Ana: ¿No veis que estoy muriendo?
¡Olvidadme y dejadme en paz!

Don Arturo: ¡Dios bendito! ¡Qué tragedia!
Ya te falta la razón... (a Ana)
Los fantasmas que le asedian, (a Leonor)
son del infierno, Leonor ;
y es más odio que amor
lo que lleva en su cabeza...
¿No lo crees tú así?

Doña Leonor: (calla)

(pequeña pausa)

Doña Ana: ¡Contesta a tu padre, Leonor!
Si estoy loca di que si;
y si la cordura perdió
los favores que prestó...
es que jamás lo entendí.

Doña Leonor: ¿Te sientes ahora mejor?

Don Arturo: (con el rostro entre sus manos)

Doña Leonor: ¿Qué corazón de granito
enajena la razón?
¿Tan horrendo plebiscito
dan al Conde de Montijo, (se refiere al hijo, don Luis)
esa tu condena mayor?
¿O, fue don Pedro de Gongóra
quien tus sienes tiñó
de albas canas de Aurora?
¿Ese fue tu señor?

Doña Ana: ¡Sabes que no, Leonor!
De don Luis fui señora;
don Pedro fue un poseído,
más, ningún pensamiento le tuve,
por eso allá en su nido... (nicho)
ni flor, ni besos, ni nubes. (lágrimas)
Y por Dios que a bien no pude
desfacer entuerto reñido.

Don Arturo: ¡Claro que no, hija mía!
Si dos hombres en buena lid,
de dama el amor porfían...
uno es el adalid,
el otro es el recibí
de vana palabrería.

Doña Leonor: ¡Eso me parece a mí!
Y la fe que tú no tienes, (a Ana)
ya ves que no tiene fin.
Y no es cuestión de poderes...
es el querer los placeres...

Doña Ana: ¡ Esa fe, es para ti!
¿De qué me vale ser creyente?
¿Es esa mejor compañía
en Romero penitente?
¡Esa fe que conocía...
a don Luis Galán de la Ría
no lo traerá zarza ardiente!

Don Arturo: -¡Tampoco el mundo se acaba,
por muy traidor que éste sea!-

Doña Leonor: No te canses padre mío;
aunque de educación probada
algo cegó su sentido.
Es tozuda y malhablada,
y yo misma estoy cansada
de enderezar su camino.
Dejemos al divino señor
hacer con su criatura...

Don Arturo: ¡Qué estás diciendo, por Dios!
Doña Ana: No alarguéis mi tortura...
¡Dejadme con mi amargura,
e iros con Dios los dos!


Tanto don Arturo, como su hija sor Leonor, hacen mutis por el foro.
Queda en escena doña Ana con sus lamentaciones.










Canto primero

Tercera escena




Doña Ana en el banco se lamenta de su destino.
Cuando se indique: Don Luis Galán de la Ría, hijo del Conde de Montijo, don Urbano Galán y Peñafiel, hace su aparición por el lateral izquierdo.
En ningún momento y, bajo ningún concepto, se cruzará la mirada de doña Ana con la de don Luis, así como tampoco sus cuerpos se tocarán ni rozaran. En cambio don Luis podrá dirigirle sus versos a doña Ana.
Doña Ana permanecerán en todo momento abstraída en sus lamentaciones. Entretanto...


Doña Ana: ¿Qué hice para ofenderte
Virgen de la Santa Cruz?
Si tengo a tu hijo presente
y soy mujer de virtud,
¿dudas que sea decente
dama de honor y creyente
que mendiga esclavitud?
Me das de beber primero,
luego el agua me niegas
más tarde de sed me muero...
¿Por qué a este cuerpo no siegas
este corazón rastrero?
Deja mi cuerpo postrero
en oscuridad negra y ciega.
¡OH! ¡Qué martirio me enajena!
¡Qué vano el corazón siento!
Si corre don Luis por mis venas...
¿Por qué aqueste lamento?
¡Debiera salirme presto,
Ángel que amanse mi pena!
Más... ¿A quién pretendo engañar?
Sí sola en el mundo estoy,
a quien me puedo quejar?
¡Sola con mi pena voy,
y desde el día de hoy
ni padre, mi hermana ni ajuar!
¿Tan locos están mis sentidos
para anular la verdad?
¿Es Don Luis el bandido,
ese que me quieren pintar?
¿Acaso se puede imitar
un amor más complacido?

En este momento don Luis hace su aparición por el lateral izquierdo hacia el centro y derecha.
Sus pasos son lentos, muy lentos... después...


Doña Ana: ¡OH! ¡Don Luis Galán de la Ría! (al cielo)
¿Porqué me lloran mis ojos? ¡Dime!
¿Podré olvidarte algún día?
¿Podrá este pecho que gime
olvidarse de este crimen
y liberar esta mente mía?

Don Luis: ¿Que aflige a ese corazón mío,
mi señora de Mendoza?
¿ Puedo secar el río,
de ese llanto que en la loza,
de esa cara primorosa
surca cual perlas del Nilo?

Doña Ana: ¡Veo que es inútil quejarme...
ya que el eco a mis oídos
acerca para irritarme
más gresca y cizaña a mi nido! (corazón)
¿O es mi razón malsana o Cupido,
quien se empeña en torturarme?



Los dos deambulan por la escena, sin embargo no se encuentran.
Tal vez por su sinrazón, Doña Ana siempre clama al cielo, o maldice para ella su atormentada vida... después...




D. Luis: Es don Luis tu compañía ...
tu amante ferviente y sincero,
pues quiero que con la mía
tu vida forme sendero;
y diga el abate puñetero
doña Ana de Galán y de la Ría.

Doña Ana: ¡Ay, si se pudiera cambiar
de la vida a nuestro antojo ,
el cuando, como y lugar!
Si no hubieran visto mis ojos ...
aquellos dos ríos rojos
sobre piedra en el altar.
Más leve mi condena fuera...

(pausa breve)

¡Cuán triste vivo añorando!

D. Luis: ¡No hagas que mi corazón muera!
¿Es que no estas notando,
como estás torturando
a este, mi amor sin fronteras?

Doña Ana: (calla y mira al cielo)

D. Luis: ¿No oyes lo que te digo?
¿No oyes que quiero casarte?
¿Es que no ves que mendigo ,
un beso para enamorarte?
¿Un abrazo para amarte
a ti, y a ese amor que bendigo?

Doña Ana: ¡Bendito Dios de los cielos!
¡Oh Luis, Luis, Luis... (siempre al aire o al cielo)
¿Cómo ese corazón ciego
no adivinó mi sufrir,
al saber su alma morir
ya que el amor no le niego?
¡Eres para Ana villano,
don Luis de Peñafiel!
¡Eres más que Conde cortesano,
al haber batido con el!
¡Con alegre casquivano
no hubo de manchar su mano
don Luis de Peñafiel.
Pues, si no después más temprano ,
doña Ana de Mendoza es ...
quien parase los pies al villano.

D. Luis: ¡Ni una oración por él!
¡Ni gota de tinta en papel
por aquél don Pedro el astado!

Doña Ana: Y puede ser que algún día
pague con justicia divina
sus continuas villanías...

D. Luis: Creo que como adivinas
estoque de florentina
diera a su caja vacía. (se refiere al pecho)

Doña Ana: Más... ¿Por qué tan cruel sus destinos?
¿Por qué el sino de doña Ana
ha de cargar clandestino
amor que de alma sangrara?
¡Soy ave sin un mañana,
de nombre halcón peregrino!

(pequeña pausa)

sigue...
¡No! ¡La dama de doña Ana
tiene ya escrito su sino! (al cielo)
Y aunque deba morir en cama ,
hecha en mi copa del vino (al cielo)
todo el mal de los caminos
y deja mi boca sellada.

D. Luis: ¡No digas eso, mi amor!
Deja a la muerte maldita
y en el infierno el horror ,
pues, ni la gloria bendita
a este tu amor me quita
tesoro, en mi caja zurrón.

Doña Ana: ¡Oh, mi amado paladín!
¡Mi señor entre señores!
¡Aquel recuerdo que en mi
me abrasa como tizones ;
y ahíta dos corazones
ahora que van a morir!

D. Luis: ¡Pardiéz, que no lo entiendo!





Canto primero

Cuarta escena




Doña Ana y don Luis.
Don Pedro hace su aparición por el foro. También sus pasos son lentos al encuentro con la acción.
En ningún momento y bajo ningún concepto, se encontrarán las miradas de doña Ana y don Pedro tampoco. Sin embargo entre don Luis y el recién llegado, la acción será correcta según se le describe el diálogo.
Doña Ana, parece ignorar a los dos hombres. Después...




Don Pedro: ¡Viva la Virgen serrana!
¡Viva la madre que la parió!
¡Y viva también... tu forma
Conde... ¡Bah! ¡Prior!

D. Luis: ¿Hay una ofensa mayor
que pueda hacerse a una dama?

Doña Ana: (pensativa y ausente)

Don Pedro: ¡Quizás haya otra mayor!
¿Es una novicia dama?
Esa hermana sor Leonor
mujer dos veces hermana.
¿Es para sor Leonor o sor Ana
esos amores de vos? (con burla y cinismo)

Doña Ana: (juega con su traje, su pelo, las hojas de los árboles, las flores... ausente a lo que ocurre en la acción)

D. Luis: ¡Hijo de Satanás!

Doña Ana: ¡Padre, por qué me abandonas!
(llorando al padre que se marchó)

D. Luis: ¿Es esto lo que tu lengua impía
proclama a los cuatro vientos?
(apunta con su mano a doña Ana)
¿Esa es la zarza que ardía
y ése tu mandamiento?
¡Por Dios que aquí y al momento
siégote esa vida baldía!

Don Pedro: ¡Calma, don Luis!
Ante dama primorosa
no se debe combatir.
Puede deshojarse la rosa...

D. Luis: A fe mía que la cosa
no ha de terminar así.

Doña Ana: ¡Y tú, Leonor, hermana mía,
a esto te enseña tu Dios? (sigue enajenada)

D. Luis: ¡ Por Dios, que si amor te tenía,
hay un alma entre los dos
con un cielo lleno de amor
y un rendirte pleitesía!
¿Existe mayor amor y loado...?
¡No, no me contestes, mi amor!
Y piensa que el alumbrado (Dios)
permite que el corazón...
sea sostén y balcón
de pechos enamorados.

Don Pedro: (ríe a carcajadas)Ja, Ja, Ja, Ja...
¡Bravo, don Luis!
Veo que ese pecho enamorado
también se puede partir.
¡Estocada, hop, tocado!
No, no me creáis malvado...
¡No me gusta compartir!

D. Luis: ¡Ruega por tu ventura
crápula del demonio!
¡Te llama tu sepultura!

Don Pedro: ¡Ahora no, que hay testimonio! Ja, Ja, Ja...
D. Luis: Habrá día en el purgatorio
para cruzar vestiduras.

Doña Ana: ¡Oh, amor de mis amores! (al cielo)

Don Pedro: ¿Ves cómo clama por mí? (a don Luis)

D. Luis: ¡No, por favor no llores
que vela tu almohada Luis!

Don Pedro: Ja, Ja, Ja... no me hagas reír.
Pedro en su cama la pone...

D. Luis: ¡Pardiez que atrevimiento!
¡Haya dama o no presente,
juro por Dios si no siento
en mi acero tu sangre corriente!
¡Villano, embaucador y fulero!
(se lleva la mano a su espada...)

Don Pedro: ¡Sea como guste al Conde!
(hace lo propio...)


En ese justo momento, por el lateral derecho hace su entrada a escena el conde de Montijo, don Urbano Galán y Peñafiel.
Su paso es normal.
- A la escena central donde se conserva la acción.-













Canto primero


Quinta escena



Tanto don Pedro, como don Luis su hijo, vuelven sus espadas al cinto donde dormían. Luego...




Don Urbano: ¡Hija! ¿Cómo te encuentras, criatura?
No puedes abandonarte...

Doña Ana: (reacciona ante don Urbano)
Añoro la sepultura,
ya que el afán de mi amante
más que agradar el talante
fue enmarañar mi ventura... (también, cordura)

D. Luis: ¡Jamás pensé padre mío
que me hicieras tamaño desaire!
¿Está venturoso el caserío?

(pequeña pausa)

¡Ya veo que me ignoras, padre!
En otro tu mejor donaire,
gozaré momentos de crío...

(hace el mutis por donde vino: lateral izquierdo)

Don Urbano: ¡No digas eso, mi ángel!

(se queda unos instantes pensativo, luego...)

Tiempo ha, y Dios mediante
perdí a mi bella mujer,
bella y pura cual diamante...
y aunque tambaleó mi talante
conseguí mantenerme en pie.

Don Pedro: ¡Con su permiso, caballero!
Veo que también se ignora
a espadachín y aventurero...
a don Pedro de Gongóra.
Lo mismo le digo señora...
¡Quedad con Dios, placenteros!

(don Pedro también hace el mutis por donde vino: por el foro)

Don Urbano: Hay que conseguir ser fuertes
y vencer los avatares de la vida.
Y nunca debes detenerte,
Ana: (le escucha enajenada, pero prestando atención)

Sigue...
por honda que sea tu herida.

Doña Ana: Estoy por don Luis dolida.

Don Urbano: ¡Vive Dios que está presente!

Doña Ana: ¡Siento tan vacía el alma!
¡Tan hueco tengo mi pecho!
¡Tan vanas las esperanzas!

Don Urbano: ¡Calma!

Doña Ana: ¡Está tan frío mi lecho ,
mi corazón tan maltrecho
que mi gozo reina en las malvas! (camposanto)

Don Urbano: ¿Qué puede decir mi boca
que serene tu agonía?
Sabiendo que mi ser evoca
a don Luis Galán de la Ría ...
pero se que mi hijo querría
ver la sonrisa en tu boca.
¿No lo crees tú así?

Doña Ana: ¡Poco amor yo le tendría
si él me viese reír!
No... no tengo esa alquería,
y se que lo conocía...
más... ¡qué hondo es este sufrir!

Don Urbano: No te atormentes Ana...
No llores más por mi hijo ,
y seca el llanto en tu cara
que aquí el conde de Montijo ,
más clara verdad no dijo
al decir que te cuidaba.





Canto primero

Secta escena



Doña Ana y don Urbano Galán y Peñafiel, Conde de Montijo, conversan. Tras ellos, por el lateral derecho, hace su aparición don Arturo de Mendoza, padre de doña Ana. Su paso es normal. Después...



Don Arturo: ¡Ah! ¡Estás aquí, querido amigo!

Don Urbano: Que tal, Arturo, ¿cómo estás?

Don Arturo: ¡Bendita Cruz! ¿Cómo te digo?

Don Urbano: Ya se de tu malestar...

Don Arturo: ¿Sabes que me puede matar (apunta a su hija Ana )
si ver la luz no consigo? (a su amigo)

Don Urbano: ¡Me partes el corazón!
Arturo, sabes que se curará
no muere nunca el amor... (a Ana)

Doña Ana: ¡Ni nunca renacerá!
Se que no me pesará
guardar tan hondo dolor.

Don Urbano: No ayuda en nada a tu padre
esa actitud casquivana.
¿Si te escuchara tu madre...
entiendes moza lozana,
al oírte, si no dejaría en su cama
de nuevo la vida cobarde?

Doña Ana: (de nuevo se ausenta mentalmente, parece no oír)

Don Arturo: ¡Por Dios que no he conocido
hombre con más valentía! (a su amigo)
Al parecer no has venido
a llorar el amor que sentías
sino, a serenar esta ria
que está perdiendo el sentido.
¿No es así buen amigo?
Doña Ana: (se acerca a ellos ausente)
Don Urbano: No creas en mi lo que veas, Arturo.
Aun recojo pedazos ...
créeme que es más duro
para este pecho de retazos ,
el no poder con mis brazos
rodear corazón tan puro. (se refiere a su hijo don Luis)

Doña Ana: ¡Ya veo que la culpa es mía,
oh, vida castigadora
verduga y demonia impía...
No digas padre que ahora ,
no fue tu hija Señora
de aquel Galán de la Ría.

(Los dos se asombran ante su lamento)

sigue...
¿Es acaso aquesta dama
cera y pabilo en la vela?
¿Es la locura malsana
acaso la que recela ,
si sueño o quimera era
ese fantasma en mi cama?
¿Ese ángel torbellino,
ese adonis insaciable
de tacto y piel cebellino,
el ara de mi destino
del amor más deseable?
¿Puede ser eso loable?

Don Arturo: ¡Claro, mi amor! ¡Sin duda!

Don Urbano: ¿Es Dios menos venerable?


Se acerca una enfermera por el foro al encuentro con la acción. Luego...


Enfermera: ¡Perdón! Debo llevarme a doña Ana.

Don Arturo: Haga lo que deba hacer...

Don Urbano: Tendrás mi visita mañana.
¡Palabra de Peñafiel!

Doña Ana: No tengo otra cosa que hacer...
Mis huesos me darán la fama.


Enfermera y Ana, al mutis por el foro.
Atrás, terriblemente apenados ...




Canto primero

Séptima escena


Don Urbano: Siento comprobar que a doña Ana
el fantasma de la razón,
más que rozar su cama
dio de lleno en su corazón ...
más... fe hay que tener en Dios,
Él velará por tu Ana.

Don Arturo: Loado seas, Urbano ,
por desear que en mi casa
ponga nuestro Dios sus manos.

Don Urbano: (se apena y, el llanto aflora a sus ojos)
En la mía no se cansa
de bailar la comparsa (reunión de máscaras)
ese diablo villano.

Don Arturo: ¿Ahora que Ana se ha ido
a mis pies te derrumbas?
¿Soy yo el que al oído
debo iluminar tu penumbra?
¿Dónde esa fuerza acostumbra
aprisionar sus quejidos?
¡Animo, amigo mío!

Don Urbano: ¡Perdona aquesta flaqueza!

Don Arturo: ¿Después de que yo descarrío
te desnudas de entereza?

Don Urbano: Ya pasó la mi pobreza,
de este fatal desvarío.

Don Arturo: Tengo que reconocer...
ante ti también mi flaqueza, pues
... los hechos de antes de ayer
están minando mis fuerzas.

Don Urbano: Reconozco la torpeza
de don Luis al hacer...
No hubo de tocar la espada,
no debió desenvainar...
No tuvo que haber estocada ,
y menos en el altar.

Don Arturo: Don Pedro es el abatatar (vergüenza )
de aquesta piedra sagrada.
Mas, olvidemos el quebranto
pues, por más que se pueda orar
no ha de bajar ese santo;
y la vida no vuelve empezar,
aunque muera en el altar
ella sigue con su llanto. (se refiere a la vida)
¡Es algo que no se puede borrar!

Don Urbano: Ni borrar mi cuenta nueva...
No se puede a la muerte matar
ni pasar el tiempo que espera.
Sin embargo vida entera
se quiere vivir y gozar.

Don Arturo: Ese bellaco de don Pedro
fue quien con su cobardía,
puso madera de cedro
sobre Luis Galán de la Ría,
y sobre esta pobre mía...
¡Ese maldito cabestro!

Don Urbano: ¿Que importan esos desvaríos
después que la pena apoca?

Don Arturo: ¡Si lograra con las mías
sanar esa mente loca...! (se lamenta)
Si Dios pusiera en mi boca
y en mi corazón baldío ...
esa paz que el cielo evoca,
en mi Ana nuevamente...

Don Urbano: Piensa que hasta las rocas
mueve la fe levemente.

Don Arturo: Sí, pero sólo el relente
erosiona esas piedras toscas.

(pequeña pausa)

Antes me ha despedido
ésta mi hija del alma ...
y aquélla sin concebido
también de su lado echaba.
¿Crees que amor nos guardaba,
doña Ana al despedirnos?

Don Urbano: Estoy convencido de ello.
El alma que ha sido educada
bajo ese temor del cielo
no puede ser tan malvada.

(pequeña pausa)

sigue...
Sólo ha de ser salvada
con un poco de consuelo.
Es más, esta donde puede curarse.

Don Arturo: Eso espero amigo mío.



Canto segundo

Primera escena



En el jardín del sanatorio, don Arturo y el Conde de Montijo, don Urbano Galán y Peñafiel.
Doña Leonor, la hermana sor Leonor, monja salesiana (de San Francisco de Sales), o, de Sales, entra en escena por el lateral derecho yendo a la acción: centro izquierda. Tras eso...




Don Urbano: ¡Bienaventurados son
estos ojos que te ven!
Es para mi, blasón
besar esta mano de bien... (besa su mano)

Doña Leonor: Es mutuo este parabién...
El poder saludarle a vos.

(ella hace lo propio con su padre. Besa su mano)
¿Padre?

Don Arturo: ¿Qué te trae de nuevo, Leonor?

Doña Leonor: No estaba en paz con mi alma.
Esta congoja es mayor
cuanto más pienso en mi hermana
y, sabe Dios si mañana
podré gozar de su amor.
No pienso que su locura
pueda acarrear su muerte
más, si pierde su ventura
y se enajena su mente ...
será para todos igualmente
que verla en la sepultura.

Don Urbano: Me gustaría pensar ...
que la suerte de tu hermana (a Leonor)
pueda en cambio mejorar
y gozar de una mente sana,
y que pronto las campanas
podamos echar a volar.

Don Arturo: ¡Si así estuviera escrito...!
¡Si el destino traicionero
floreciera el jardín marchito!
¡Si éste sino puñetero
quisiera llevarme primero
y dejarme en Edén maldito.

Doña Leonor: ¿Cómo blasfemas así
padre, cuando a tu lado
también me tienes a mi?
¿No te parece malvado
hablar así del legado
que puso el señor en ti?

Don Urbano: ¡Razón tiene la criatura!

Don Arturo: Perdonad a los dos os digo,
es esta maldita locura ....
y sabed querido amigo
que yo también bendigo
ese sayo de clausura.
¡Y ved este viejo que goza
con ver a sus hijas lozanas,
tanto a Leonor de Mendoza
como la flor de doña Ana,
y no habrá muerte temprana
que me suba a su carroza!

Doña Leonor: ¡Este es mi padre, señor Conde!
(a Urbano)
¡Y éste su proceder!

Don Urbano: ¡Sé que el no se esconde
y no es hombre de retroceder...!

Don Arturo: Más ahora al parecer...
mi orgullo no me responde...
La pena de esta hija mía
llanto a los ojos me aflora.

Don Urbano: Yo...

Doña Leonor: Échale más valentía...
También don Urbano llora
la suerte de su señora
y de Luis Galán de la Ría.

Don Arturo: ¡Os vuelvo a pedir perdón!
no puedo evitar, por mi vida...

Doña Leonor ¡Papa, por Dios!
¡No es amor eso que anida
en esa tu caja zurrón! (caja del corazón)
Y pon más cerca al corazón
tu fe con su bienvenida.

Don Urbano: Haz caso de lo que te dice.
Piensa que tal vez es pasajero
el mal que ahora predices...
y ese caldo tinajero
puede ser el primero
vino con el que bendices.
¡Debemos al tiempo dejar
sanar tan hondas heridas!

Don Arturo: ¡Es algo que me va a matar!

Doña Leonor: Deja a nuestra Ana querida
y a esa su pena sentida
en este Edén reposar.
Verá que más pronto que tarde
vendremos a rescatar...

Don Urbano: ¡No te tuve por cobarde
compañero de avatar...
Debes aquí levantar
ese corazón tan grande.

(pequeña pausa)

Siento tener que dejaros...
¡Aunque la compañía es amena!

Doña Leonor: Que Dios te acompañe, Urbano.

Don Arturo: Que Él te de vida buena
sea consuelo de tu pena
y mitigue nuestros pecados.

Don Urbano: Lo mismo os deseo, amigos.
Y, Él sea siempre loado...


Don Urbano, hace el mutis por el foro.









Canto segundo

Segunda escena



Al quedarse solos padre e hija, también a doña Leonor le extraña la presencia de su padre aún en el sanatorio.

Doña Leonor: ¿Y vos, padre? ¿Parece,
que os encuentro aquí?

Don Arturo: Tu hermana no merece
esta atrocidad tan vil.
El que éste fuera de sí,
a más, parece que crece.

Doña Leonor: ¿Es por eso que has vuelto?
¿También temes lo peor?

Don Arturo: ¡A fe mía que lo siento!
Siento el calvario mayor
que soporte un corazón...

Doña Leonor: ¡Papá, repasa los mandamientos!

(pequeña pausa)

Aunque pensándolo mejor...
parece tal que castigo,
y que me perdone Dios.
¿Sabéis lo que os digo?

Don Arturo: ¡Dudo que esté contigo
la paz de nuestro Señor!
¿Cómo castigo, Leonor?
¿Castigo a tu hermana?
¡No he visto más sinrazón!

Doña Leonor: Sabes padre que Ana
jamás creyó en la oración;
sus labios jamás pronunció
un salmo sobre su cama.

Don Arturo: ¡No hables así de tu hermana!

Doña Leonor: No digo si no lo que he visto
en el parecer de Ana.

Don Arturo: ¡Calla esa boca, por Cristo!
¡Maldito sino proscrito,
vida cruel y Tirana!

Doña Leonor: Padre, no es por ofenderle...
Debí mantener callada
boca pecadora y mente...

Don Arturo: ¿Recuerdas la canallada?
Ahora sería casada
con don Luis felizmente,
y no habría hombre en el mundo
que hiciera que doña Ana
dudase de su amor un segundo.

(pausa breve con sumisión de doña Leonor)

Doña Leonor: ¿Tal vez el Conde fuera
el hombre que más la amó,
más... provocó su ceguera
y el olvidarse de Dios.

Don Arturo: ¡No sé cuál de las dos
en más olvido tuviera!
¡Vete Leonor de mi vera
que no necesito yo
ahondar más en mi pena,
ni muerte a mi corazón!
¡Ya tengo con la razón...
de Ana, castigo, pena y condena!


Vase don Arturo por el lateral derecho.












Canto segundo

Tercera escena


Sor Leonor, sola en escena, centro... al quedarse sola se lamenta de su existencia.


Leonor: ¡Oh, Dios de los cristianos! (clama al cielo)
¿Si no puedo sentir tu amor
por qué tomaste mi mano?
¿Por qué todo este horror?
¿Qué hizo tu hija Leonor,
para merecer pecado?
¡Dale luz a mis sentidos,
oh, Jesús crucificado!
¿Fue tan profundo y malvado
este amor a don Luis?
¿Dejó este amor clavado,
esos tus clavos en mi?
¡Mátame si es así
y cóbrate mi pecado! (al cielo)


En este justo instante entra en escena, don Pedro de Gongóra.
Hombre blasfemo y cruel.
Sus pasos y ademanes será muy lentos y, en ningún caso y bajo ningún concepto se encontrara doña Leonor ni con él, ni con su mirada. Sin embargo don Pedro puede dirigir tanto sus ademanes como sus pensamientos y miradas a sor Leonor. Luego...

Don Pedro: ¿Qué pecado guarda ese nido?
¿Está ese pecho condenado?
¡Dejad los sayos de lado
y probad lo no comido!

Doña Leonor: (parece no oír sus palabras)
¿Qué servicios doy a Dios,
si en casa y con mi hermana
cometo el pecado mayor?

Don Pedro: Si fuera ella sor Ana
y vos doña Leonor...
por Dios que el amor
haríalo yo con más ganas.
¿Sois vos, aquella dama
que enarbola su blasón?
¿Sois acaso, bella pero fulana
que cobra la monta a doblón?
¡No digáis nada, son Leonor!
Decídmelo mañana...

Don Pedro: (ríe a carcajadas, y se crece al ver sola y desvalida a sor Leonor. Ella, o no lo oye, o no quiere contestarle, algo que hace crecer también el ego del villano. Después...

Don Pedro: ¡Por lucifer, que estoy diciendo!

Doña Leonor: (absorta en el firmamento)

Don Pedro : ¿Don Pedro de Gongóra es
quien ahora está diciendo
para mañana tal vez?
¡El postre que has de comer
vételo repartiendo!

Doña Leonor: ¡Vive Dios que estoy sufriendo
el peso de mi pecado!
Esto me está consumiendo...
Debo a mi hermana recado.
Debo enmendar el pasado
y mostrar mi arrepentimiento.

Don Pedro: ¿De qué tiene una santa mujer
el afán de arrepentirse?
¿De ser mártir y virgen a la vez?
¿De estar de salirse?
¡Conteste, antes de irse!
¡O, juro, y dijo pardiez!
(ríe a carcajadas)

Doña Leonor: ¿Cómo hice a mi padre amado
tanto daño al confesarle?
Será varón condenado
si antes no logro hablarle
y confesar mi pecado.

Don Pedro: (La mira atónito)
¿Alguien que me cure habrá?
¿Tendrá perdón mi pecado?

Don Pedro: ¡Qué cien años dure no hay mal,
ni cura ni licenciado
que a alma piadosa haya dado
gloria, antes de palmar.

Doña Leonor:- Sale llorando dejando aparentemente a don Pedro con la palabra en la boca, que queda desconcertado ante su actitud.









Canto segundo

Cuarta escena





Por el lateral izquierdo, hace su aparición don Luis. Luego...




D. Luis: ¡Ah! Parecióme oír a Leonor...
¿Estuvo por ventura aquí?

Don Pedro: ¡Se olvida del tratamiento, señor!
Recuerde que es monja, don Luis.

D. Luis: ¡No me diga a mi
cómo llamarla mejor!
¿Estuvo, o no estuvo aquí
la hermana de doña Ana?

Don Pedro: No le sabría decir
si estuvo ese alma cristiana,
o tan loca como su hermana
terminará por morir.

D. Luis: ¡Por Cristo que no le entiendo!
¿Más claro no puede hablar?

Don Pedro: ¡Por Belcebú! ¿Tan parco estoy siendo?
¡Al llegar aquí estaba,
más, por más que le hablaba
más lejos se me iba yendo.

D. Luis: ¿Hace notar que su mente,
desvaría también como Ana?

Don Pedro: Digo que ha estado ausente,
que no me ha mirado a la cara,
que su lamento no aclara
a quien tenía presente.

(pausa breve)

Sí, a su Dios, o al diablo.

D. Luis: ¡Cómo ese su corazón
más que humano es venablo
de diablo embaucador!


Don Pedro: ¡Soy Romeo adulador!
¡No me confunda, don Pablo!

D. Luis: ¿Le divierte las desgracias ajenas,
patán tosco y rudimentario?
¿Es que no ablandan las penas
a ese corazón carcelario?

Don Pedro: ¡Mientras me sienta corsario,
para vos, las penas ajenas!

D. Luis: ¡Don Pedro, sois Satanás!

Don Pedro: ¿Sabéis acaso por qué?

D. Luis: ¿Sentís acaso piedad?
¿Conocéis el mal y el bien?

Don Pedro: ¿Eres Dios o Lucifer
de esperpento y necedad? (ríe a carcajadas)

D. Luis: ¡Maldito loco agrillado!

Don Pedro: ¡Respete al prójimo, Conde!

Luis: ¿Sois vos, el bien hablado?

Don Pedro: ¡Por mi vida que responde
el florete que esconde
aquesta vaina enfundado!

D. Luis: ¿Vos, y cuantos más?

Don Pedro: ¡Me basto y me sobro yo!

D. Luis: ¡Fácil es el hablar!
Más... hay que tener corazón.

Don Pedro: ¡Ese nido del amor
es el que le hará palmar! (ríe alocadamente)
















Canto segundo

Quinta escena





Justo en aquel instante, por el foro central, entra doña Ana con claros síntomas de malestar. Demacrada, con ojeras y tambaleante. Y esto hace que dambos dos hombres, enfunden de nuevo sus armas; en primer lugar don Luis, y al verlo a él le sigue don Pedro.
Ella entra maldiciendo a los cielos y renegando de su vida.
Don Pedro, tras el último improperio hacia la persona de don Luis, hace el mutis por el lateral derecho.




Don Pedro: ¡Queda pendiente esta cuenta,
Conde de Peñafiel!

D. Luis: ¡Vaya con ella la puesta
de desollaros la piel!

Don Pedro: (ríe a carcajadas)
¿Apuestas por la de él?

(a Ana que no hace caso)

D. Luis: ¡Ya se verá en la reyerta!
(don Pedro al mutis)

D. Luis se podrá dirigir a doña Ana sin tocarla. Sin embargo, doña Ana, en ningún momento y bajo ningún concepto se dirigirá a él, ni sus miradas podrán encontrarse. Sigue...

Doña Ana: ¡No puedo con mi destino,
vengativo y traicionero!
¡Ni con esta alma de espino
o este corazón misionero...!
¡Si éste Dios pionero
quisiera zanjar mi camino...!

D. Luis: ¿Qué ocurre, paloma mía?
¿Qué exhala ese pecho de flores?
¿Qué le causa la agonía
y privó de mis amores?
¡Ríe conmigo y no llores
y olvídate de estos días!
¿No miran esos ojos vellos
a don Luis Galán de la Ría?
¡Haz que mis ojos plebeyos
se amansen cual abadía!
Y haz que mi alma baldía
pueda por fin conocello.


Doña Ana se arrodilla en medio del escenario al público, con aire cansino. Parece desfallecer.

Doña Ana: ¿De qué me sirve el amor?
¿Realmente lo conocí
o, alucinación del dolor
fue todo cuanto sentí?
¡Qué mas da eso al morir,
oh, piadoso Señor!

D. Luis: ¿Qué pensamientos macabros
torturan a doña Ana?

Doña Ana: ¡Qué vida tan miserable y vana,
tan difame y tan ruin!
¿Por qué castigas a Ana,
después de hacerla feliz?
¡Por qué se olvidó de mi
ese Dios de mi hermana!

D. Luis: Si yo pudiera tomar tu dolor...
sí tomar tus quejas pudiera,
más grande sería mi amor
si más hondas padeciera.
Mas, quítame la ceguera
que comprenda tu temor.

Doña Ana: (cada vez más débil, se le hunden los hombros y mira al cielo)
¡ Oh, incrédula y mortal pecadora!
¡Cuán lejos estoy de tu lado,
y qué amarga las lloran
estos mis ojos cansados
el llanto del crucificado
y la pena de la Señora.

D. Luis: Intercede tu, señora mía. (al cielo como y)
¿Por qué esta visión demente?
¿Es mi mente que desvaría
y no reconoce al Clemente?
¿Por qué esta quimera hiriente
en dama cristiana y pía?

Doña Ana: ¿Es por haber pecado?
¿De qué forma te ofendí?
¿Fue al haberte negado
y el alejarme de ti? (al cielo)


D. Luis: ¡Sal de ella, locura vil
y dame la Cruz de su pecado!

(pausa breve)

Si no fue pía ni cristiana,
tampoco ella negó
ni a virgen vaticana
ni al Dios de sor Leonor;
ni al hijo de nuestro Señor,
ni a la Trinidad halada.

Doña Ana: (le cae la cabeza sobre el pecho)

-Se sienta sobre sus pantorrillas y así queda, no sin antes dedicarle al cielo su último verso... luego ...-

Doña Ana: Abre los brazos corazón,
que va doña Ana a verte.
No quiero del mundo traidor,
ni un suspiro sin tenerte,
pues, no hay mayor deleite
que el morirse por amor...


En este momento, al caer su barbilla sobre su pecho, es cuando don Luis la toma en sus brazos, en el mismo suelo y donde amargamente se lamenta al cielo, con su amada sin vida entre sus brazos, y las lágrimas en los ojos.
















Canto segundo

Secta escena



D. Luis llora a su amada... después...


D. Luis: ¡Dios! ¡Qué pecados cometí
que así me trata la muerte!
¿Es porque te ofendí?
¿Es por negar de tu suerte ?
¿O, por añorar el tenerte
después de que te perdí ?
¡Oh, vida castigadora !
¡Vida impía y villana !
¡Vida que la muerte añora!
¡Vida que la muerte clama!
¡Si me privas de mi dama
arráncame el alma traidora!

(breve pausa)

¿De qué me sirve la vida
si me la quitas a ella? ¡Di !
¡Si mandas la muerte aguerrida
y, a segar guadaña vil
alma cándida que en Ti
puso prenda tan querida !
¡Siega de mi espadaña
esta corona de espinas
y arráncame las entrañas !
¡O manda la muerte divina
llevarse este alma cansina
para pasto de alimañas!
¿Qué pecho guarda cayado
tras conocer de la vida
los corazones malvados
de quimeras mal nacidas?
¿Qué corazón conocido
esté o no vencido,
por sus pecados camina?
¡Oh, pensamiento traidor
que divagas en la nada!
Tú qué conoces mi amor
tú qué sueñas a mi amada,
¿Por qué mantienes cerrada
la ventana del amor?
¿Porqué no acaba mi pena
hijo de virgen tan bella?
¿Por qué Jesús, mi cadena
no me encadena con ella?
¿Por qué las lejanas estrellas
no quieren ponerme condena?

¡Qué triste sufro mi pena!
¿Qué incertidumbre malsana
baña en mi ría la arena
orilla de su besana,
amargo elixir de bardana
postre de mi última cena?
¡No quiero si no es con ella,
luz de la aurora divina,
ni mar, ni cielo, ni estrellas,
pues, sólo con tierra maquina
este mi cuerpo de espina
saldar su deuda plebeya!
¡No puedes castigarle así,
oh, Dios de los humanos!
¡No quiero contigo vivir,
ni puedo decirte ufano
que yo besara tu mano
a la hora de morir.
¿Por qué me muestras liviano
camino que he de seguir?
¿Por qué me tiendes la mano
si lo que quiero es morir?
¿Por qué me haces sentir
más dolor por mis hermanos?
¿No comprendes que proclamo
mi derecho a no vivir
sin ese Ángel que amo...?

Ya que en mi vida ofendí
ese espejo que hay en ti
reflejo de los cristianos.
Castiga mi cuerpo impío
y cambia este alma por ella;
seda el agua de su río
y purifica su querella,
bendice su cara bella
y cambia tu amor por el mío.
¡Y si el mimbre de mi vida
zarza de espinas volviere,
más honda fuera querida
mujer que del cielo viene.
Dorado cuerno de placeres
(cuerno de la abundancia)
alma por Gloria parida.
¡Y si esto al cielo le ofende,
no habrá rayos en los infiernos
que la aparte de mi mente,
y aunque me trague el averno
juro por Dios que el galerno
sesga mi vida presente!






Canto segundo

Séptima escena




Entra sor Leonor por el lateral izquierdo, al mismo tiempo, don Luis deja a Ana en su posición (de rodillas sentada sobre sus pantorrillas y, la barbilla clavada en su pecho). El paso de don Luis sigue siendo pausado, muy lento...
Se aparta con el rostro entre sus manos... después ...




Doña Leonor: ¡Qué te ocurre, Ana! (corre hacia ella)
¡Dios mío, qué horror! (la abraza, mientras a su pecho aflora un llanto sentido)
"Mis huesos me darán la fama"
dijiste en una ocasión...
¡Qué ciega estuvo tu hermana!
¡Y qué poca comprensión,
al negarte la oración
por tus pecados de cama!
¡Qué sino más desgraciado
el escrito para Ana!
Primero, dos desgraciados,
ahora esta flor deshojada...
y mi alma malograda
sin haber confesar pecado.
¡Perdóname hermana mía
si con mi parecer te herí!
Y en don Luis Galán de la Ría
también mis actos sentí ...
¿Podré con ello vivir?
¿Será de perdón la homilía?

(pausa breve)

¡Oh, padre! Temo que pueda matarte
esta tragedia malsana...
¿Cómo comunicarte...
la muerte de mi hermana?
¿Podrá soportar su fama
ése tu recto talante?
¡Por qué te dejaría yo!
¡Cuán equivocada estaba!
¡Qué débil fué tu tesón!
¡Qué ideas te coronaban,
cuando tu lengua me hablaba
de aquella fuerza mayor!
¡No, no digas nada, mi amor!
Que descanse en paz tu alma,
y si es por vida mejor,
con más amor y más calma
llévale tú la palma
y recuerdos a nuestro Señor...

(le acaricia el pelo y la besa en la frente)

















Canto segundo


Octava escena




Por el lateral izquierdo, don Arturo de Mendoza lleva sus paso hacía su hija Ana, en idéntica posición en la que quedara. Su hermana Leonor, se aparta al ver entrar a su padre.
A sor Leonor le ahoga el llanto y, con el rostro entre las manos... luego...



Don Arturo: ¡Hija de mi corazón!
¡Dios maldito y tirano...!
¿No te valió su razón
que a ella llamaste temprano;
y a mi que blasfemo y no amo
me dejas la desazón?
¿Qué mal te hizo mi Ana?
¿Acaso porque no creyó
en tu virtud y tu fama?
¿Fue mejor mi Leonor
una esclava a tu favor
novicia de salesianas?

(pequeña pausa)

¡Cristo, por qué me has abandonado!
Porque juro y perjuro
sin importarme el pecado...
¡Pues, más que rezo es conjuro
las blasfemias de don Arturo
que no devuelven recado...


Don Arturo entierra el rostro entre sus manos ante su hija arrodillada en el centro bajo foco, con los hombros y brazos caídos y el rostro sobre su pecho. Más...

¡Oh, Dios de los cielos!
¿Pero qué dicen mis labios?
¡Aunque no tenga consuelo
éste pecho proletario,
mi corazón de templario
debió conocer tu miedo!
Perdona padre la ofensa
de un corazón mal herido...

Doña Leonor: Él será tu defensa

(con sumisión y pena)

(sigue)

de esa tu alma confesa
y ése tu dolor conocido.

Don Arturo: (Baja la testa y calla)

Doña Leonor: También yo reconozco mi error ...
y a confesar vine a ella,
más al llegar vi el horror
de aquesta macabra querella...

Don Arturo: ¿No esperabas esto de ella...?
¿Dijisteis eso Leonor?

Doña Leonor: ¡Esa fue mi impresión!

Don Arturo: ¿Está sin vida tu hermana?

Doña Leonor: Sin ella y con sumisión...

Don Arturo: ¿Es ahora más cristiana?

Doña Leonor: ¡Dejad por favor a Ana,
y dele su bendición!

(pausa breve)

Don Arturo: ¡Oh! tengo un extraño consuelo
más la locura dolía
que ver a mi hija en el suelo;
algo que no quería,
ya que Galán de la Ría
pudo levantar el velo.

Doña Leonor: Levanta padre del suelo
y seca con estos sayos
tu llanto de desconsuelo.

(breve pausa)

D. Luis: Y deja esa flor de mayo
erguida sobre su tallo
elevar su plegaria al cielo.


Se levanta de su lado también, Leonor y su padre (según convenga), a la vez que don Urbano, el Conde de Montijo y Peñafiel, entra en escena por el foro. (centro)





Canto segundo

Novena escena






Don Urbano: ¡Bendito sea el cielo, amigo mío!
¿Qué maldición profana,
carga nuestros destinos?

Don Arturo: ¡Pobre! ¡No murió en cama
como pensó doña Ana.
Sería por fuerza su sino...

Don Urbano: ¡ Ni virgen de Zaragoza
ni de casorio en altar;
ni de la virtud de esta moza
nadie podría dudar,
pues, a nadie pudo faltar
doña Ana de Mendoza!

Don Arturo: Ahora se cómo te sientes, Urbano.
¡Cuán honda y negra es la pena
que puede producir el pecado!

Don Urbano: Si la amargura es ajena
menos amarga es la pena.
Más... infinita es, si te ha tocado.

D. Luis: ¡Pardiez que nada entiendo !
¿Por qué don Arturo sabe... ?
¿Padre, que estás diciendo ?
¿Acaso esa vieja nave
está algún mal padeciendo?
O, estás a caso sintiendo
el mismo dolor por mi madre.

Doña Leonor: ¡Y pensar que todo ocurrió
por aquél villano y criminal!

D. Luis: ¡Háblame tú, Leonor
y calma esta tempestad !
¿Alguien me quiere explicar
y calmar mi desazón ?


Nadie parece oír sus lamentos. Luis se da cuenta que tanto su padre don Urbano, como sor Leonor, no parecen oírlo, esto hace que, Luis... quede perplejo ante esta actitud, algo que justifica por el momento que se está viviendo.



Don Urbano: ¡No te aflijas, sor Leonor !
Aquel aciago día
a todos nos desquicia.
Y mi hijo bien habría
hecho omisión a porfía
evitando este mal mayor.

D. Luis: Padre, yo...

Don Arturo: Parece que vivo ahora
aquel terrible momento ...


El paso al siguiente acto se llevará a cabo de la forma que a continuación se detalla.
















Canto segundo

Décima escena



Este paso se realizará muy brevemente, en el menor tiempo posible, lo que apabullar al público.
Al menos, la transformación de la novia.
Las luces se apagan todas y, con el escenario a oscuras, saldrá doña Ana de escena y entrará la (enfermera que, haría el papel de doña Ana en el altar momentos antes de casarse), novia. Como al comienzo detallamos, caso de no disponer de gemelas, el rostro de doña Ana en el altar, irá cubierto con un velo. (eso, y la caracterización de doña Ana trastornada o loca, con el rostro malogrado y con ojeras, hará que no nos demos cuenta del cambio de la actriz)
Ellos tomaran las posiciones convenientes, mientras el altar o efectos de la ermita, habrán sido colocados en sus lugares.
Para esconder el florido jardín y ambientar la ermita donde se contemplará la escena; también podemos ayudarnos de cortinas de rail, estén o no decoradas con motivos del susodicho lugar de culto.
A continuación y, tras esos breves instantes que comentamos, de nuevo las luces volverán a su esplendor en este caso muy lentamente y, hasta no lucir el escenario por completo, no retomamos la obra. Después...



Don Arturo de Mendoza, y don Urbano Galán y Peñafiel, Conde de Montijo, Ana de Mendoza y Luis Galán de la Ría, así como sor Leonor y otros actores si disponemos de ellos.


D. Luis y doña Ana se besan en escena. Mientras...

Don Urbano: ¿Cómo te sientes, amigo? (a don Arturo)

Don Arturo: ¡Siéndome ya librado
créame lo que le digo!
Esta hija sin pecado
cierto temor me había dado
casarla con un mendigo...
Es broma amigo Urbano;
aunque ese temor tuviera
creo que en buen cristiano
aquel temor ya muriera,
y Cristo en los dos pudiera
concebir un sin pecado.

Don Urbano: Todo a su tiempo Arturo,
todo a su tiempo y si ello,
esos frutos ya maduros...
enamorados y bellos;
si los dos han de querello,
van por mi parte los puros.

(ríen los consuegros)

Don Arturo: ¡Vive Dios que es ocurrente,
bella y solaz esa prosa!
Más, tenlo en cuenta en tu mente
que yo no olvidaré la cosa,
ni onomástica famosa
al tener a mi nieto presente.

Don Urbano: ¡Vaya esa apuesta...!

Don Arturo: ¡Por Dios crucificado!
No es porfía aquesta
sino cita de antemano ,
que en día tan señalado
selle con humo esa gesta.
Yo me entiendo, don Urbano.

Don Urbano: No hay duda que así es
y así lo entendí yo.
Pero es compromiso fiel...
que el vino será el mejor,
yo lo juro por mi honor
el honor de un Peñafiel.

(Los novios se siguen haciendo carantoñas, monerías y chirigotas. Los invitados comentan entre ellos)

Don Arturo: Estos días de jolgorio...
Por Dios que me hace feliz.

Don Urbano: ¡Para felices, los novios!
Y también me hace mi
el ver a mi hijo sentir
tanto amor en el casorio.
Lástima que su madre no esté
en día tan señalado. (se emociona)

Don Arturo: Pensemos más mansamente;
por bien lo des loado
si eres de amor rodeado
algo que será eternamente.
¿No lo crees así, amigo mío?

Don Urbano: He de decir que si.
¡Ojalá ese Dios trío (Trinidad)
no lo separe de mi,
ni a Ana ni a don Luis,
ni apague ese amor tan pío.
¿Comprendes mi desazón?

Don Arturo: ¡Dejemos los dos el lío,
parece ser que el amor... (miran los dos a los novios)
en buena lid ha vencido,
y es de buen nacido
hacer gala del honor.

Don Urbano: ¡Sea como decís!
(vanse a segundo plano. Los novios, a bajo foco y publico)

















Canto segundo

Décimo primera escena



Doña Ana de Mendoza y don Luis Galán de la Ría.

D. Luis: ¿Sientes acaso lo humano
en amor tan bello y divino?
Más... al decir que te amo,
ese ángel peregrino
que Dios puso en mi camino,
me hace querubín a lado.
¿No es eso lo más sagrado?
¿Acaso en aquesta vida
hay algo mayor probado,
más ansiada y más querida
de ese dar la bienvenida
a este sentir tan callado?
¿Hay sentimiento más grande?

Doña Ana: Luis...

D. Luis: ¡No, mi ave enjaulada!

(se refiere al corazón en el pecho. La calla con amor y ternura.)
No digas nada, señora,
pues ni noche ni alborada
tiene más bella la aurora
que esa faz soñadora,
el faro de mi arribada.

Doña Ana: ¡Qué bello cuadro me pintas!
Cual caballero galante
no ahorras en verter tinta .
¡No digas estar vacante,
ni mozo soltero brillante
o pavonear con las cintas!
(se refiere a las cintas de los tunos)
¡Broma es y vive Dios,
si antes de amanecer
no soy muerta por tu amor!

D. Luis: Dígote mi parecer...
y es que vivas con placer,
más que mueras por amor.

Doña Ana: ¿Es verdad ángel mío,
eso que tu boca clama?
¿Es ese torrente de río
en pecho de porcelana,
el que velará mi cama
y a este mi cuerpo de estío?
¡Oh, corazón de granada!
¡No, no me contestes mi amor!
No sea que provocada
ese ave corazón,
su canto susurre a los dos
y entristezca mi morada.

D. Luis: Ni tristezas, ni emboscadas.
Sólo de amor y deleite
quiero rebosar tu cama,
y ser el único penitente,
un caballero decente
el único hombre que te ama.

Doña Ana: ¿Es ése el varón que goza
rindiéndome pleitesía?
Doña Ana de Mendoza,
y don Luis Galán de la Ría;
no verán más celosía
que el Pilar de Zaragoza.

D. Luis: ¡Oh, ángel conciliador!
Mi mas bendita alabanza,
mi más ansiado candor;
remanso donde añoranzas
conviven con esperanzas
en este reducto de amor.
Hoy quiero gritar a los vientos,
a mundos y a las estrellas,
que me consume el aliento,
que bendice mi querella
este tu amor de doncella
y me embriagó el pensamiento.

Doña Ana: ¡Oh, Luis del alma mía!
¡Mi flor más perfumada!
¡Sereno cauce en mi ría
y ángel de mi almohada!
Lucero de madrugada
y cálida luz en mis días.
Dios guarde enamorada
en madriguera "escondía" (se toca el pecho)
el alma alba y temprana
de Luis Galán de la Ría.

D. Luis: Rubrico yo que la mía,
es presa de doña Ana.











Canto segundo

Décimo segunda escena



Se acerca doña Leonor, hermana mayor de Ana, que es de convento sor, monja de salesianas. Sigue...


Doña Leonor: ¿Tan a bien están los novios?
¿O, como a Julieta y Romeo
os apadrina el demonio?
¿Es todo amor lo que veo,
o alma del purgatorio
con engaños de tenorio
emponzoñan lo que creo?

Doña Ana: ¡Qué cosas dices, Leonor!
¿Tan opaca es tu ceguera?
¿No sabes ver el amor
o en los ojos primavera?
¡Pues bendice al que te quiera
y pon en tu vida una flor!
¿Esos hábitos que luces,
no son para ti la gloria?
¡Que tu catecismo y tus Cruces...
esos de tu memoria,
no sean sábana mortuoria
y apaguen a esos tus ojos las luces.
¿Tú puedes amar a Dios?

Doña Leonor: ¡No lo comprendes, Ana!

Doña Ana: ¡No veo diferencia yo!

Doña Leonor: ¡Pues ahila! ¡Ahila , y con fama!

Doña Ana: ¡Yo soy ante Dios su dama!

Doña Leonor: ¡Y yo tu hermana mayor!

D. Luis: ¡Haya paz en el cielo!
Que una esclava de Sales
no cubra el amor con velo,
pues puede que otros males
disfrazados de carnavales,
aniden en nuestro suelo.
¿Es que no ves que tenemos,
este mutuo sentimiento?
¿No entiendes que crecemos,
uno con otro al encuentro?
¿No notas el nacimiento
en el belén de su seno?
¿Tan ciegos son tus sentidos?

Doña Leonor: Perdonad mi atrevimiento...
Tal vez me haya vencido
ese celo que al momento,
hace que seres queridos
dejen a otros heridos
su más bellos sentimientos.
¡Lo siento! Perdonad...

Doña Ana: Debes creer en tu fe
si esa es tu verdad,
más no me hagas creer,
que es este el renacer
de aquel ángel sin piedad.
¡Ese que llamas demonio,
Satán o Luzbel!

D. Luis: Ya sea del purgatorio,
o del infierno tal vez...
así como tu mujer,
este hombre no es tenorio.
¿Qué es lo que a sor Leonor
no ha gustado de Galán?
¿Acaso me falta honor?
¿Rompí palabra cabal?
¿Mujeriego y casquival
me pintas el pundonor?

Doña Leonor: Ya dije que lo sentía...
Eres problema de Ana
que supone valentía
en su pareja de cama.
Si ella te da la fama...
rindele tu pleitesía.

Doña Ana: Ya veo que como hermanos...
en los dos el cariño roza.
Mas al tomar él mi mano ,
tomó del todo a esta moza...
Adiós, Leonor de Mendoza,
y recuerdos al africano.

D. Luis: ¡Ve con Dios... hermana!

Doña Leonor: ¡Cómo hieren tus palabras!

Doña Ana: ¡Ve con Dios, y ama!



Leonor baja la cabeza y se une a segundo plano rezando el rosario .




Canto segundo

Décimo tercera escena




D. Luis y doña Ana deambulan por la escena, dando con ello lugar, a que, don Arturo y don Urbano, recobren el protagonismo en centro y bajo foco al público.
Después...



Don Arturo: ¿No notas en el ambiente
algún macabro presagio?

Don Urbano: Yo veo que sonrientes
los dos oyen el adagio, (como se escribe )
de trompetas que en el plagio
copian melodías celestes.

Don Arturo: No estoy tranquilo, Urbano...
perdona mi ausencia un momento.

Don Urbano: toma lo que en tu mano
esté y necesites.
Don Urbano: ¡Vete presto!
¡Nárrame luego el pecado!

(se une a sor Leonor don Urbano )
















Canto segundo

Décimo cuarta escena




Se vuelve a centrar la acción al ir don Arturo al público central.




Don Arturo: ¿Algún nubarrón en el cielo?

Doña Ana: Cosas mías y de mi hermana...

Don Arturo: ¿Te dio bendición y consuelo?

Doña Ana: A Luis y a doña Ana...

D. Luis: ¡Por Jesús que dio con ganas ,
con pasión y con denuedo!

Don Arturo: ¡Por Dios que eso me agrada!
¡He sentido el temor
de ver a tu hermana enojada!

Doña Ana: ¡Papá, por favor!

D. Luis: Ningún ave enjaulada
en esta prisión sagrada (se toca el pecho)
que tanto engrandece el amor.

Don Arturo: ¡Bien, os dejo pues!

Doña Ana: ¡Dios te bendiga padre!

(se une a don Urbano y su hija sor Leonor)
















Canto segundo

Décimo quinta escena



En este justo instante, hace su aparición por el lateral izquierdo, don Pedro de Gongóra, socarrón y malhablado. (como siempre)


Don Pedro: ¡Vivan los enamorados!

Doña Ana: ¡Don Pedro! ¿Por qué vos aquí?

D. Luis: ¡No creo haberte invitado!
¡Ponte y disponte a salir!

Don Pedro: ¡Calma, don Luis!

Don Pedro ha vitoreado.

Doña Ana: ¡Pues vuelva por donde ha entrado!

Don Pedro: Sólo quiero saludar
a novios tan estampados...

D. Luis: ¡Agitas el palomar!

Doña Ana: ¡Saludó al entrar,
al salir eche el candado!

Don Pedro: ¿Así tratáis al amigo,
con despotismo y coraje?

D. Luis: ¡Escucha lo que te digo
villano de medio pelaje!
¡O te atravieso ese traje,
o quedamos como amigos!
¡Tú decides!

Doña Ana: ¡Salid de la iglesia, por Dios! (a don Pedro)

D. Luis: ¿No ves el lugar que pisas?
¿Acaso no sientes temor?

Don Pedro: A mi, el lugar me da risa!

D. Luis: ¡Pues, yo soy hombre que avisa,
pero no llego a avisar dos!

Doña Ana: ¡Luis, no! Guarda en su funda el acero,
y, como cabal que eres... ¡Velo!
(se cubre los ojos con las manos)

Don Pedro: ¡Mira el lugar compañero!
¡No es éste lugar de duelo!

D. Luis: Se puede teñir el suelo
del rojo de los braseros...
¡Vete de este lugar!

Don Pedro: (se ríe a carcajadas. Doña Leonor se aparta con sus rezos, y con el rosario en sus manos)
Don Pedro: (con el cinismo que le caracteriza)
Perdonen vuestras Mercedes...
Noto el azul de esas venas
a través de sus paredes...

D. Luis: Noto yo esas ajenas,
cobardes y vanas apenas
cual llanto de mujeres.

(toma la empuñadura de su espada)

sigue...

¿Nota la invitación?

Doña Ana: ¡Por Dios! ¡Ten calma, Luis!

Don Pedro: ¡Luis, ten calma, por Dios!

¡No preocuparos por mi,
haced como que me fui
y matrimoniad los dos!

(Da media vuelta y se dirige hacia el foro central donde se haya doña Leonor)















Canto segundo

Décimo secta escena






Tanto los novios en el lateral derecho, como los consuegro, don Urbano y don Arturo, en el lateral izquierdo, simulan conversación (muda), entretanto se dirige la acción el centro, foro y bajo foco (público), donde en ese instante ha terminado por colocarse doña Leonor....Luego...




Don Pedro: ¡Vive Dios crucificado! (cinismo suyo)
¿Hay bajo los hábitos mujer,
o ángel endemoniado?
No me quisiera perder
de las mujeres placer,
ni de Satán el pecado.
¿Comprendes ángel halado?


Doña Leonor: ¡Qué dice, por Dios, don Pedro!
¡Qué verbo más depravado!

Don Pedro: ¡Es el del ángel negro
que a don Arturo por suegro
le diera el pontificado!

Doña Leonor: ¡Don Pedro, que aberración!
¡Calle esa lengua insana
y póngala en la oración!

Don Pedro: Es mi oración tu hermana.
¡Y, sor Leonor en la cama
no debiera estar peor!


Doña Leonor: (hunde el rostro entre sus manos y rompe a llorar, algo que advierten los demás: su padre don Arturo, don Urbano, doña Ana y también don Luis, que no puede por menos que intermediar en la conversación. Amén de sentirse contrariado al seguir viendo en la ermita a don Pedro, ahora la gota que colma el vaso, son los insultos e improperios que el villano don Pedro le refiere a sor Leonor... sigue...



D. Luis: ¿Cómo osas mancillar el honor
de una hermana? ¡Canalla!

Don Pedro: ¿No es una dama Leonor?
¿Acaso es menos mujer que haya,
o pueda concebir? ¡Pues, punto y raya!
¡Es del jardín otra flor!

D. Luis: ¡Aquí, ahora y en vicaría
sea sitio o no de lid,
pagaras cara tu osadía!
¡Disponte pues morir! (desenvaina)

Don Pedro: ¡No me hagas reír!
¿Seréis vos y la cofradía?

D. Luis: ¡Bástome yo al castigar
lengua traidora y cobarde!

Don Pedro: ¿Dónde le puedo enterrar?
Pues creo que esa carne no arde...

D. Luis: ¡Báh, que para luego es tarde!

Don Pedro: ¡Si no la podría quemar...!

Los dos luchan. Sus espadas se entre chocan con rabia.
Los invitados no pueden (dada la rapidez con que ocurre el hecho), hacer otra cosa que asombrarse, estupefactos ante tan insólito hecho.

(Bajo ningún concepto en la casa del supremo deben entrar armas, no digamos de usarlas)

Los floretes continúan su macabro baile. Y sigue...

D. Luis: ¡Tiempo ha, debí hacerlo!

Don Pedro: ¡Hacer qué, don Luis!

D. Luis: ¡Callar esa boca y verlo
de cuerpo presente aquí!

Don Pedro: ¿Si esto es lo que da de sí...?
¡Por Satán que no podrá conocerlo! (ríe)
¡Más yo sí que juraría
que no gozará matrimonio!

D. Luis ¿Es esa palabrería
la verborrea del demonio?
¡Doy fe y testimonio
de hacer pagar tu osadía!


La pelea se acerca al altar donde acabará. Luego...

¡Al tiempo está de arrepentirse!

Don Pedro: ¡Qué ganas de hacerme reír!
¡Hacedlo vos antes de irse!

D. Luis: De nada debe don Luis.

Don Pedro: Lo mismo me ocurre a mí.

D. Luis: ¡Pues el ara debe teñirse!
¡Muere!

Doña Ana: ¡¡Nooooo!!

(D. Luis se distrae al mirar hacia su grito)

Don Pedro: ¡Morid vos!


Los dos al tiempo hacen gala de espadachines expertos y lanzan la estocada definitiva, lo que hace que ninguno de los dos pueda apartarse y esquivar aquellas certeras estocadas. Los dos caen fulminados sobre el altar, ante el aterrador grito de doña Ana y el estupor de los demás...
Su propio padre, don Urbano, don Arturo y sor Leonor tampoco tuvieron tiempo de reaccionar.
Las luces volverán a apagarse lentamente hasta quedar la escena totalmente a oscuras, y así como cambiamos, con la rapidez que hicimos el cambio anterior, realizaremos este. Con la mayor brevedad posible haremos el salto a la siguiente escena.
En esos instantes retomaremos la obra en su punto real... desaparecerá la novia (la enfermera de novia disfrazada. Recordemos que es el papel de doña Ana), los demás, don Arturo, don Urbano y sor Leonor, retomaran sus puestos; doña Ana ocupara de nuevo el centro de la escena en la posición que tenía, y don Luis la suya.
También don Pedro desaparecerá como entendemos por la última escena real.













Canto segundo

Décimo séptima y última escena



D. Luis: ¡Dios de los cielos, no!
(Al darse cuenta de la terrible realidad)
¡Es espejismos cruel
el de mi oído malsano!
Mi mente no llega a creer...
lo que mis ojos hacen ver
a este mi corazón llano.


Luego, se dirige a ellos, lógicamente nadie le responde, ni parece verlo o darse cuenta de su presencia. (no llega a tocar a ninguno)

A su padre don Urbano... y sigue...

D. Luis: ¡Dime que no es cierto!
¡Dime qué es aberración maldita!
¡¡Decidme que no estoy muerto!! (a todos)
¡O quizás que esta bendita, (a Ana en el suelo)
no sea esa flor marchita
que aparenta en el cemento.
¿Me decís al menos eso (a todos)
o queréis causarme dolor? (besa el cuello de su amada)



Todos los personajes ocuparán un lugar estratégico (según convenga), de manera que, el foro central quede vacío tras la imagen de Ana en el suelo.
En este momento se encontrara Luis a espaldas de su amada besando su cuello.
Tras el, y con paso muy lento hace su aparición el espíritu de Ana de novia y con el velo sobre el rostro, que se dirige a don Luis...
Aquí, caerá Doña Ana al suelo de bruces y, muy lentamente mientras sigue la obra, asta quedar completamente extendida con los brazos hacia atrás y sentada sobre sus pantorrillas...sigue...


Doña Ana: Lo dirá mejor un beso
de la que murió por amor.

Luis se vuelve al oír la voz de su amada.

D. Luis: ¡Vive Dios que aquesta flor
es producto de mis rezos!
¡Ana, mi amor!

Doña Ana: ¡Luis, mi flor más preciada!

D. Luis: ¿Real eres o alucinación?

Doña Ana: Soy yo tu bien amada,
y como tú alucinada
de ver aquesta visión.

D. Luis: ¡Oh, venturoso corazón,
espejo de este alma mía!
¡Ahora entiendo la razón
por la cual no respondías,
a mi tierna pleitesía
bello ángel del amor.
¿Habrá en el cielo mayor,
bendición que la mía?

Doña Ana: Es para mí la mejor
pues, es la que yo quería,
la de Luis Galán de la Ría
y de Dios para los dos.
¿Lo crees así, vida mía?





D. Luis: Triste tragedia ponía
en nuestra cabeza el velo...
dulce jardín de ambrosías.
Mas, esto parece consuelo
del alto Dios de los cielos
hecho de amor y poesía.
¡No lo crees tú así, amada mía?

Doña Ana: (suspira sobre su pecho) ¡Ay!



Las luces llegando este punto, irán palideciendo muy lentamente hasta quedar en total y absoluta oscuridad la sala. Tras un corto espacio de tiempo con ellas así, las encendemos de golpe todas al unísono; quedando el cuadro tal y como finalizara la obra para recibir los aplausos del público. ¿Después...?




Fin........

FREDERICK DUMAS DE WALLS dijo...

FREDERICK DUMAS DICE QUE ÓJALA LES GUSTE ODA AL AMOR, UNA RETROTRAGEDIA INUSUAL TANTO POR EL ARGUMENTO, COMO POR SU PROSA. PARA CONTACTAR CON EL AUTOR SEPUEDE HACER A TRAVÉS DEL SIGUIENTE E-mail: alf57@hotmail.es