La conocí en 2002, porque fue una de las pocas personas que se inscribió en el primer taller Escuela de Espectadores, del Teatro Gayarre, bautizado esa edición como Taller de crítica teatral. Era la primera vez que impartía clases y lo hacía tan rematadamente mal que todavía me asombra que en vez de pedir la devolución de la matrícula, como hubiera sido lo propio, con Juanmi, Marijose o Aitor, y tantos otros que han venido después, sigamos compartiendo libros, comentarios, complicidades, recomendaciones, tertulia, butacas y amistad.
María P. tenía 25 años y una pasión infinita por el teatro. Había apostado por él pero había interrumpido sus estudios de actriz por una grave enfermedad que le había devuelto a Pamplona. Yo la animaba: el teatro es el espacio de creación más generoso que existe: lo podemos interpretar, dirigir, escenografiar, iluminar, criticar, vestir, escribir, enseñar y aplaudir. Sobre todo, aplaudir. Ojalá que algún día digan de nosotros que, si de verdad fuimos algo, fuimos lectores y espectadores. "Encontrarás ese hueco donde te harás imprescindible", le animaba. María P. tenía una sonrisa serena. Y sonreía. Siempre.
Atendía mis explicaciones torpes con ojos ávidos, subrayaba, anotaba, leía, preguntaba. Yo veía en esa actitud la pasión del primerizo, como bobo que soy, sin querer entender que quizá había en esa ansiedad por conocer la certeza del que apura su tiempo. No pudo continuar en las clases, debido a los tratamientos médicos, pero no perdió el interés. Quedaba yo con su madre o su novio y le pasaba la documentación, las fotocopias, la cartelera. "Dile que nos vemos en los teatros". Pero nunca me atrevía a preguntar algo más y el diálogo por el correo electrónico era difícil, puesto que nos comunicabámos por persona interpuesta. El curso acabó, cambié de trabajo y, maldita mi torpeza informática, perdí aquella dirección. "Nos vemos en los teatros", le escribí, creo, la última vez, pero llegaron trabajos, problemas, viajes, cambios de residencia y ya nunca nos volvimos a encontrar.
Ésta ha sido una semana complicada y no estaba acabando mal. Compré la prensa el viernes para documentar lo publicado y de casualidad topé con su nombre, en una esquela de recordatorio. Falleció hace ahora un año. Marzo de 2007. ¿Dónde demonios estaba yo? Como ahora, liado, ocupado, apurado. "Aun descubro... que te echo tanto en falta. Todo parece incompleto, incluso nosotros mismos, sin tu magia. Sin tu calmada forma de asumir lo escrito en las estrellas". Quien lo escribió la conocía bien. Yo tragué saliva.
María P. era compatriota nuestra, pues el teatro es nuestro país, como expresa Ronconi en el encabezamiento de este blog. Es el aire que respiramos. Aunque hoy duele hacerlo. Shakespeare dijo, y dijo bien, que estamos hechos de la misma materia que los sueños. Afortunadamente. Porque nos permitirá ahí, en los sueños, volver a vernos.
María P. tenía 30 años cuando dejó discretamente la luz de ese cenital que la perseguía desde hacía años y entró entre cajas, por la tercera calle, derecha del espectador. Miraré allí, de reojo, el día 27 y seguro que la veré sonreir.
sábado, 15 de marzo de 2008
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