viernes, 4 de abril de 2008

"El más inteligente y adictivo cine norteamericano que se está haciendo hoy tiene formato de series de televisión"...

Mirar, desear y obtener. Poseer lo que te entra por los ojos, satisfacción inmediata, saber que el anhelado objeto que te venden en el escaparate lo vas a disfrutar inmediatamente en tu casa. Como un niño rico y caprichoso, sin necesidad de consultar y evaluar el precio. Es la bendita relación que puedo establecer desde hace mucho tiempo con los libros, los discos y las películas (nunca me acostumbraré a llamar a las cosas maravillosas por su nombre moderno, a lo de compactos y DVD, a esa prosaica definición de la magia), pero si mi economía sólo me permitiera subsistir, dar de comer a mi cuerpo y disponer de un techo, no dudaría en robar lo que alimenta mi alma. La desolada queja de Mallarmé: "La carne es triste, por desgracia, y yo he leído todos los libros", rebosa lucidez, pero todo resulta menos sombrío si tienes a mano todas las películas que amas, si dispones de las mejores drogas para cada estado de ánimo.

Aunque el placer sea profundamente egoísta, puedes imaginar y compadecer la angustia del cinéfilo joven y pobre, del que no dispone de dinero para comprar películas o estar afiliado a la televisión de pago, del coraje que exige el mangue, o de la habilidad técnica para hacer descargas ilegales en Internet, y cuyo amor por el cine clásico tenga que conformarse ocn lo que le ofrece la televisión convencional. Es impensable que ésta exhiba cine en blanco y negro. Y que lo haga en versión original sólo se le ocurriría a un programador enloquecido, a alguien que no valore lo de perder su empleo. Son las sagradas cuestiones de la oferta y la demanda, sólo a un zumbado se le puede ocurrir que esas imágenes arcaicas tienen el menor interés para ningún tipo de espectador actual, te contará cualquier cerebro fenicio con la implacable misión de pillar audiencia mínima.

(...)

...las esencias del cine negro en su época dorada, la elegancia, sutileza y gracia del hedonista Lubitsch. La capacidad para bucear en las sombras de Lang, el sabio y complejo conocimiento del ser humano que poseía el admirable Jean Renoir, la profunda negrura de Huston, Preminger y Tourneur, la fuerza y gracia que imprimía a cualquier género el todoterreno Hawks, la fiebre y el vértigo de Fuller, los westerns melancólicos o trágicos de Mann y de Ford, la inventiva visual y el aliento poético de genios que no disponían de la palabra como Murnau, Keaton y Chaplin. (...) ¿Dónde pueden aprender a amar ese clasicismo los adolescentes actuales? Que no lo busquen en el cochambroso trato y el imperdonable desprecio con el que castiga la abominable televisión al gran cine. Es imposible encontrarte con él ni en las horas más vacías de la madrugada, cuando no haría daño a nadie porque todo el mundo duerme.

El más inteligente y adictivo cine norteamericano que se está haciendo hoy tiene formato de series de televisión. No lo rueda Hollywood sino la televisión por cable HBO. Hay que pagar por la calidad. Y esperar con insufrible mono a que esas obras de arte aparezcan en DVD. Ya pueden caer tormentas o que la soledad pretenda en vano estrangularte si estás en compañía de Los Soprano, Deadwood, Roma, A dos metros bajo tierra, The wire y demás identificable familia. Me cuenta un deslumbrado amigo, selecto devorador de series, que HBO ha comenzado a emitir En tratamiento y que es una catarata de talento en un tema tan arriesgado como el del psicoanálisis. Y me entra la misma ilusión que cuando me entero de Allen, Eastwood o Scorsese van a estrenar película.

Carlos Boyero en Dioses y monstruos, artículo públicado en Babelia de El País. 29 de marzo de 2008.

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