sábado, 8 de agosto de 2009

Muere en México la pamplonesa María Luisa Elío, la mujer a quien Gabriel García Márquez dedicó Cien años de soledad


María Luisa Elío Bernal, pamplonesa y destacada figura de las letras y el cine mexicano, amiga del premio Nobel Gabriel García Márquez, que le dedicó su obra cumbre, Cien años de soledad, y así aparece en todas las ediciones de la obra, falleció el pasado 17 de julio en Coyoacán, Ciudad de México, justo un mes antes de cumplir 84 años.

María Luisa Elío, con amplia formación humanística y estudios de teatro, se casó en México con Jose María García Ascot, madrileño cosmopolita educado en París también hijo de exiliados y cineasta. Con él rodó El balcón vacío, basado en un texto de la pamplonesa y todo un hito de la nueva cinematografía mexicana. Ganó dos premios internacionales e introdujo la caligrafía fílmica de la "nouvelle vague" en el continente americano.

Padre represaliado por el fascismo.

María Luisa Elío nació en la calle Arrieta de Pamplona el 17 de agosto de 1926, tercera hija de Luis Elío Torres, abogado, de aristocrática familia navarra, y de Carmen Bernal López de Lago, murciana de Mazarrón. Proclamada la República, Luis Elío fue juez municipal y presidente de un Comité Paritario (un tribunal para resolver los conflictos laborales). Hombre de tendencia progresista, repartió tierras entre los aparceros que habían cultivado sus propiedades y trabajó por la justicia social, la educación y el progreso de la población, algo que nunca le perdonó la derecha local, a cuyo ámbito social pertenecía y que le consideró por estas actuaciones un traidor.

Su nombre estaba en las primeras listas para ser asesinado con el estallido de la Guerra Civil. Fue detenido en julio de 1936 en su casa, ante su mujer e hijas, pero logró salir vivo de la comisaría y pudo esconderse. Pasó el trienio de la guerra oculto en una habitación de la casa de un amigo, en las afueras de Pamplona (en una casona recientemente derribada en lo que ahora es el pleno centro de la ciudad). En ese tiempo fue apoyado y mantenido por algunas personas de filiación carlista, buenos cristianos alarmados por el grado de indecencia y salvajismo del fascismo local, cuyos crímenes bendecía la iglesia oficial. Desde su escondrijo, situado a pocos metros de los fosos de la Ciudadela, escuchó muchas madrugadas las descargas de fusilamiento con los que el terror fascista trató de eliminar el legado republicano y progresista navarro.

Luis Elío, casi acabada la Guerra Civil, pudo pasar a Francia y reencontrarse con su familia en París, adonde había marchado a los pocos meses de iniciada la guerra, para después viajar todos juntos a México en 1940, aun con buena parte de su fortuna perdida. Sin embargo, la traumática experiencia lo marcó de por vida y nunca se recuperó psicológicamente, según sus allegados, ni de ese golpe ni de otros que sufrió posteriormente.

Pueden leer un magnífico y documentado relato de esta peripecia escrito por Fernando Pérez Ollo.

La escritora viajó a su ciudad natal, Pamplona, muerto ya su padre y separada de su marido, acompañada de su hijo, en 1970. La impresión que le causó volver a ocupar la casa de la avenida de Carlos III, probar los sabores de la infancia y recorrer los lugares ya cambiados que sobrevivían en sus recuerdos, y especialmente el pueblo de Barañáin, en su día un poblacho de cien habitantes y ahora una ciudad dormitorio de 20.000 ciudadanos, lo plasmó en un libro de recuerdos, una auténtica joya literaria, que recomiendo especialmente, Tiempo de llorar (México, 1988), cuya primera frase es definitiva: "Y ahora me doy cuenta que regresar es irse". Pocos han reflejado como este libro la triste condición del exiliado, que es eterna, pues nadie regresa al lugar del que escapó, que solo sobrevive en los recuerdos, sino a otro ya diferente.

Primera lectora de Cien años de soledad.

Desde que se conocieron en México hacia 1960, María Luisa Elío mantuvo una amistad estrecha con Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Bacha Barcia, que llegaron al país desde Francia. Lo introdujeron en los ambientes literarios y periodísticos locales y le apoyaron mientras el escritor terminaba el manuscrito de la obra que le consagraría como el más grande autor hispano del siglo XX. María Luisa Elío y su esposo (a quien también está dedicado Cien años de soledad) formaban parte de lo más granado de la intelectualidad mexicana (Paz, Fuentes, Rulfo, García Terrés, Poniatowska, Ripstein y Álvaro Mutis, refugiado allí) y le introdujeron en ella a García Márquez.

A mediados de 1965, García Márquez comenzó a hablarles de la historia familiar que le rondaba en la cabeza desde hacía casi dos décadas. "Entre sus los oyentes del aedo de Aracataca había uno insaciable, María Luisa Elío, quien logró que aquél le contara durante tres o cuatro horas la novela completa. Cuando el escritor le refirió la historia del cura que levita, su oyente salió del encantamiento y le lanzó la primera pregunta de incredulidad: "Pero, ¿levita de verdad, Gabriel?". Entonces él le dio una explicación todavía más fantástica: "Ten en cuenta que no estaba tomando té, sino chocolate a la española". Al ver a su oyente subyugada, le preguntó si le gustaba la novela, y María Luisa simplemente le contestó: "Si escribes eso, será una locura, una maravillosa locura". "Pues es tuya", le dijo él.

Completamente arruinado, y tras empeñar todos sus bienes, la escritura de Cien años de soledad no fue interrumpida gracias a los amigos de García Márquez. "Aunque después lo negaran o minimizaran, los amigos hicieron una piña en la excelente mala hora de los García Märquez. Carmen Miracle y Álvaro Mutis, María Luisa Elío y Jomí García Ascot asumieron la situación como algo que les incumbía doblemente: por sus amigos y por la literatura. Lo más admirable no fue sólo su solidaridad fraterna, sino su gran discreción y pudor, pues jamás hablarían de ello, jamás harían alarde de sus contribuciones puntuales durante los meses más difíciles de la escritura de la novela. Si luego se supo, fue por las confesiones sueltas de García Márquez y por las infidencias de otros amigos y allegados. Durante las tardes de los últimos meses, Rodrigo y Gonzalo solían quedarse a la salida del colegio en casa de los García-Elío jugando con Diego, el hijo de éstos".

"Los García-Elío fueron leyendo la novela por partes y en caliente a medida que crecía día a día en la máquina Olivetti, sobre todo María Luisa, quien, desde que García Márquez le contó toda la historia aquella noche de principios de septiembre de 1965 en el apartamento de Mutis, se había convertido en su adicta más insaciable, por lo que el rapsoda de Macondo la tuvo como su oyente y cómplice principal. A veces la llamaba y le leía por teléfono lo que acaba de escribir; otras veces le preguntaba, por ejemplo, que cómo iban a vestir a Amaranta Úrsula en tal o cual ocasión, y cuando terminaba un capítulo le daba una copia para que lo leyera en casa con su esposo Jomí. De tal manera que los dos entraron en un estado de efervescencia y ansiedad creciente por ver lo que pasaba en el siguiente capítulo. Fueron ellos, como recordaría José de la Colina, los mayores pregoneros de las excelencias de la novela in progress. Y repetían: "Gabo está escribiendo el Moby Dick de América Latina".".

Cuando acudió a recoger el premio Nobel, el estricto protocolo de la Casa Real sueca impedía que el premiado pudiera llevar a más de cuatro personas a la ceremonia. Entre esas personas, estuvo María Luisa Elío.

(Citados fragmentos de Saldívar, Sasso: García Márquez. El viaje a la semilla. Biografía, Madrid, Alfaguara, 1997).

Hay más referencias en la red aquí y aquí.

El mejor blog político-satírico español, A sueldo de Moscú, se ha hecho eco de esta noticia, lo que ha provocado varios comentarios interesantes que pueden leer aquí.