El grupo de teatro aficionado de Huarte, Kromlech, estrena hoy viernes y vuelve a representar mañana sábado, a las 19:30 horas, en la Casa de Cultura de Huarte (Navarra) la obra 165 farolas. La ciudad de la luz, de Iosu Castillo. La entrada es libre. Aquí van algunos datos:
REPARTO:
Javier Briansó Heras- 34 años (Interpreta a Antonio)
Blanki Castillo Soriano- 38 años (Interpreta a Marta y la corredora)
Josu Castillo Tiscar- 44 años (Interpreta a Adrián)
Edurne Salaberri Gabas- 37 años (Interpreta a Loli)
DIRECCIÓN: Ana Maestrojuán
SINOPSIS:
165 FAROLAS – LA CIUDAD DE LA LUZ son las conversaciones de unos personajes que viven en la calle. Un viaje a través de sus esperanzas, fracasos, alegrías y angustias. "Existe un parque público con 165 farolas, cerca de cada farola hay un banco y en algunos de esos bancos vive gente. El parque tiene un estanque y cerca de él, un Hospital Psiquiátrico. De día se pueden ver revolotear cientos de mariposas y de noche, debajo de unos cartones, hay alguien soñando".
Sobre 165 FAROLAS, por Iñaki Arzoz, artista y escritor.
Desde mi experiencia de advenedizo autor teatral y algo más larga como autor de ensayos literarios me atrevo a presentar mi punto de vista sobre esta obra que he tenido ocasión de leer. Lo primero que hay que destacar: el proceso de creación de la obra. Sobre un texto preparado por el autor, un grupo de amigos -vinculados al mundo de la palabra, del arte o el teatro- la hemos leído y revisado para, en la medida que el autor lo deseara, tuviera un acabado más perfecto.
No obstante, ya en su primera versión era un texto notable, que no ha sido alterado sustancialmente, tan solo desarrollado en su mismo espíritu. Creo que nuestras sugerencias, tamizadas y reelaboradas por el autor, han sido, en ese sentido, pertinentes pero secundarias; en realidad -a través del diálogo y el contraste- han seguido su guía, solo para darle mayor coherencia.
Es posible que con nuestras opiniones hayamos contribuido a que la versión final sea un poco mejor, como si entre todos hubiéramos pulido una hermosa escultura, limpiando vacilaciones y definiendo detalles, para que su sólida estructura, justamente, saliera ‘a la luz’.
Podríamos decir que aunque la obra es enteramente del autor ha sido sometida a un proceso colectivo de chequeo y ajuste creativo, lo cual, supone una innovación en el trabajo teatral, que le confiere el perfil de una obra popular.
La ciudad de la luz se podría calificar como de tragicomedia de crítica social. El enfoque trágico de unos personajes marginados por la sociedad se equilibra con el tratamiento cómico de algunas situaciones y diálogos, para confluir en un enfoque crítico con la injusticia de la sociedad actual que adora el ‘becerro de oro’ y margina a los diferentes.
El estilo de la obra es un cierto ‘realismo poético’; el realismo de unas situaciones cotidianas y de un lenguaje coloquial se eleva, gracias a pequeños rasgos de caracterización y puesta en escena, a metáfora poética de la condición humana. El escenario y el argumento realistas, que tiene un aire de familia con el ‘teatro del absurdo’, se atempera poéticamente gracias a unos personajes de gran humanidad, que funcionan como símbolos o arquetipos sociales.
Así, los cuatros personajes protagonistas forman cuatro vías simbólicas, que van creciendo e imbricándose con el desarrollo de la obra. Adrián, el poeta callejero, representa el aliento utópico, de raíz quijotesca. Loli, la estatua viviente, representa el realismo del pueblo, de raíz sanchopancesca. Antonio, el celador del manicomio, representa el espíritu compasivo, que ha de mediar entre Adrian y Loli, entre la utopía y el realismo. Marta, la madre enloquecida, representa el dolor y la sensibilidad femenina, maternal.
A partir de estos arquetipos, la trama de la obra consigue hacerlos evolucionar hacia una nueva situación, abierta a un futuro lleno de posibilidades. Así, Adrián es el soñador que se convierte en revolucionario, de las palabras a la acción como
transformación espiritual. Loli es, como una estatua, la inacción del sometido, que se conforma con vivir los sueños de Adrián como fantasías, sin participar activamente, pero que decide finalmente, gracias al amor y la maternidad, unirse a la compasión que representa Antonio. Antonio, el celador compasivo que traba amistad con locos y marginados, se empareja con el realismo, para dar lugar a una nueva vida, quizá la esperanza de un cambio. Convierte su pasión estática, de coleccionista de mariposas, en una pasión por las personas-mariposas, que pueden volar. Marta, la madre que, enloquecida por la muerte y la injusticia, acaba muriendo, renace en cierta forma, transfigurada en el personaje de la corredora. Este personaje retorna al final de la obra (contando farolas=siguiendo la luz) quizá para seguir a la utopía, esta vez acompañada por el realismo y la compasión.
No obstante, los personajes, a pesar de cierto carácter de arquetipos simbólicos, no son figuras de cartón piedra, sino seres de carne y hueso que tienen sus contradicciones y cometen errores, como Adrián, el poeta puro que roba un banco, etc., lo cual los hace más cercanos. El desarrollo de la trama entre está muy bien urdido, lleno de una emoción creciente y de giros inesperados, pero sorteando el riesgo del ternurismo fácil o la violencia gratuita. Y aunque hay una mirada dura y hasta amarga de la realidad social, finalmente, se alienta la expectativa de un cambio social, fundado en la unión entre las personas, como mensaje abierto que interpela al público.
En resumen, La ciudad de la luz me parece una obra hermosa, llena de sabiduría y de sensibilidad social. Una digna muestra de ‘teatro pobre’ pero rico-en-ideas que no se encierra en un intelectualismo estéril ni en ‘arte por el arte’, sino que hace una apuesta social para conmover al público y, aún más importante, hacerlo reflexionar. Como mantiene la obra, hay una ‘ciudad de la luz’ en alguna parte -probablemente en nuestros corazones-, cuya búsqueda hace que la vida tenga sentido.
Que sea la obra de un autor novel o amateur (pero que tiene su experiencia como autor de otros textos teatrales y de fantásticos cuentos) no le quita mérito; al contrario, le confiere un interés extraordinario, ya que armar una estructura teatral y conseguir que emocione, no es tarea nada fácil, al alcance de cualquier aficionado a las letras. Da la medida del talento de su autor, y aún de sus posibilidades futuras. Por último, creo sinceramente que La ciudad de la luz es una obra que merece ser representada, cuyo montaje no es complicado y que contaría con una favorable acogida del público. Como lector y como espectador, espero poder disfrutarla sobre los escenarios.
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