miércoles, 23 de febrero de 2011

Crítica de Teatro Corsario: "La maldición de Poe"

La maldición de Poe. Compañía: Teatro Corsario. Autor y director: Jesús Peña. Actores y manipuladores: Teresa Lázaro, Olga Mansilla, Diego López. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 18/02/11.

GUIÑOL MACABRO

PRIMERA escena: un niño y una niña juegan en un cementerio. Ella le llama Edgar, y él a ella, Annabel. Edgar mira por debajo de la falda de Annabel, obviando las tímidas protestas de ésta, mezcladas con risas. Risas que pronto se transforman en una ominosa tos. Un comienzo magnífico, que anuncia en cuatro pinceladas una de las tramas que van a componer La maldición de Poe. Incluso aunque no conociéramos el poema de Annabel Lee, no nos haría falta más para anticipar ese amor incondicional (como todos los amores adolescentes) sobre el que planea la sombra de un fin trágico. Además, este comienzo contiene otras características que van a configurar el espectáculo entero: una es su carácter macabro, es decir, relacionado con la muerte, como no podría ser de otro modo en un texto basado en relatos de Poe. Y otra la encontramos en la economía lingüística que preside la escena: diálogos esquemáticos, reducidos muchas veces a una sola palabra. No lo he dicho, pero este montaje del Teatro Corsario se representa con títeres. Una técnica habitualmente empleada en representaciones infantiles, adaptada aquí al teatro de adultos (algo con cierta tradición en el repertorio de la compañía vallisoletana). Ese modo que tienen de expresarse los personajes me parece un recuerdo permanente de su naturaleza inerte, como si no quisieran confundirse con los humanos, prefiriendo no alejarse demasiado del universo guiñolesco.

En suma, el comienzo me parece, como he dicho, estupendo: sintético, revelador, paradigmático del estilo de la obra. Empieza tan bien que me empiezo a incomodar cuando en las siguientes escenas me da la sensación de que la cosa empieza a flojear preocupantemente: se me hacen largas y carentes de sustancia. Corresponden a la adaptación que el Teatro Corsario ha hecho de Los crímenes de la calle Morgue, y, aunque contienen momentos muy buenos, me parece que a veces se dispersan en los detalles y pierden en tensión dramática. Pero, sobre todo, encuentro que la continuidad narrativa entre las diferentes escenas de esa historia está compuesta de manera un tanto desmañada y no del todo coherente.

Afortunadamente, el pulso se recupera después, con la huida del joven Edgar, convertido aquí en protagonista de los que luego serán sus relatos, sugiriendo que el germen de estos está en su recuerdo autobiográfico. Así, Edgar sale de la calle Morgue para caer en El gato negro y une temporalmente su destino al de un criminal que trata de deshacerse del cuerpo de su esposa, mientras son perseguidos por la justicia. En toda esta persecución (con guiño incluido a El pozo y el péndulo) y en la escena final, en la que se retoma la trágica historia de Annabel Lee, de nuevo renacen las buenas sensaciones intuidas en el arranque. Al final, queda la buena sensación de haber visto una historia bien contada, aunque la unión entre las tres historias principales esté más hilvanada que otra cosa, pero en la que el paso de la letra de los cuentos originales a la trama está resuelto con imaginación.

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