viernes, 7 de octubre de 2011

Crítica de "Delirios de papel", de la compañía navarra La llave maestra, con dirección de Álvaro Morales

Compañía: Delirios de papel. Dirección: Álvaro Morales. Intérpretes: Edurne Rankin, Patxi Larrea, Ion Barbarin, Aintzane Baleztena. Lugar y fecha: Auditorio Barañáin, 2/10/11.

Recortes y recortables

EL papel lo aguanta todo. Lo mismo préstamos millonarios que no podrán devolverse que planes de ahorro que difícilmente llegarán a buen término. Lo mismo ampliaciones de capital que recortes salvajes. Bajo su aparente fragilidad, el papel es un arma poderosa. Y versátil, como se ve. Aprovechando sus potencialidades, la compañía navarra La Llave Maestra lo ha tomado como materia prima para confeccionar su obra Delirios de papel.

El papel es un elemento puro, inocente, moldeable a voluntad. Lo que se haga con él, bueno o malo, es responsabilidad del agente, no del material. La obra comienza con un gigantesco telón de papel que llena toda la boca del escenario. Una especie de página en blanco, vacía, pero en la que caben todas las historias. Solo espera ser llenada con el esfuerzo de la imaginación.

Más que llenarla, La Llave Maestra emprende el proceso inverso y se dedica a vaciarla. De cualquier parte del gigantesco lienzo puede brotar el rostro, las manos o las piernas de los intérpretes para dar vida a diferentes personajes. El telón se va atestando progresivamente de agujeros, como un queso suizo, que los miembros de la compañía realizan recortando el papel. Y poco a poco el gran telón se divide en espacios menores (acotados también por recortes, luminosos esta vez), que se abandonan a medida que se usan, para trasladarse a otro rincón de la gran plancha de papel, hasta que su lisura inicial queda convertida en un paisaje lunar. No acabará aquí la cosa: produce cierta impresión ver cómo finalmente los restos del telón son arrancados de su soporte. Casi parecería que la oscuridad del fondo termina de tragarse el blanco, ametrallado ya de agujeros negros. Con sus restos, realiza el grupo las últimas escenas. El papel es un elemento humilde, pero de él se aprovecha todo hasta el final.

La obra se compone de diversas escenas, variadas en técnica y distintas también en tono. Predomina el humor, pero la compañía no teme aventurarse por rutas que le llevan a destinos más melancólicos y, a veces, casi hasta trágicos. Digo aventurarse porque algo hay de incertidumbre en algunas escenas que parecen compuestas en una clave y que derivan luego por rumbos inesperados. La búsqueda de la sorpresa es el espíritu que anima el espectáculo.

Hay una pretensión evidente por no repetirse, por encontrar modos distintos de trabajar con el papel, de exprimir todas sus posibilidades creativas. Así, el papel puede ser el espacio proteico en el que se mueve el actor, o, con la misma flexibilidad, puede ser el complemento de vestuario que el intérprete necesita; puede servir para dibujar sobre él, puede formar objetos o muñecos que serán manejados por los actores. El límite es la imaginación, y esa es la clave del espectáculo: demostrar cómo se puede hacer un trabajo magnífico con un elemento tan modesto, tan accesible, utilizando buenas dosis de fantasía y cantidades no menores de trabajo. En estos tiempos difíciles, en los que impera el recorte, La Llave Maestra es algo bueno que le ha pasado al teatro navarro.

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