domingo, 6 de noviembre de 2011

Crítica de "Perro que muere no ladra", de la compañía Chapitô de Lisboa, representada en la ENT

Perro que muere no ladra. Compañía: Chapitô. Dirección: John Mowat. Intérpretes: Jorge Cruz, Marta Cerqueira, Tiago Viegas. Lugar y fecha: ENT, 30/10/2011. Público: Tres cuartos de entrada.

La familia no recibe

LOS portugueses de la compañía Chapitô son ya unos invitados habituales de la Escuela Navarra de Teatro. Creo que esta es la cuarta vez que nos visitan, y siempre es un privilegio recibirles. Desde El gran creador, pasando por Don Quixote y especialmente su versión del clásico de Stoker, Drácula, se han ganado con todo merecimiento su presencia en la programación otoñal de la sala de la calle San Agustín.

En esta ocasión, nos traen, en estas fechas próximas al Día de Difuntos, una comedia negra, negrísima, en cuya oscuridad puede aún atisbarse un cierto fondo sobre la necesidad de cariño. Si se mira bien, en Perro que muere no ladra, la muerte parece una cosa de risa, mientras que lo que resulta terrorífico es la perspectiva de la soledad.

La obra parece compuesta a partir de un episodio casi nimio que se va complicando en una sucesión de acontecimientos situados entre lo delirante y lo macabro. El punto de partida resulta sugestivo: un hombre entra en una habitación; su mujer, sentada tras la mesa, le mira con cara de angustia. Él no le hace caso hasta que, al acercarse, ella le muestra un perro muerto. Fuera de escena oímos la voz de un niño que llama a su mascota. La pareja se apresura en ocultar el cuerpo del animal antes de que su hijo lo vea. Qué cosa más básica, más simple, y al mismo tiempo qué capacidad tiene esta anécdota para captar nuestra atención y qué potencial para abrir un mundo de posibilidades narrativas.

Chapitô deriva su relato hacia el absurdo y hacia, ya lo hemos apuntado, la comedia negra. Después de que el niño se niegue a aceptar la muerte de su perro y siga jugando con él como si siguiera vivo, un accidente absurdo termina con la vida de la madre. Creo que no desvelo nada que no sea previsible si anticipo que, a partir de ahí, toda la sala sabe que vamos a asistir a una suerte de body count familiar, donde lo de menos es la evolución de la historia y lo de más, los gags que la compañía portuguesa es capaz de extraer de cada situación.

Y la capacidad de los actores para hacerlo es mucha. La obra ha sido dirigida, como es habitual, por John Mowat, pero en su creación ha participado los intérpretes en un proceso de creación colectiva. Se aprecia que han sacado partido a todas las posibilidades que el manejo de un cuerpo muerto puede ofrecer. Pese a que gran parte de la comicidad se basa en la idea repetida de mover el cadáver (o los cadáveres) de otros personajes, hay una búsqueda constante de la sorpresa, de la novedad que arranque la carcajada inesperada. Hay momentos gloriosos, como el demencial intento de ocultar un cadáver en el cajón de una mesa; o la decoración de los cuerpos con luces navideñas; o el hacerles sonreír para una foto estirando sus facciones con cinta adhesiva. En fin, no sigo. Creo que basta con lo dicho para demostrar que el resultado es francamente divertido. Añado, eso sí, que poco se podría haber conseguido sin el trabajo de unos actores que, amén de una vis comica innegable, demuestran poseer unas condiciones físicas y un dominio de su cuerpo fantásticos, a todas luces producto de una exigente disciplina de trabajo. Y es que, para hacer reír, hace falta ser muy serio.

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