sábado, 13 de enero de 2007

"Duplicados", de Michael Frayn, dirigido por Alexander Herold


“Michael Frayn, el de Por delante y por detrás

“Oye, que comienza el ciclo de Pequeñas Obras de Grandes Autores con una de Frayn”. “¿Frayn? Ni idea”. “Sí, hombre, Michael Frayn, el de Por delante y por detrás”. Entonces sí. Entonces sí que todo el personal confirma su asistencia al primero de los lunes gratuitos porque les dejó un magnífico recuerdo la producción del Teatro Gayarre de 2004 de esa brillante obra que ofrece en el primer acto un ensayo teatral de un vodevil y, en el segundo, el follón que montan las disputas entre los actores al otro lado del escenario pero que, sin embargo, no impide que continúe la representación.
Noises Off (algo así como “ruidos entre cajas”), también popular como película (doblada en España con el título de ¡Qué ruina de función!), es la comedia británica más taquillera de la segunda mitad del siglo XX, ha sido traducida a 28 idiomas y representada en más de 50 países desde su estreno en 1982. En España se han conocido once versiones diferentes –con el título de Por delante y por detrás y, en una ocasión, como Al derecho y al revés, logrando un millón y medio de espectadores–, con un nexo en común: casi todas han estado dirigidas por el hispano-británico Alexander Herold, el director de la velada de hoy, quien nos hace un regalo maravilloso al ofrecernos el texto germinal que dio origen a aquella comedia disparatada, como comprobarán a vuelta de folio.
El impacto de Michael Frayn entre los espectadores navarros todavía se acrecentó más al exhibirse, también en el Gayarre en 2004, Copenhague (1998), que imaginaba cómo fue uno de los encuentros más misteriosos y dramáticos de la Segunda Guerra Mundial: la conversación que mantuvieron en 1941 en la Dinamarca ocupada los dos científicos que más sabían de fisión nuclear, ambos ya con el premio Nobel: el judío Niels Borg, bajo arresto domiciliario, y su mejor discípulo, el alemán Werner Heisenberg, escoltado por la Gestapo, que no supo, pudo (o quiso) construir la bomba atómica que le pedía Hitler. Una obra de tesis sobre el problema moral de los descubrimientos científicos que no parecía hija de su autor por estar, aparentemente, muy alejada de Por delante y por detrás. Lo cual no es del todo cierto, como apuntaremos a vuelta de folio.
Frayn nació en Londres en 1933 y a los ocho años dirigía su propio teatro: “Yo era dramaturgo residente en un pequeño teatro en las afueras de Londres, tan pequeño que yo era también director, diseñador y señora del guardarropa. De hecho, fui el arquitecto y constructor. Más aún: fui el creador de todos los actores y actrices empleados allí. Nunca he tenido tanto control sobre mis producciones desde entonces. Gracias a Dios”, confesó con sorna. Dirigía a su padre y a su hermana en representaciones para una única espectadora: su madre.
Tras licenciarse en Humanidades en Cambridge, trabajó como periodista y articulista en el Manchester Guardian y The Observer, con reseñas que le hicieron bastante popular en su país. La mirada periodística es fundamental para entender su obra, como verán. Ciertamente izquierdoso desde joven, aprendió ruso como parte de la militancia, pero no fue una pérdida de tiempo, ya que sacó bastante utilidad a aquel primigenio devaneo marxista: amplió los límites de su sentido del humor y logró un excelente conocimiento de la lengua de Chejov, a quien ha traducido de forma brillante.
Se inició en la literatura como novelista de éxito, con una docena de títulos, de los que sólo encontrarán dos traducidos al español en las librerías: La trampa maestra y Juego de espías (Salamandra). Pero la fama internacional se la debe a su teatro, que él clasifica en dos grupos, también con sorna: éxitos y fracasos. Le he contado 16 obras entre The two of Us (1970) –cuatro ejercicios de estilo para dos actores, el cuarto nuestro Duplicados de hoy–, y la última, Democracia, de 2003, brillante duelo sobre las corrupciones del poder, basada en la relación del canciller socialdemócrata alemán Willy Brandt y su secretario, el espía comunista Günter Guillaume. En España se han llevado a escena las dos citadas arriba y cuatro de las ocho piezas que integran Alarmas y excursiones. No hay traducciones del resto. Lamentable. Para pasar página (y continuar a vuelta de folio).

Duplicados

La obra que van a ver a continuación se estrenó con el título de Chinamen y ha sido publicitada por el Gayarre como Cuentos chinos, hasta que hace unos días Alexander Herold le ha dado un título definitivo a su versión, Duplicados. No ha sido tanto por descolocarles como por añadir nuevas intenciones de contexto y montaje a la peripecia que podrán ver si aguantan la risa. Un matrimonio todavía joven, de esos que podría encajar su estilo “divino de la muerte” en un chalé adosado –o “acosado”, o mejor, duplicado uno a uno a lo largo de una insípida calle de pueblo recrecido del extrarradio–, invita a cenar en casa a los amigos. Acostar a los niños, preparar la mesa, dar los últimos toques en la cocina, guardar las apariencias y encubrir la mediocridad van incrementando los nervios, que estallan cuando descubren que él ha invitado por error a Emilio, quien acaba de ser abandonado por su mujer, Amalia, que acude a la cena con su nueva pareja, Fran. De momento, cinco personajes. Más los niños y el otro matrimonio invitado, nueve en total.
Revisen sus folios. Sólo son dos los actores anunciados. Aquí todo está duplicado. A la maestría de Frayn en su escritura se une la sabiduría de Alexander Herold para componer la comedia como si de un cubo de Rubick se tratase, cambiando las posiciones cada segundo con precisión de relojero hasta ofrecer un enredo de geometrías hilarantes. Como demostró en este escenario en Por delante y por detrás, Nadie es perfecto y El avaro.
Este primigenio texto de Frayn es un buen ejemplo de su teatro. El británico mantiene la mirada del reportero: escribe mirando a su entorno, de ahí que sus personajes sean siempre creíbles, cotidianos, cercanos: espejos de nosotros mismos. Un teatro realista tamizado por el humor. Otra de sus constantes es decirlo todo con una sonrisa. Humor como condimento para tragar sapos, porque sabe que el espectador es un animal cruel: disfruta con el sufrimiento de los personajes. La mirada del periodista de raza se percibe también en esa obsesión por contar las cosas como sucedieron, o más bien esforzarse por descubrir si existe de verdad la posibilidad de conocer cómo fueron realmente los hechos. De ahí que obras tan aparentemente dispares como Por delante y por detrás, Copenhague o Democracia compartan una misma filosofía: descubrir lo que hay detrás de la versión que conocemos o nos cuentan. “El dilema es éste: ¿el mundo existe independientemente de nosotros o bien existe sólo a través de nuestra conciencia del mundo?”, escribió. Denle una vuelta tras Duplicados: cada personaje podría contar una velada completamente diferente.
Finalmente, en todas sus obras subyace la conciencia de la decepción, algo muy propio de su generación. Creció en la postguerra, cuando una sensación de optimismo lo invadía todo: la economía siempre crecerá, se decía, es posible cambiar las cosas, construir un mundo mejor. Ese adanismo desapareció hace varias décadas: guerras, hambrunas, crisis, nuevos genocidios... Hoy se sabe que todo es más complejo y que no hay solución para muchos problemas. Y de esa desilusión tratan obras como Alphabetical Order (1975), Donkey’s Years (1976), Make and Break (1980) o Benefactors (1984) y algo de eso hay en los personajes triviales de Duplicados, que se reconocen resignados en una posición que no era la soñada. Frayn muestra una porción del mundo en escena, no para criticarlo o cambiarlo, sino para ver cómo lo reducimos hasta acoplarlo a nuestras limitaciones.
Y, siempre, la maestría de la puesta en escena. Ustedes verán hoy a Josemari y Mariajo (sus nombres también duplicados), verán a Emilio y Amalia (casi duplicados), pero también, y eso es lo grande de esta pequeña farsa, a los demás personajes. Porque el montaje les hará “ver” con su imaginación –y el esfuerzo de Frayn y Herold–, lo que ocurre en la acera, la batalla en la cocina, el cuarto de los niños y la tensa espera de la cena para Alfredo y Elisa, que aguantan resignados a base de alcohol el ir y venir de los anfitriones. Frayn alarga extraordinariamente el escenario, por delante y por detrás, arriba y abajo, porque sabe que el caos que no vemos es siempre muchísimo, pero que muchísimo más divertido que lo que tienen ustedes a la vista.

Víctor Iriarte
Noviembre 2006

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