sábado, 13 de enero de 2007

"Fando y Lis", de Fernando Arrabal, dirigida por Carol Verano


Fernando Arrabal: el escritor y el personaje


En pocas ocasiones la biografía de un escritor está tan presente en su literatura como en el caso del español Fernando Arrabal (Melilla, 1932), nuestro autor teatral vivo más representado en el extranjero. Su terrible historia personal ha condicionado hasta tal punto su vida y su obra que conviene reseñarla siempre que se habla de él. Sólo tiene 4 años pero, quizá porque pronto da muestras de ser superdotado, el niño conserva imágenes muy vivas de su padre, un militar culto afín al gobierno legítimo de la II República, y pintor reputado. Compartiendo cuartel con lo más granado de la conspiración, es uno de los primeros en ser detenido el 17 de julio de 1936, cuando comienza el golpe de estado que dará lugar a la Guerra Civil, y también de los primeros en ser condenado a muerte “por rebelión militar”, pena rebajada luego a 30 años de cárcel. A pesar de los ruegos de la esposa, no reniega de sus ideas, poniendo en peligro la propia subsistencia de la familia, pues el estigma de estar vinculado a un “preso rojo” es un pésimo salvoconducto en la zona “nacional”.
Eso no lo sabrá el futuro escritor sino cuando alcance la adolescencia, al descubrir una colección de fotos familiares de la que se ha eliminado a tijera la cara del padre. Exige virulentamente noticias del progenitor y conoce entonces su peripecia: durante la guerra, el militar es trasladado a prisiones de Salamanca y Burgos. Se vuelve loco, o se lo hace, y logra huir de la enfermería, descalzo y en pijama, una tétrica noche de invierno, con un metro de nieve en el páramo castellano. Allí se pierde su rastro (sólo en 2005 se conocerán, tras décadas de indagaciones, las circunstancias de la triste muerte de su padre). Arrabal rompe con la madre, tras acusarla de haber delatado al preso. El alejamiento de su familia y la búsqueda frustrada del padre son los ejes de su literatura. Las recriminaciones aparecen crudamente en obras como ...Y pusieron esposas a las flores; más veladamente, en una digresión de Taso en la obra que hoy vamos a ver, Fando y Lis. La reconciliación llegará después de casi 40 años y dará lugar a uno de los grandes éxitos del teatro español de los últimos años, Carta de amor (Como un suplicio chino), ejercicio de catársis desgarradora que protagonizó María Jesús Valdés para el Centro Dramático Nacional.
Arrabal sale del país (no se siente exiliado, sino desterrado) y en Francia explotará su capacidad creativa que ha cristalizado en una cincuentena de obras de teatro, 8 películas, media docena de novelas (es premio Nadal), poemarios y ensayos eruditos sobre distintas disciplinas (ajedrez, ciencia, literatura...) fruto de su ingente cultura. El hecho de estar casado desde hace 50 años con una excelente traductora al francés de sus obras ¬Luce, catedrática de la Sorbona¬, contribuye a su éxito en los escenarios de todo el mundo: ha estrenado desde 1958 todos los años ininterrumpidamente en París, ha sido premiado en Nueva York y Londres, ha tenido simultáneamente en cartel un texto suyo en Praga, Tokio, Sao Paulo o Tel-Aviv, es honoris causa por varias universidades, en 1981 y 1982 se convierte en el autor “francés” más representado en el mundo....
Por estos motivos literarios, y conociendo su peripecia personal, convendría alejar por reduccionista y frívola la imagen pública que se tiene de Arrabal, visto por muchos como un provocador incontrolable, procaz, escatológico, salvaje, “loco”... debido en parte a casualidades lamentables: por ejemplo, una aparición en televisión completamente borracho (se embriagó precisamente porque es abstemio y bebió por error) que fue bastante escandalosa; su “leyenda” tras una llamativa detención de madrugada durante unas vacaciones en 1967, y su consiguiente expulsión de España tras una sonora protesta internacional. Había firmado días antes uno de sus libros a un joven pelmazo que le pidió una dedicatoria excesiva y luego la fue exhibiendo orgulloso (“Me cago en Dios, en la Patria y en todo lo demás”, le escribió Arrabal, y llegó hasta El Pardo); el ser uno de los seis españoles a los que se les negó el pasaporte ya muerto Franco, en 1976, e incluirlo incomprensiblemente en la lista junto con Alberti, Carrillo, la Pasionaria, Líster y el Campesino, asociándolo públicamente a una ideología, la comunista, que rechaza; o la superioridad intelectual con que afronta sus columnas en la prensa diaria o las entrevistas en prensa, lo que proyecta una imagen altiva y excesiva de su persona, y distorsiona la recepción de su obra.
Y a ello se añaden, claro está, las prohibiciones que sufre su teatro durante el franquismo (su primer estreno normalizado en España, El arquitecto y el emperador de Asiria, no tiene lugar sino hasta 1977). Mal conocido, su teatro se programa generalmente en salas alternativas, en condiciones de producción no siempre idóneas, lo que aumenta la imagen de autor “maldito”. Conviene, por tanto, situar serenamente su producción, y a ello vamos a vuelta de hoja.

Fando y Lis, de Mihura a Beckett

La catástrofe que supone la Guerra Civil de 1936-1939 es especialmente demoledora en el campo de las artes. Bien es cierto que la “edad de plata” de las letras españolas ¬como se conoce a la producción del decenio inmediatamente anterior¬ había tocado de refilón al teatro, pues las obras formalmente más renovadoras seguían sin interesar ni a la empresa teatral ni al público. Aun así, la situación fue a peor. Desaparecen autores en plena madurez (Lorca, Muñoz Seca, Hernández), otros marchan al exilio y los que se quedan sufren una brutal, estúpida y desconcertante censura, que limita las posibilidades creativas e impide la llegada a España de las innovaciones formales que recorren el teatro occidental en el medio siglo.
Los autores del interior se van situando. Los hay del “régimen”, claro está, pero en distintas posiciones: quienes hacen teatro propagandístico (Giménez Arnau, Calvo Sotelo, Luca de Tena, Pemán), no exento de valores dramáticos, todo hay que decirlo, y los “evasionistas”, que son bastante mejores, y triunfan con un teatro descontextualizado, no político y dirigido al espectador “burgués”, que es ya el único público del teatro tras la experiencia revolucionaria: Neville, Paso, López Rubio, Ruiz Iriarte... y los más grandes de entre ellos, como Mihura o Jardiel.
Entre los “no afectos”, esto es, quienes proceden de los vencidos en la guerra y no abandonan el país, pronto se establece una diferencia de peso, polémica interna incluida, que los alinea entre posibilistas y rupturistas. Los primeros tratan de dialogar con el sistema estirando al máximo los estrechos márgenes que marca el poder, por lo que aceptan la técnica y formas del teatro realista, perfectamente asimilable por el público, la empresa teatral y la crítica. Ofrecen un mensaje inconformista, moderadamente crítico, muchas veces escrito en clave para despistar a la censura. En esa línea se enmarcan Buero Vallejo, Lauro Olmo, Rodríguez Méndez o el primer Sastre. Actitud coherente, creemos, cuando se ha estado a un paso del paredón, como le sucede a Buero.
Otros autores, sin embargo, optan por la ruptura radical con el sistema. El teatro de Fernando Arrabal es la expresión máxima del sector vencido en la guerra que tiene conciencia clara de que no cabe diálogo con el régimen. No hay ni intento de acuerdo ni posibilidad de transigir. Como tampoco hay pacto, no existe la necesidad de asumir las escasas ambiciones del público español acomodado al teatro (falsamente) realista. La primera producción de Arrabal será vocacionalmente surrealista. Pero, ojo, es teatro español, aun escrito en Francia. Su surrealismo debe mucho más a Quevedo, Cervantes, Gómez de la Serna y La Codorniz que a Bretón. Lo comprobarán en esta velada. El diálogo voluntariamente infantilizado y absurdo de Namur, Mitaro y Toso en Fando y Lis guarda ecos de los hermanos Marx, que fueron traducidos al español, cómo no, por Mihura; el disparate de El triciclo está en el Mihura y Tono de Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, y el humor desternillante de Pic-Nic, incluso el antimilitarista de Guernica, es primo hermano del que hará Gila en sus parodias de la guerra.
Y, como subtexto, siempre una búsqueda (del padre), el exilio (esa tierra desolada por la que se mueven sin avanzar los personajes de Fando y Lis) y la imposibilidad total de la comunicación en un mundo (que es el español del momento) extraño, ajeno, poderoso, incomprensible, inaccesible. Intentos de comunicación desesperada pero frustrante entre las personas, como el de Esperando a Godot, de Beckett. Arrabal ya ha conocido y asimilado en París ese teatro existencial, aparentemente absurdo, del irlandés. Y como expresión estética de todo ese “magma Arrabal”, la ceremonia. Teatro como ceremonia, puesto que es la fórmula expresiva que aleja su puesta en escena del realismo, lo mismo da que se bañe en Kafka (El laberinto) o en la Biblia (El cementerio de automóviles).
A partir de 1962, junto a Roland Topor y Alejandro Jodorowski, agria su surrealismo y añade a su teatro de la palabra todas las rupturas formales del teatro de vanguardia (Artaud, Grotowski, el Living Theatre) para que su mensaje suene más irreverente, blasfemo, impúdico, escandaloso. Es el Teatro Pánico (del Dios Pan), su creación más personal, que hoy no nos ocupa. El que nos permite a los teatreros hacer bromas: “Estrenó Arrabal. No hubo heridos”.
Nos quedamos en Fando y Lis, de su primera época. Tragedia sobre la incomunicación, el viaje a ninguna parte de esa pareja que ni puede llegar a Tar ni amarse. Un drama cuyos rasgos más desgarradores los acentúa, por contraste, el bombardeo de momentos cómicos que el autor intercala. Una pieza escrita en 1955 y de cuyo simbolismo y actualidad ustedes dirán. Ustedes, digo, que viven en un país donde cada semana nos desayunamos con la noticia de que una mujer ha muerto asesinada a manos de su pareja. Por amor, se justifican al ser esposados.

Víctor Iriarte
Diciembre de 2005

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