David Mamet: lo que no es esencial, es superfluo
La historia comienza en 1969. Un grupo de jóvenes universitarios que no encuentra muchas oportunidades de actuar crea en Chicago un teatro comunitario en la sala San Nicolás. Destacan como intérpretes un camarero, William H. Macy (años después candidato al Oscar por Fargo), Joe Mantenga y Steve Schacter (director de La trampa). El peor de los actores, que come de su trabajo como taxista tras haber sido vendedor telefónico de parcelas, cobrador de autobús y cocinero en un barco, se hace cargo de la dirección. Se llama David Mamet. Como el grupo tampoco tiene dinero para pagar adelantos por derechos de autor, empieza a escribir sus propios textos.
“Lo dejamos todo para hacer teatro. Si no le gustaba al público el espectáculo no podíamos pagar la sala. Esa es la única razón por la que hacíamos teatro, para que le gustara al público, no para satisfacerle, sino para que le gustara. Veíamos nuestro trabajo, y creo que lo seguimos haciendo, como un suministro de diversión. A veces conseguimos convertirlo en arte, pero espero que nunca llegue a convertirse en mero entretenimiento”, declaró años después.
El grupo pasó unos años después a Nueva York, ahora con el nombre Atlantic Theater Company, y se hizo pronto un nombre, gracias a varios estrenos exitosos de piezas de Mamet: la excelente Perversión sexual en Chicago (1974), que contra lo que parece alude a desenfrenos sólo verbales y, por tanto, frustrados; El búfalo americano (1975) y Edmond (1982), que sorprenden por un lenguaje grosero e indecente, y que demuestra el fino oído que tiene Mamet para captar el modo en que habla la gente marginal. El cenit lo alcanza en 1984, con Glengarry Glen Ross, una cruda visión del mundo de los vendedores a comisión, tiburones aterrados con la pérdida de empleo y sin escrúpulos en plena crisis económica norteamericana, con la que consigue el premio Pulitzer. Será llevada al cine en 1992. Después vendría Oleanna (1992), agria denuncia de lo políticamente correcto protagonizada por un profesor universitario acusado por una alumna de acoso sexual. En total, algo más de 40 piezas teatrales.
Para entonces, la obra David Mamet (Chicago, 1947), tercera generación de judíos ruso-polacos asimilados en Estados Unidos, es un cóctel de teatro, cine y ensayo que lo ha hecho muy popular. Repasemos su filmografía. Ha sido guionista de El cartero siempre llama dos veces, Veredicto final, Los intocables de Elliot Ness, Hoffa o Hannibal. Su primer trabajo como director es Casa de juegos, de 1987, notable filme sobre el mundo de los timadores. También demostró dominar la comedia en State and main, sobre el rodaje en un pequeño pueblo del Medio Oeste que se convierte en un homenaje a Preston Sturges. En general, siempre películas taquilleras.
Podemos definir, por tanto, algunas de las características de su teatro: esfuerzo prioritario en captar la atención del público, tramas perfectamente diseñadas, excelentes diálogos, asombrosa capacidad para adecuar el lenguaje al personaje, tendencia a la estructura circular de sus obras y uso habitual de la elipsis como fórmula para hacer avanzar la historia comprometiendo al espectador en la construcción de la historia...
Su teoría del teatro es deudora de Chejov y Pinter. Ha puesto por escrito sus reflexiones (Una profesión de putas, sobre la interpretación; Los tres usos del cuchillo, sobre la naturaleza del drama) y sus aforismos son hoy casi tan conocidos como los diez mandamientos: “Todo lo que no es esencial, es superfluo”; “el drama es acción y los personajes deben definirse por lo que hacen, no por lo que dicen” (y, por tanto, no tienen sentido las acotaciones). “No saques a escena una pistola cargada si no vas a usarla”; “sobre un escenario, la fuerza llega a veces del silencio más que del movimiento”.
Jolly y el viejo vecindario
El ciclo Pequeñas obras de grandes autores se despide por este curso con Jolly, pieza de Mamet que dirige Oscar Orzaiz e interpretan David Larrea, Adriana Olmedo, Miguel Goikoetxandia y Ana Aldave, de Iluna Producciones. Además, los espectadores podrán disfrutar del trabajo de escenografía y vestuario que ha realizado para este montaje los alumnos del Taller del Teatro Gayarre impartido desde el pasado mes de octubre por Javier Sáez Istilart.
La obra forma parte de un tríptico (al autor no le parece correcto el término trilogía) titulado El viejo vecindario. La primera de las piezas, La desaparición de los judíos, fue escrita en 1982. Las dos que le siguen, Jolly y Deeny, son de 1989. Las tres son independientes entre sí y su nexo de unión es uno de los personajes, Bobby Gould, que aparece en la primera obra dialogando con un amigo, Joey, sobre la gente que conocieron antes de que el primero se marchara de casa. En la segunda pieza, Bob dialoga con su hermana Jolly y su cuñado Carl sobre sus familiares. En la tercera pieza, Bob afronta con su esposa Deeny su última conversación antes de separarse. Aunque colocada en tercer lugar, la ruptura sentimental tiene lugar antes que en Jolly, porque los hermanos aluden a ella en su conversación, y seguramente antes que en La desaparición de los judíos, aunque no se especifique, porque puede ser la causa de la marcha de Bob del vecindario donde se crió.
David Mamet señala que el tríptico, en el fondo, trata sobre la dificultad que tienen los judíos de vivir y convivir de una manera satisfactoria en un mundo de gentiles, como es el norteamericano. “No es imposible pero es difícil ser judío y saber llevarlo. Las obras exploran ese problema”, declaró el autor en una entrevista. En el fondo, todos los personajes de esa raza tratan de vivir como asimilados, pero el peso de las tradiciones, de la herencia familiar y de la historia se lo impide.
Vayamos con Jolly. Se trata de una larga conversación, en tres actos, entre Jolly y su hermano Bob, que está de paso en su casa. Apenas interviene el marido de ella, Carl, si no es para asentir y ayudar a su frágil esposa. La primera charla tiene lugar a media tarde. La segunda, de noche. La tercera, a la mañana siguiente, poco antes de que Bob se despida para continuar su viaje a ninguna parte. El director, Oscar Orzaiz, ha introducido un cuarto personaje, una bailarina, en su relectura de la pieza.
En Mamet, el diálogo es el acabado del producto, pero su esencia está en la trama, que siempre aparece entre líneas, en lo que no se dice o sólo se llega a insinuar. Por eso hay muchos más personajes en Jolly. El detonante del enfado de los tres personajes es el padrastro, quien está vendiendo las pertenencias de la madre, que acaba de fallecer. La madre es el segundo gran personaje de la obra. Personaje en off, pero clave de la auténtica frustración vital de Jolly, pues vivió una infancia y juventud cargada de ninguneos, que van saliendo con sacacorchos en la conversación. Jolly escupe su resentimiento, que es la clave de la pieza junto con la incomunicación.
La representación dura aproximadamente 35 minutos. Suficientes para hacernos con el estilo mametiano. Comprobarán que los diálogos aparentemente simples encajan como un puzzle. Como dice Joe Mantegna de los textos de Mamet: “Es imposible improvisar. Están escrito así por una razón concreta y tu tarea es descubrir cómo decirlo de la mejor manera posible”. Mamet añade: “Como le digo a mi mujer, trabajo en esto para ganarme la vida. Si es una tragedia y no lloran no he hecho bien mi trabajo; si es una comedia y no ríen, tampoco”. Juzguen ustedes el resultado.
Víctor Iriarte
Marzo de 2005
La historia comienza en 1969. Un grupo de jóvenes universitarios que no encuentra muchas oportunidades de actuar crea en Chicago un teatro comunitario en la sala San Nicolás. Destacan como intérpretes un camarero, William H. Macy (años después candidato al Oscar por Fargo), Joe Mantenga y Steve Schacter (director de La trampa). El peor de los actores, que come de su trabajo como taxista tras haber sido vendedor telefónico de parcelas, cobrador de autobús y cocinero en un barco, se hace cargo de la dirección. Se llama David Mamet. Como el grupo tampoco tiene dinero para pagar adelantos por derechos de autor, empieza a escribir sus propios textos.
“Lo dejamos todo para hacer teatro. Si no le gustaba al público el espectáculo no podíamos pagar la sala. Esa es la única razón por la que hacíamos teatro, para que le gustara al público, no para satisfacerle, sino para que le gustara. Veíamos nuestro trabajo, y creo que lo seguimos haciendo, como un suministro de diversión. A veces conseguimos convertirlo en arte, pero espero que nunca llegue a convertirse en mero entretenimiento”, declaró años después.
El grupo pasó unos años después a Nueva York, ahora con el nombre Atlantic Theater Company, y se hizo pronto un nombre, gracias a varios estrenos exitosos de piezas de Mamet: la excelente Perversión sexual en Chicago (1974), que contra lo que parece alude a desenfrenos sólo verbales y, por tanto, frustrados; El búfalo americano (1975) y Edmond (1982), que sorprenden por un lenguaje grosero e indecente, y que demuestra el fino oído que tiene Mamet para captar el modo en que habla la gente marginal. El cenit lo alcanza en 1984, con Glengarry Glen Ross, una cruda visión del mundo de los vendedores a comisión, tiburones aterrados con la pérdida de empleo y sin escrúpulos en plena crisis económica norteamericana, con la que consigue el premio Pulitzer. Será llevada al cine en 1992. Después vendría Oleanna (1992), agria denuncia de lo políticamente correcto protagonizada por un profesor universitario acusado por una alumna de acoso sexual. En total, algo más de 40 piezas teatrales.
Para entonces, la obra David Mamet (Chicago, 1947), tercera generación de judíos ruso-polacos asimilados en Estados Unidos, es un cóctel de teatro, cine y ensayo que lo ha hecho muy popular. Repasemos su filmografía. Ha sido guionista de El cartero siempre llama dos veces, Veredicto final, Los intocables de Elliot Ness, Hoffa o Hannibal. Su primer trabajo como director es Casa de juegos, de 1987, notable filme sobre el mundo de los timadores. También demostró dominar la comedia en State and main, sobre el rodaje en un pequeño pueblo del Medio Oeste que se convierte en un homenaje a Preston Sturges. En general, siempre películas taquilleras.
Podemos definir, por tanto, algunas de las características de su teatro: esfuerzo prioritario en captar la atención del público, tramas perfectamente diseñadas, excelentes diálogos, asombrosa capacidad para adecuar el lenguaje al personaje, tendencia a la estructura circular de sus obras y uso habitual de la elipsis como fórmula para hacer avanzar la historia comprometiendo al espectador en la construcción de la historia...
Su teoría del teatro es deudora de Chejov y Pinter. Ha puesto por escrito sus reflexiones (Una profesión de putas, sobre la interpretación; Los tres usos del cuchillo, sobre la naturaleza del drama) y sus aforismos son hoy casi tan conocidos como los diez mandamientos: “Todo lo que no es esencial, es superfluo”; “el drama es acción y los personajes deben definirse por lo que hacen, no por lo que dicen” (y, por tanto, no tienen sentido las acotaciones). “No saques a escena una pistola cargada si no vas a usarla”; “sobre un escenario, la fuerza llega a veces del silencio más que del movimiento”.
Jolly y el viejo vecindario
El ciclo Pequeñas obras de grandes autores se despide por este curso con Jolly, pieza de Mamet que dirige Oscar Orzaiz e interpretan David Larrea, Adriana Olmedo, Miguel Goikoetxandia y Ana Aldave, de Iluna Producciones. Además, los espectadores podrán disfrutar del trabajo de escenografía y vestuario que ha realizado para este montaje los alumnos del Taller del Teatro Gayarre impartido desde el pasado mes de octubre por Javier Sáez Istilart.
La obra forma parte de un tríptico (al autor no le parece correcto el término trilogía) titulado El viejo vecindario. La primera de las piezas, La desaparición de los judíos, fue escrita en 1982. Las dos que le siguen, Jolly y Deeny, son de 1989. Las tres son independientes entre sí y su nexo de unión es uno de los personajes, Bobby Gould, que aparece en la primera obra dialogando con un amigo, Joey, sobre la gente que conocieron antes de que el primero se marchara de casa. En la segunda pieza, Bob dialoga con su hermana Jolly y su cuñado Carl sobre sus familiares. En la tercera pieza, Bob afronta con su esposa Deeny su última conversación antes de separarse. Aunque colocada en tercer lugar, la ruptura sentimental tiene lugar antes que en Jolly, porque los hermanos aluden a ella en su conversación, y seguramente antes que en La desaparición de los judíos, aunque no se especifique, porque puede ser la causa de la marcha de Bob del vecindario donde se crió.
David Mamet señala que el tríptico, en el fondo, trata sobre la dificultad que tienen los judíos de vivir y convivir de una manera satisfactoria en un mundo de gentiles, como es el norteamericano. “No es imposible pero es difícil ser judío y saber llevarlo. Las obras exploran ese problema”, declaró el autor en una entrevista. En el fondo, todos los personajes de esa raza tratan de vivir como asimilados, pero el peso de las tradiciones, de la herencia familiar y de la historia se lo impide.
Vayamos con Jolly. Se trata de una larga conversación, en tres actos, entre Jolly y su hermano Bob, que está de paso en su casa. Apenas interviene el marido de ella, Carl, si no es para asentir y ayudar a su frágil esposa. La primera charla tiene lugar a media tarde. La segunda, de noche. La tercera, a la mañana siguiente, poco antes de que Bob se despida para continuar su viaje a ninguna parte. El director, Oscar Orzaiz, ha introducido un cuarto personaje, una bailarina, en su relectura de la pieza.
En Mamet, el diálogo es el acabado del producto, pero su esencia está en la trama, que siempre aparece entre líneas, en lo que no se dice o sólo se llega a insinuar. Por eso hay muchos más personajes en Jolly. El detonante del enfado de los tres personajes es el padrastro, quien está vendiendo las pertenencias de la madre, que acaba de fallecer. La madre es el segundo gran personaje de la obra. Personaje en off, pero clave de la auténtica frustración vital de Jolly, pues vivió una infancia y juventud cargada de ninguneos, que van saliendo con sacacorchos en la conversación. Jolly escupe su resentimiento, que es la clave de la pieza junto con la incomunicación.
La representación dura aproximadamente 35 minutos. Suficientes para hacernos con el estilo mametiano. Comprobarán que los diálogos aparentemente simples encajan como un puzzle. Como dice Joe Mantegna de los textos de Mamet: “Es imposible improvisar. Están escrito así por una razón concreta y tu tarea es descubrir cómo decirlo de la mejor manera posible”. Mamet añade: “Como le digo a mi mujer, trabajo en esto para ganarme la vida. Si es una tragedia y no lloran no he hecho bien mi trabajo; si es una comedia y no ríen, tampoco”. Juzguen ustedes el resultado.
Víctor Iriarte
Marzo de 2005
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