sábado, 21 de abril de 2007

CRÍTICA: "El sueño de una noche de verano"

Trescientos cuarenta y cinco años después de haber estrenado la obra, Shakespeare tiene que estar partiéndose de risa en su tumba ante las reacciones del público pamplonés en la primera de las dos funciones programadas en Baluarte (la segunda, hoy sábado 21 de abril, y quedan entradas a la venta). Muchos salieron echando pestes, cabreados con el montaje, la interpretación, la música de Antonio Carmona (Ketama), el montaje, la dirección... Y otros muchos salieron con una gran sonrisa, agradablemente satisfechos, yo entre ellos.
El sueño de una noche de verano es una de las más grandes comedias de todos los tiempos. Y lo aguanta todo. Todo. Se puede hacer con ella cientos de experimentos y la obra los resiste de miedo. También la dirección de Tazmin Townsend.
El año pasado, en el diálogo con Lluis Pascual en la Teatrulia del Festival Teatro Gayarre, el director dijo una cosa muy curiosa: los españoles tenemos una gran ventaja respecto a los británicos cuando montamos Shakespeare. Podemos modificar el texto como nos plazca. Ellos no. Hay un respeto reverencial a lo escrito.
Townsend es británica, conoce perfectamente a Shakespeare, y aprovecha la ventaja "castellana" para su versión. Que conoce la obra es indiscutible: respeta el código shakespeariano de mascarada que preside toda la función y la mezcla de prosa y verso original (en función de la categoría de los personajes), así como el carácter de cada personaje, con detalles imperceptibles pero que denotan una lectura atenta (si Hipólita es la reina de las Amazonas, es lógica que en esta gitana y mediterránea propuesta vaya de señoritinga andaluza, con fusta y botas de montar). Apuesta por llamar al duende Robin (Puck en otras versiones) y mezclar su carácter entre juguetón y sátiro. También distingue claramente en su limpia propuesta los tres mundos que se mezclan en la obra: el mágico, el noble y el menestral. Mantiene un ritmo notable, evita el descanso en el intermedio (como debe ser) y hace una propuesta muy física y exigente para los actores.
La interpretación: desigual, claro, con un elenco joven, con muchos personajes doblados y con músicos haciendo pequeños papeles, y algunos extranjeros. Quizá la doble pareja de jóvenes amantes están más verdes, pero es cierto que están obligados a un esfuerzo físico y acrobático que les pone a prueba, y la superan como profesionales que son. La elegancia natural de Asier Etxeandia como Oberón está fuera de toda duda y canta muy bien (ya lo demostró en Cabaret como maestro de ceremonias). Y todas las escena de los artesanos son delirantes.
La música. Hubo quien echó pestes, pues le pareció lamentable. Doctores tiene la iglesia, pero es que a esta obra todo chichifú le ha metido música: Mendelshonn, Purcell, Britten, Orf, Louis Amstrong y Benni Goodman... ¿Por qué no melodías mediterráneas? Hubo muchas, pero pocas gitanas y flamencas, que es lo que se esperaba todo el mundo. El sonido predominante era el balcánico estilo banda de bodas y funerales de Goran Bregovic, pero había también rumbas, un tango, un sirtaki griego y baladas... Me quedo con el tema de despedida:

"Con lágrimas de rocio,
bellas hadas besan la arena
la española y la africana
la cristiana y sarracena
que nadie falte a esta escena
no paréis hasta mañana
Yo, mortales, os bendigo
porque esta noche hay verbena".

Esta noche, de nuevo sí, a las 20 horas en Baluarte

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