viernes, 4 de noviembre de 2011

Crítica de "Don Juan Tenorio", de Teatro del Temple

Don Juan Tenorio. Compañía: Teatro del Temple. Dirección: Carlos Martín. Intérpretes: Francisco Fraguas, Ivana Heredia, Gabriel Latorre, Rosa Lasierra, Marco Aurelio González, Agustín Miguel, Sascha Montenegro, Francesc Tamarite. Lugar y fecha: 31/10/2011. Público: media sala.

Setentenorio

EL Teatro Gayarre mantiene otro año la tradición de ofrecer un Tenorio la Noche de Difuntos. Lo que no resulta muy tradicional es la versión ofrecida por la compañía encargada de representarlo en esta ocasión, los maños del Teatro del Temple, que han optado por trasladar a don Juan, a sus compañeros de farra y a sus enemigos desde las tabernas del siglo XVI a las discotecas de los años setenta del pasado siglo.

El inicio de la obra convierte la mítica Hostería del Laurel en el reservado de una boîte setentera en la que un don Juan y un don Luis pasan de matasietes mercenarios en los Tercios a chulos de extrarradio en lo que a primera vista podría parecer una versión firmada por el Eloy de la Iglesia de los buenos tiempos. Que no se me entienda mal: no critico las traslaciones temporales de los clásicos, amén de que cosas más estrafalarias hemos visto. Cualquier cosa puede parecerme bien siempre que se haga con gusto e imaginación.

De hecho, este primer acto de la presente versión, que es el que, por la novedad, podría causar la impresión mayor en el espectador, me parece el que de modo más convincente justifica el cambio de ambiente y de época. Es, además, aquel en el que mejor resultado se obtiene en el dibujo de los personajes, en la ambientación musical o en el uso de la escenografía. Por aquello de la importancia de las primeras impresiones, cuesta luego darse cuenta de la línea descendente que, con altibajos, emprende el montaje desde entonces, en un diminuendo que deja un poso de insatisfacción.

Don Juan Tenorio, y su rival don Luis Mejía, son, ya se ha dicho, macarras de discoteca que tiran de navaja albaceteña antes que de tizona toledana. Esto se traslada, como es obvio, a la interpretación. De modo más acusado en el protagonista del drama, que, en su hablar, en sus movimientos, en su indumentaria, acomoda todos los tics que podrían suponérsele al modelo. Esto funciona muy bien al principio, cuando el propio personaje carga las tintas de su chulería para imponerse a don Luis. Pero conforme avanza la acción, don Juan exige la presencia de otros ingredientes que el tono tan marcado de la caracterización enmascara en gran medida. Pongo como excepción la declaración de amor a doña Inés (la famosa escena del sofá), en la que Francisco Fraguas sí sabe darle a su don Juan el matiz necesario para que pueda percibirse el cambio en sus intenciones.

El resto del reparto resulta también irregular: destaco a una Rosa Lasierra muy convincente en su papel de Brígida, y a Marco Aurelio González, aceptable como don Luis. No terminó de gustarme Ivana Heredia, que sí que le da a su doña Inés el aire inocente que su personaje requiere, pero que no logra desprenderse de cierta artificiosidad en su modo de decir el verso. Tampoco me parece que acertara con el tono Gabriel Latorre, que presenta un don Gonzalo insípido, al que parece que le importa poco lo que don Juan haga con su hija.

El Teatro del Temple acompaña la acción con música funk y disco, que sirve para ambientar los cambios de escenografía ejecutados por grupos de personajes: ahora unos currelas, luego los miembros de una banda, y así. Aquí también tengo mis reticencias: algunos me gustaron y otros me parecieron fuera de lugar. Igual que la misma música, cuyos ritmos discotequeros me resultan muy apropiados para las escenas iniciales, pero que me chirrían bastante cuando se trata de meterla en la escena del panteón o en la cena con Centellas y Avellaneda. Con todo, en general la función me entretuvo pasablemente, porque, más allá de los elementos discutibles, también cuenta con aciertos y, sobre todo, gracias al texto de Zorrilla, capaz de resistirlo casi todo.

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